Nuestra economía es cada vez menos competitiva, las empresas no ganan productividad por lo menos como lo hacen sus similares en países que deberíamos tenerlos como modelo. Nuestro sector externo está rezagado y muy volátil ha sido su aporte al crecimiento del PIB, lo que podría conducir a graves desequilibrios. De explicar casi la mitad (2.68 puntos porcentuales) del aumento medio anual del PIB de 5.5%, periodo 2012-2015, el aporte se redujo a la cuarta parte (1.7 puntos porcentuales) del crecimiento del producto de 6.6% en 2016.
De diferentes naturalezas son las variables del Índice de Competitividad del Foro Económico Mundial 2016-2017, pero la competitividad los resume. El Índice nos dice que empeoramos en el uso de los recursos para proveer prosperidad a los habitantes. Obtuvimos 3.87 puntos y retrocedimos doce lugares, al puesto 104 del ranking mundial entre 140 países analizados. Damos vergüenza, es inaceptable que Chile (lugar 33) sea tres veces más productivo y competitivo que nosotros y Costa Rica (lugar 47) más del doble.
Para ganar puesto en competitividad el reto es aumentar la productividad con los factores disponibles. Es un error posponer por más tiempo las reformas que desde hace tiempo demanda la economía. Es cierto, ganar productividad y competitividad es un asunto muy complejo, toma tiempo, pero también es verdad que debemos iniciar el proceso, Gobierno, empresarios y oposición política, deben ponerse de acuerdo para poner en marcha las reformas, es la única manera de variar la tendencia negativa que trae el Índice y reorientar el modelo productivo.
Nuestras empresas deben internacionalizarse para acercarnos poco a poco a los países más competitivos del planeta, para lo que es imprescindible aumentar el valor agregado y mejorar la productividad de los sectores pilares de la economía, como agrícola, manufactura, turismo, que son intensivos en el empleo de mano de obra de baja cualificación y bajos salarios. Y no quedarnos ahí, de sectores que no son tan intensivos en trabajo, pero de mucho peso en el Índice.
Si no tomamos la iniciativa el riesgo es que la urgencia nos la imponga la radical devaluación fiscal de Donald Trump. Podría empeorar nuestra productividad y competitividad relativa con Estados Unidos. Ha planteado reducir de 35% a 20% la tasa de impuesto sobre los beneficios de las empresas, para hacer la economía más productiva y competitiva, para que vuelva a crecer en porcentajes anuales de 4% y 5%, parecido a lo que sucedió en los 90 y durante algunos años en la década del 2000, pero duplicando la media de los ocho años de Obama que apenas superó el 2%.
Los Estados Unidos actualmente ocupa el segundo puesto en el Índice de competitividad, pero Trump no está conforme, quiere desplazar a Suiza que es el líder mundial. La teoría de sus asesores es la clásica. Le dijeron que la reducción de impuestos estimula la inversión y mejora la aplicación tecnológica, reduciendo el costo de los productos de exportación. Lo contrario con las importaciones, se encarecen en términos comparativos. La combinación de ambos efectos mejora el saldo exterior en el mediano plazo, aumentando el empleo y el crecimiento del PIB.
Es simple teoría planteada de manera parcial-todo lo demás igual. Los resultados podrían ser muy diferentes.