Recuerdo a los chicos de la barriada de la Francia y Villa Duarte, escuchando entre callejones donde abundaba la droga y la perdición, los casetes de Playero, que no era más que unas producciones traídas de Puerto Rico, como a nadie se le ocurriría escucharla en la radio.
Estos pasaban de mano en mano entre las calles de aquellos barrios nuestros, atestados de vicio y escasos de policías.
Recuerdo aquellas letras: “tengo una punto cuarenta. Puerto Rico, Puerto Rico, todos quieren fumar, por eso marihuana yo voy a cultivar”, entre otras frases que evidenciaban justamente el mundo al que pertenecían.
¿Quién se iba a imaginar que alguna vez ese mismo artista que cantaba en los casetes de Playero 1, 2, 3… 34, etc. iba a hacerse famoso e iba a colocar en la boca de la gente canciones como “A ella le gusta la gasolina”, a nadie le importó preguntar si era buena influencia tener a un tipo con antecedentes de haber salido a la luz pública con un grupo de prostitutas, pues total, él era el representante de un “movimiento” que se había hecho famoso.
Por la promoción y presentaciones en festivales de música latina en un país con profunda falta de identidad y corto de letras y criterio propio, se funde en admiración por esos personajes al extremo de colocarse en la posición de competir a ver cuál de ellos producía las letras más ácidas, más explícitas, más destructoras de la moral, buenas costumbres y de todo lo valioso que quedaría de los años post revolución. Solo hizo morirse Freddy Beras Goico y silenciarse la voz de la Comisión Nacional de Espectáculos Públicos y Radiofonía, para que un niño de tres años se descubra poniendo en su boca las palabras más sucias, violentas que jamás dominicano alguno sospechó que se dirían a la luz pública.
Canciones que traen un estilo de vestir, de vivir, de comer, de dibujos en la piel que marcan para toda la vida y drogas que hacen necesaria la risa y el placer, aunque sea a costa de la vida. Jamás pensé que tendría que escuchar a un hijo de una mujer de mi país tarareando que “conoce su pose favorita y que hablarte mal eso te excita, ni de llevar en su cuaderno de la escuela la foto de personas que en su vida privada no serían lo que soñaba Duarte cuando se despojó de todos sus bienes para forjar nuestra libertad.
¿Quien detendrá el avance de este terrible cáncer que ha traído el vestido de prostituta a la puerta del vecino, que justifica los hijos sin padre, las noches de luna y de amaneceres tristes? ¿Donde quedó el pudor, la moral, el sentido, la consideración y respeto al cuerpo. ¡Nadie oirá!
¿Qué más da? Si al final lo que importa es el dinero, no importa que el diccionario de la gente lo esté generando gente depravada.
No se dan cuenta que cada frase nueva, cada refrán, cada palabra nueva del diccionario de su hijo en el colegio, fue fraguada en la mente de alguien bajo el efecto de la marihuana.
¿A quién le importa que su hijo, en vez de estar en crecimiento personal, está en un play de pelota, soñando con que lo firmen, mientras dura horas expuesto a las letras de estos infames? Se sienten incómodos si su hijo va a la iglesia, pues después allí quieren “lavarle el cerebro”, mientras dura todo el día ensuciándoselo con un ritmo que le predica más que un pastor y al final no sabe si lo que tiene delante es una mujer o un animal, no sabe si es un ser humano o una propiedad para el placer, no sabe de sacrificios de responsabilidad de hombre, de trabajo duro. Y ella no sabe del dolor materno, de abnegación por la nueva generación a quien ella mese en la cuna. No importa, total… que lo resuelva la abuela. Total, no hay que estudiar para tener dinero…
Así, en esta sociedad enferma, pasan los días, apresando al hombre delincuente, olvidándose que él una vez fue muchacho y que el infierno no empezó en la adultez.
No hagan caso… total, estas son las letras de otro “evangélico más”.
En mi mente todavía sigue resonando la pregunta aquella que hizo la señora en la era de Trujillo… “Caramba, ¿será que aquí no hay hombres?”