Diógenes Valdez (1941-2014) era de provincia porque nació en San Cristóbal, donde vivió, soñó y escribió en silencio, apartado de los salones literarios; pero fue universal por su obra creadora, que constituye uno de los aportes más significativos a la narrativa dominicana contemporánea. Como otros escritores ilustres del interior del país, sus incursiones en Santo Domingo y en el extranjero nunca desdibujaron el recuerdo del pueblo de origen, tan próximo a la capital y sin embargo tan distinto en muchos aspectos culturales.
Su primer libro de cuentos, «El silencio del caracol» (1978), recibió un merecido Premio Anual y anunció el nacimiento de un narrador torrencial que no dejó nunca de escribir, hasta su deceso el viernes 12 de septiembre de 2014. Sé que en San Cristóbal se mantenía activo y albergaba la ilusión de ver publicada una nueva novela. No conoció el descanso como escritor porque fue un infatigable trabajador de la palabra, siempre con un proyecto entre manos, que acariciaba y conducía a feliz término en forma de libro.
Como narrador hizo una de las contribuciones más prolíficas al cuento dominicano contemporáneo posterior a Juan Bosch, y fue galardonado en ese género en otras dos ocasiones: «Todo puede suceder un día» (1982) y «La pinacoteca de un burgués» (1992). Creo que él, junto a Armando Almánzar Rodríguez, posee la más extensa lista de títulos publicados por cualquiera de los cuentistas de los setenta del siglo pasado en adelante, algo verdaderamente encomiable si tomamos en consideración las complejidades de ese género y la apatía de un ámbito cultural en que los lectores de obras literarias forman parte de un grupo muy reducido.
En los años de apogeo de los Premios Siboney (1979-1985), Diógenes Valdez obtuvo un Premio en Literatura en 1983 por su novela «Los tiempos revocables». Su más ambicioso proyecto narrativo fue el conjunto de novelas que denominó «Sexteto de Fort Liberté», del que la colección del Banco Central de la República Dominicana incluyó su novela «La noche de Jonsok» (2000). Fue también periodista y un valioso autor de ensayos, identificado en su momento con las innovaciones literarias del Pluralismo de Manuel Rueda, su maestro y amigo, cuyo movimiento lo estimuló a escribir «Del imperio del caos al reino de la palabra» (1986).
Valdez estuvo fuera del país en su época de diplomático en Alemania y Uruguay. Al regresar sintonizó de inmediato con el medio cultural y se mantuvo activo a pesar de las dolencias que limitaban su movilidad, jamás su entusiasmo, porque era un escritor imparable y lúcido. Hizo valiosas contribuciones a la teoría del cuento en «El arte de escribir cuentos. Apuntes para una didáctica de la narrativa breve» (2003). No todas sus obras han tenido la suerte de ser reeditadas, pero puedo decir que era un escritor consciente de su quehacer creador y conocía las limitaciones del medio.
Como persona, Diógenes Valdez era un hombre correcto, hipersensible, reservado en su vida personal, pero conversador cordial, dispuesto siempre a la palabra amable con sus interlocutores. Cuando obtuvo el Premio Nacional de Literatura en el año 2005, sus amigos nos alegramos porque era un acto de justicia hacia un incansable trabajador de las letras y un ser humano decente. Ahora que él descansa en paz, su obra continuará recordándonos su presencia y su valía.