Aunque las caras visibles son las de los actores que dan vida a Tokio, Denver o El Profesor, detrás de “La casa de papel” está un equipo enorme de profesionales que han visto crecer a la serie y que se sienten parte de su éxito. Ellos también son “La casa de papel”.
“Es una serie coral a todos los niveles, en la que las secuencias están escritas para tener muchos personajes, tienes muchos actores en escena y tener que intervenir con tanta gente es complicado, así que detrás de las cámaras es exactamente igual, tenemos también un equipo enorme”, cuenta a Efe Jorge Calvo, coordinador de dirección de la serie.
A pocas horas de que Netflix emita los cinco últimos episodios de un proyecto que cambió la ficción española y se ha convertido en un éxito mundial, varios miembros del equipo charlan con Efe sobre su experiencia y sobre la dureza de un proyecto que siempre ha exigido una entrega y un compromiso total, desde el jefe de cada departamento hasta el último ayudante.
“Después de hacer “La casa de papel” yo creo que puedo hacer “Ben-Hur” en dos días. Ha sido una serie muy dura que nos ha puesto a todos a prueba y hemos sido capaces de hacer algo muy grande y bonito, es una experiencia muy potente para todos que nos deja un gran aprendizaje”, cuenta a Efe el diseñador Carlos Díaz, jefe del equipo de vestuario.
Según datos ofrecidos por la productora Vancouver del creador Álex Pina, para hacer la última temporada, la quinta, fueron contratadas un total de 382 personas para trabajar en dos unidades simultáneas (dos rodajes paralelos en dos escenarios distintos) y 500 más como proveedores externos.
“¿Que si soy LCDP? Yo y todo mi equipo, desde mí hasta el auxiliar. A nivel elenco la serie era muy coral, pero a nivel de equipo también porque eran equipos muy grandes en los que ha participado muchísima gente. Aunque los responsables teníamos mucha responsabilidad porque había mucha gente dentro de los departamentos, el trabajo ha estado muy dividido”, explica por su parte Eva Martínez Álvarez, responsable de maquillaje de la serie, que dio un salto cuantitativo de la segunda a la tercera temporada (cuando entró Netflix), cuenta.
Desde el departamento de efectos especiales lo confirman. «Hay mucho detrás de todos los departamentos, todos están muy implicados con la serie y trabajan con mucha pasión y dedicación y eso se acaba notando”, agrega Javi Jal, responsable de efectos especiales. «Nos hemos juntado muchos locos por nuestro trabajo y la verdad que eso se ve y se nota».
La parte suya, apunta, es «el adorno». «Lo importante es el guion, que es lo que arma y hace de guía toda la serie, si tienes una historia buena que contar, el resto de los departamentos lucen». Pero aún así, ellos están sutilmente en todas las escenas.
“No hay casi plano en la serie que no tenga un efecto especial, donde no hay goteras hay partículas, humo, miles de cosas. Y esta temporada era de guerra y el reto era hacer algo bélico en un interior. Ningún director nunca se ha atrevido a hacer guerra en interiores, es una cosa novedosa en ficción, todas las guerras y pelis bélicas se han hecho en exteriores y nadie ha contado algo así”, explica Jal, que llegó a la serie en la tercera temporada.
También son sutiles las labores de vestuario, que van mucho más allá del icónico mono rojo. «Hay vida más allá del mono porque la serie está llena de personajes y personajillos y personajazos de todo tipo que no siempre van en mono, y hay otro vestuario que es muy interesante porque la serie va y viene entre pasado y presente», cuenta Díaz.
Aún así, confiesa que una de las cosas más divertidas de su trabajo ha sido «ambientar» el mono rojo, «lavarlo, tirotearlo, ensuciarlo»… Él fue el encargado, además, de rediseñar esta pieza cuando llegó a la serie en la tercera temporada y de hacer un mono más adaptable a cada actor.
«El mono de la primera y segunda temporada partía de un mono comprado, un mono estándar, al que se le habían aplicado una capucha y unas cremalleras y cuando nos enfrentamos a la tercera temporada quisimos rediseñarlo y confeccionarlo entero. Elegimos una tonalidad de rojo muy concreta que fotografiara muy bien y le aplicamos más cremalleras y piezas qué se pudieran quitar y poner, para que pudieran colgar con más facilidad las pistolas», explica el diseñador, que abandonó las pasarelas hace unos años para dedicarse a la ficción.
Sobre el final de la serie, todos están de acuerdo. Tenía que llegar, más antes que después. «Ya tenía que tener un final porque alargar la cosa más de la cuenta creo que no es bueno, para no defraudar y dejarlo en un nivel alto. Además, es una serie muy cansada y el agotamiento se nota con el tiempo, a nivel psicológico y físico. Así que ha acabado cuando tenía que acabar», explica Martínez Álvarez.
La serie acaba y los equipos se rompen pero «es como un campamento de verano, que al principio te pones muy triste cuando acabas, pero luego viene otro campamento y haces nuevos amigos, aunque el cariño de todo el mundo te lo guardas para siempre».