El término hipocresía describe la falsedad en postulados y el engaño en la práctica; pero yo no sabría cómo definir la costumbre de propagar ideas y pensamientos desajustados de la verdad en forma bien intencionada y, sobre todo, tratándose de personalidades con elevados niveles intelectuales y culturales. Es el caso de muchos que frecuentemente hacen apologías a nuestra democracia y respaldan a ultranza el funcionamiento de las instituciones que la sostienen.
Mi visión es distinta, porque he visto el nacimiento, desarrollo y madurez de ese sistema en nuestro país y ha sido una aberración de principio a fin: Nació como una copia distorsionada de naciones con antecedentes históricos muy disímiles a los nuestros; fuimos autodidactas prematuros con maestría en fraudes y después convertimos la política en negocio corruptor utilizando grandes cantidades del erario para favorecer la voracidad de partidos entregando jugosas subvenciones (muchos cientos de millones de pesos) a organizaciones que, al día de hoy, son verdaderas entelequias políticas (algunos les dicen “cadáveres”) o son partiditos de los cuales solamente sobreviven sus siglas y dos o tres rostros notables, con lo cual los gobiernos, a través de una pantalla denominada Junta Central Electoral, se han transformado en corruptores por excelencia, motivando la avaricia de otros supuestos líderes que luchan en las comunidades por convertirse en nuevos parásitos del presupuesto de la nación.
En la inocencia no hay simulación por más inteligente que sea el niño, pero algunos adultos, con planificada malicia, se comportan como niños para inspirar confianza; de ahí que quisiera creer que es auténtica ingenuidad y no complicidad que motiva a muchos creadores de opinión a defender el desastre de nuestra democracia.