MÉXICO (EFE).- Miles de habitantes de Ciudad de México están convencidos de que en la capital existen pasadizos secretos que sirvieron tanto para conspiraciones políticas como para ocultar amoríos de los poderosos.
Las leyendas urbanas cuentan que en los pasajes secretos se fraguaban conspiraciones políticas, ocurrían orgías entre ilustres miembros del clero, o servían de refugio a guerrilleros.
No importa que cronistas e historiadores locales, consultados por EFE, insistan en que todavía no se ha encontrado ningún rastro de esos túneles. La leyenda urbana pervive e insiste en la existencia de pasadizos, cavernas y redes de túneles.
El centro de la actual capital mexicana, la antigua Tenochtitlán, asentado sobre una laguna, dispone de edificios prehispánicos, coloniales y modernos, como la Torre Latinoamericana, el primer rascacielos del país.
El historiador Guillermo Tovar y de Teresa es concluyente: «Los únicos túneles son los del Metro y el drenaje, todo lo demás forma parte del gran mito urbano generado por las diversas etapas constructivas de la capital».
El escritor Carlos Monsivaís comenta que los túneles que existen o existieron «no se han podido explorar» por lo que la creencia de los ciudadanos viene sólo de la necesidad de «imaginarse pasadizos secretos».
«De existir alguno seguramente estaría cubierto por el fango aunque ninguno apareció durante la remodelación del Centro Histórico», que comenzó hace unos cuatro años, acepta Juan Manuel Grajeda, un capitalino que, como la mayoría, está fascinado con el misterio que encierran estas historias.
Grajeda, también cronista urbano, llevó a cabo una serie de entrevistas y charlas con personas que estaban convencidas de la existencia de túneles.
En esta historia la prensa también puso su granito de arena. El 10 de enero de 1910, el diario El Imparcial publicó una crónica titulada «Una caminata por debajo de México».
La nota aseguraba que existía un túnel que conectaba al Castillo de Chapultepec con San Lázaro, donde actualmente se encuentra la Cámara de Diputados, pero historiadores, escritores y cronistas, afirman que su existencia es sólo una leyenda más.
Lo que sí aceptan es que hay un corto túnel debajo de la catedral que termina en la vecina construcción prehispánica del Templo Mayor.
Quedan entonces para el goce de los creyentes los relatos que aseguran que debajo del Palacio de la Inquisición, en la calle de Brasil, habían calabozos y túneles que lo conectaban con la catedral, el Palacio Nacional y hasta el Palacio de Minería.
Rafael González, encargado de la Biblioteca del Palacio Nacional, afirma que él supo de historias acerca de túneles secretos en la sede del gobierno federal.
Y sostiene que la razón posible de que en alguna época hubiera existido un túnel o salida secreta es para resguardar la seguridad del Presidente de turno.
El Palacio de la Inquisición es uno de los lugares en los que más se nutre el imaginario popular al vislumbrar la existencia de calabozos ocultos, salas de tortura y sótanos infernales.
El guía de turistas del Palacio Nacional recuerda que alguna vez le contaron que en la calle Academia, en lo que ahora es el Museo José Luis Cuevas, había un convento que tenía un túnel que llegaba a la Catedral Metropolitana.
Los vecinos de la Plaza de Santo Domingo tienen otra historia que contar sobre uno más de los supuestos túneles que conducían a la Catedral metropolitana. Don Sergio, vecino del lugar, dice que en una vecindad de la calle Leonardo Valle «donde hace mucho tiempo fue un convento estaba este gran túnel y se decía que allá abajo lo ocupaban para enterrar a todas las criaturas que tenían las muchachas».
La proliferación de estos relatos fantasiosos es para Edgar Tabares, compilador desde hace nueve años de la Historia Oral de los Pueblos y Barrios de la Ciudad de México, uno «de los riesgos y riquezas de la historia oral».