Todos estamos expuestos. Nadie vive blindado. No existen vacunas, ni remedios que nos ayuden a evitar las eventualidades y circunstancias difíciles en la vida. Quizás, a uno le tocará vivenciar y gestionar conflictos en la familia, en la dinámica de pareja, en lo económico, de convivencia, por pérdidas y desajustes; de traumas no resueltos en la infancia, conflictos psicológicos, emocionales, sexuales, etc. Cada quien asume la existencia con vivencias no favorables para su bienestar y armonía en el proyecto de vida. Hoy sabemos que existen personas que son más vulnerables y riesgosas que otras, dado sus riegos genéticos, tipos de personalidad, la poca inteligencia emocional y social, la falta de habilidad, destreza y madurez, en saber cómo gerenciar una frustración, una crisis, un proceso, o una experiencia traumática. Pero, los indicadores de mayor daño colateral y de más desajuste, lo representan no saber poner nombre ni apellido a las crisis. Simplemente vivirla, padecerla, sufrirla y agonizar en ella, pero no tener claro por qué se producen, qué las origina, por qué impactan más en algunas personas que en otras. Peor aún, se padecen a través de enfermedades psicosomáticas (conflictos psicoemocionales no resueltos que se trasladan al cuerpo con síntomas sistémicos): migrañas, crisis asmáticas, problemas cardiovasculares o gastrointestinales, que no tiene una causa orgánica pero que se hacen presente de forma aguda, crónica y recurrente en una persona. Pero padecer crisis sin nombre y apellido a los conflictos no resueltos nos puede llevar a la depresión, ataques de pánico, soledad, vacío existencial, culpa, insatisfacción y desarmonía para alcanzar la felicidad, el bienestar y la paz. Esconder los desajustes, negarlos o desplazarlos, evitarlos y padecerlos de forma irresponsable o mediante el autoengaño, literalmente no es la solución. Algunas personas arrastran o viven emociones dolorosas que no superan nunca y lo peor es victimizarse. Para gerenciar o confrontar una crisis hay que ponerle nombre y apellido, nombre: ¿Qué la origina? ¿Por qué soy dependiente? ¿A qué le temo? ¿Qué temo perder? El apellido: ¿Qué daños colaterales me produce? ¿Cuál es el costo que pago? ¿No me permite fluir? Si ya la crisis tiene nombre y apellido, ahora decida con fortaleza emocional enfrentarla o gestionarla. Primero, identifique los factores protectores con los que cuenta; segundo, identifique los riesgos, desventajas, pérdidas y costo que conlleva enfrenarla; así sean, aceptar, perder, o poner distanciamiento emocional positivo, limpiar el closet y la despensa emocional, priorizar gastos, plan de ahorro, poner límites, aceptar sacrificios, etc. simplemente ser responsable con su vida, aceptar el miedo pero no paralizar los motivos y propósitos que sean asumidos. Siempre es bueno recordar que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional; cada persona decide su proyecto de vida, con libertad, felicidad y bienestar. Son decisiones personales que decidimos hacerla extensivas a los demás para que sean más resonantes y existencialmente más humana. Como decía Thomas Chalmer, “para lograr la felicidad hay que lograr tres cosas: alguien a quien amar, algo qué hacer y una esperanza”. Es decir, si somos responsables de nuestras vidas y de nuestras decisiones, porque aceptamos que otras personas le pongan nombres y apellidos a nuestra existencia, o que sean los que deciden con sus acciones, comportamientos o exclusión, decidir por nuestro estado emocional, por los espacios, con nuestros recursos, con la autoestima o la felicidad que tanto nos merecemos. A veces hay que preguntarse ¿cuán fiable es lo suficientemente fiable lo que deciden otros/as por nosotros? Hasta dónde somos manejables, influenciados, manipulados o controlados por los patrones de vida, del consumo, del confort, de las prioridades de la economía, la sociedad, la familia, amigos, grupos religiosos o partidos políticos. Pocas personas valoran la fiabilidad, lo positivo o lo equitativo que obtenemos en socializar o vivir con otras personas.
Para obtener resultados asertivos, equilibrados y resonantes, hay que manejar las adversidades, los procesos y circunstancias de forma inteligente, madura, empoderada y reflexiva, pero siempre hacia una meta, propósitos y objetivos donde uno se sienta incluido, valorado o respetado. El objetivo y propósito de vida es equilibrar el interior con lo exterior para fluir con tranquilidad, amor y paz. Las crisis tienen su bondad; nos ayudan a madurar, nos fortalecen y nos hacen más fuertes ante la adversidad.