Los efectos negativos del modernismo

Los efectos negativos del modernismo

TEÓFILO QUICO TABAR
Muchas personas, sobre todo analistas, orientadores y dirigentes con posibilidades de hacer opinión pública, con frecuencia pasan por alto los efectos negativos que se producen en la sociedad, a medida que se logran los llamados avances modernistas y los lleva a decir que el país avanza y progresa, mientras las mayorías solo se enteran por los medios o los ven pasar por su lado.

Para ellos se constituyen en nuevas formas de irritación. La verdad es que pareciera como si se iniciara una especie de ahogo colectivo provocado por la asfixia de la desesperación y la impotencia de la gente, ante los rigores que les impone una sociedad que dice avanzar y modernizarse y que a su vez les impone nuevas cargas y presiones que no pueden resolver ni aguantar, teniendo por otro lado un derroche grupal y oficial que crea contrastes que se convierten en detonantes.

Un tiempo atrás, cuando la vida era más simple, menos fastuosa, con menos imposiciones sociales y menos bombardeo consumista, aunque muchos vivieran en medio de la estrechez, al no existir tantas diferencias sociales ni tantas ostentaciones, no se producían esas separaciones que se agigantan a diario creando no solo irritación, sino mucho más que eso.

Los que tienen la oportunidad permanente de convivir con la realidad que viven las mayorías, incluso mantener contacto con los que forman parte del que defino como «grupo privilegiado de los que tienen trabajo o ingresos fijos», que tienen que ir a sus labores lo más parecido a elegantes o bien presentadas, saben a cuáles diferencias nos referimos y de cuáles limitaciones hablamos.

Trabajar en una empresa u oficina donde están presentes casi todas las cosas que forman parte del llamado mundo moderno, o sea, aire acondicionado, computadoras, carros lujosos, agua, electricidad permanente, limpieza, sanitarios, calles asfaltadas, seguridad, etc., y salir a las 5 o las 6 de la tarde a montarse en uno o dos carros del concho o guaguas que los lleven lo más cercano a sus hogares y luego caminar por calles o callejones llenos hoyos empolvados o enlodados y casi siempre oscuros y poca seguridad, para llegar a sus hogares, muchos sin sanitarios, rogando a Dios que haya luz o por lo menos agua y encontrarse con el griterío de los muchachos o de su cónyuge sin trabajo y con una lista de problemas, no es nada estimulante.

Pero esas cosas que narramos, que para algunos podría significar una odisea exagerada, es lo que vive la mayoría de los hogares dominicanos. Pero no los hogares de gente que no se conocen o que viven en lugares lejanos, hablamos de hogares de gente con las que a diario se convive, aunque oculten lo que padecen. Personas que trabajan en bancos, en oficinas gubernamentales, en grandes comercios, en grandes empresas, en las casas de los ejecutivos y de los que forman parte del grupo de privilegiados que disfrutan del avance y del modernismo. Pero esas son las personas que tienen trabajo o ingresos fijos, muchas de ellas profesionales y técnicos con salarios que no alcanzan a cubrir siquiera la llamada canasta familiar. Hombres y mujeres que se enteran más que nadie de lo que se llama avance y modernismo y sienten la necesidad de ellos, por lo menos de un inversor, un televisor con cable, una lavadora, un carrito y todo lo que el mundo del bombardeo publicitario modernista les induce.

Los otros, los que forman parte de la mayoría que no tienen trabajo fijo y que viven del “chiripeo”, de la imaginación, incluso de la «aventura» para levantar los pesos para poder obtener la más mínima expresión de lo que pudiera llamarse vivir, que por la naturaleza de su diario afán tienen que deambular por las calles de Dios, conocen de los avances modernistas, incluso más que los otros y también sienten tentación por lo prohibido para ellos, lo que muchas veces los induce a recurrir más a las aventuras que al “chiripeo” para lograrlos. Tabasa1@hotmail.com

Publicaciones Relacionadas

Más leídas