Como una saga a mi pasada entrega titulada “No todo está perdido”, hoy quiero mencionar algunas de las cosas que sí están perdidas como memorándum repetitivo a los que deseen arriesgarse a encontrarlas:
El costo de la vida, no hay forma de que descienda; los tapones son cada vez más asfixiantes a pesar del Metro y los elevados; la basura, cada vez más abundante y peligrosamente mal dispuesta; los inefables apagones, ya con edad de tener nietos, tan tenebrosos y primitivos como la oscuridad de un sistema educativo arcaico haciendo ahora más escuelas que maestros; la importación forzada de hábitos y costumbres de otras latitudes y allende nuestra frontera; nuestro sistema de salud pública que hemos sido incapaces de modificar progresivamente para favorecer a los más necesitados; la corrupción de nuestros políticos y gobernantes y mil etcéteras más que el espacio no nos permite citar.
Los hijos de mi fantasía y mi ridículo optimismo, se han unido para formular una hipótesis de solución a esos problemas ya ancestrales de nuestra nación: Primer paso, retirar el atributo de varita mágica a las elecciones y olvidarnos de que la selección mayoritaria de un hombre y su camarilla partidaria para gobernar significa el cambio de lo bueno por lo malo; segundo paso, fanatizarnos en el cumplimiento de la Ley, comenzando por la Constitución de la República y que el presidente sea quien ponga los ejemplos de honestidad y respeto, facilitando real y efectivamente los recursos para instrumentar los procesos contra cualquier miembro de su gabinete que sea un ladrón y tercer paso, crear conciencia en la ciudadanía de que lo anterior es sumamente difícil, pero no imposible.