Por Manuel García Arévalo
Lucía Amelia Cabral es conocida en el ámbito literario nacional como autora de encantadores «cuentos para niños», en los que se dan la mano verso y prosa, hechos con abundantes metáforas e imágenes que les sirven para crear un mundo singular.
Narrativas con personajes y ambientes característicos y atmósferas seductoras, siempre desde una perspectiva edificante, como lo demuestra el conjunto de sus obras publicadas: Hay cuentos que contar (1977), Gabino (1979), Soy el plátano (1984), El camino de libertad (1999), Carmelo (2002), Mi abecedario (2011), Dime tú, que digo yo (2011), Soy el río (2011), Juan Bobo y Pedro Artimaña (2015), De cuando nació el niño Dios (2015) y Cosquillas en el corazón (2016), que la han hecho acreedora de la primera versión del Premio Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña de Literatura Infantil, 2021.
En Zumeca, su obra más reciente, la autora ha ejercido admirablemente el arte de la narración, al elaborar una ficción pensando en un público juvenil.
La novela que el lector tiene en sus manos es una conmovedora historia de amor entre Miguel Díaz de Aux, llegado a La Española en los momentos inaugurales de la conquista, y Catalina, la cacica del Ozama, convertida al catolicismo y que cautivó su corazón.
De los amores de Miguel y Catalina surgió la Ciudad Primada de América: Santo Domingo, a la que Felipe II llamó «Llave, puerto y escala de todas las Indias».
A la vez, de esa íntima y sugestiva unión entre el hidalgo español y la india taína, nacieron los dos primeros mestizos de los que se tiene noticia en el Nuevo Mundo. Uno de ellos, Miguelico, se llamó igual que su padre, quien lo reconoció y protegió como hijo suyo. Y, aunque su progenitor deseaba que se dedicara a la carrera eclesiástica, el muchacho se enroló, junto a uno de sus primos españoles, en las mesnadas de Hernán Cortés, para emprender la conquista de México.
Lucía Amelia Cabral cuenta en esta novela, con exquisita sensibilidad y sutileza, una romántica historia de encuentro y fusión de razas y culturas yuxtapuestas, en la que predomina, por encima de imposiciones y preeminencias de vencidos y vencedores, la solidaridad humana y la celebración de la vida.
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Con su capacidad narrativa, pletórica de sentimientos e imaginación, aunque con gran veracidad sin apartarse de la cronicidad de las Indias, la autora recrea en su novela los hechos acaecidos en los albores de la conquista, impregnándoles nueva vida y elocuentes atributos que emanan de las intensas relaciones indo-hispanas.
Nada escapa a la agudeza de Lucía Amelia al describir en los más mínimos detalles de la exuberante naturaleza de La Española, que el protagonista de esta novela histórica tuvo que afrontar para escapar a la acción de la justicia colonial, cruzando tupidas selvas de enmarañados árboles y caudalosos ríos, hasta arribar al cacicazgo situado en la ribera del río Ozama, donde su afectiva vinculación con Catalina cobra ecos y voces que dejaron sus huellas en la Historia.
De hecho, la feroz naturaleza insular se constituye en una de las principales protagonistas de este apasionante relato.
El sonido del viento entre las hojas de los árboles, el trinar de los pájaros, el murmullo de las aguas que corren a raudales, conforman esa cortina natural que sirve de telón de fondo en el que se enmarca la obra.
Esta novela es, también, una reflexión sobre la vida y sus inesperados avatares. Miguel Díaz, perdido en una tierra que desconoce y en espera de la muerte de un momento a otro, se mira a sí mismo en esos momentos finales en los que el ser pierde toda levedad; y en los que la soledad conduce indefectiblemente a una visión cargada de cuestionamientos con los que, como bien afirma la autora, «la angustia que precede a la muerte le amilanó».
Sin embargo, no desfalleció; los elementos le imprimieron nuevos bríos que se vieron compensados por la alegre compañía de un «aon» o perro taíno, de singulares cualidades y, finalmente, por la generosa acogida que le brinda Zumeca y su gente, integrándolo en las actividades de la aldea, regida por sus ancestrales tradiciones ergológicas y creencias mitológicas.
Al extremo de que Zumeca, como llama Lucía Amelia a la cacica taína, cambió su nombre por amor al de Catalina, al cristianizarse con la fe del bautismo introducida por los evangelizadores españoles.
De modo que, esta apasionante historiografía, en adición a lograr una apropiada valoración del papel protagónico de los personajes envueltos en la trama, establece vínculos cohesivos entre razas y culturas diferentes para dar dignidad a la condición humana.
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Con su nueva creación, la autora contribuye a engrosar la corriente literaria indigenista basada en las controversiales relaciones indo-hispanas que, al decir de Max Henríquez Ureña: «Probablemente en ningún otro país de América tuvieron los temas indigenistas tantos cultores notables».
Estamos seguros de que Zumeca, la novela que Lucía Amelia Cabral pone en manos de sus jóvenes lectores, con la ilusión de entretener y, al mismo tiempo, educar, logrará atraparlos en una red finamente tejida con palabras de su arsenal poético, en la que el paraíso perdido de nuestra isla sirvió de marco al amor y al nacimiento de una nueva estirpe de seres humanos por medio del mestizaje, que José Vasconcelos llamó la “raza cósmica”.
Finalmente, el hecho de que Lucía Amelia conjugue en Zumeca elementos de las vertientes históricas y literarias, donde la realidad se sitúa en un punto intermedio, en el cual el trasfondo biográfico de los protagonistas se recrea imaginativamente sin apartarse de la versión documental, nos permite hacer una breve ponderación de la relevancia que ha adquirido en la actualidad la novela histórica, género literario que cuenta con una gran acogida entre los lectores, lo que pone de manifiesto el creciente interés por el conocimiento del pasado.
La novela histórica se ha convertido en un extraordinario recurso narrativo y didáctico, a través de la cual la historia encuentra su más acabada expresión literaria.
En la concepción de Zumeca, la autora ha sabido conjugar la exquisita sensibilidad y timbre estético que la caracterizan, con una versión narrativa con dejo de nostalgia, para darle vida a los personajes y situaciones en que la actuación alcanza un protagonismo donde la imaginación se mezcla armoniosamente con los elementos históricos y el dato con la belleza del lenguaje.
Logra una obra apasionante, nítidamente impresa e ilustrada con sugerentes imágenes del artista Pascal Meccariello, que de seguro despertará en el lector una gran acogida por su gran relevancia estética y didáctica.
Hay que resaltar también, el valioso patrocinio ofrecido por el Grupo SID, liderado por Ligia Bonetti Dubreil, que dentro de su política de responsabilidad social corporativa ha impulsado la publicación de esta hermosa obra y de otras magníficas ediciones, las cuales han enriquecido notablemente el acervo bibliográfico nacional, tanto por su contenido temático como por sus atractivas ilustraciones.