Recientemente, la desacertada decisión del Ministerio de Turismo de promover un torneo de polo en California honrando la memoria de Rubirosa, alarmó a propios y a extraños. El periodista Javier Valenzuela, del diario El País, publicó Rubirosa, un pene con pedigrí, burlándose del intento de exaltar al rufián.
Ese dominicano, nadie lo duda, fue un chulazo. Macho encantador, viril y expoliador de mujeres, capaz de propinarle una paliza a la que se lo mereciera. No es que fuera un proxeneta manejador de putas, como define el adjetivo la academia. De ninguna manera. Entre nosotros, el chulo tiene prestigio, traspasa los límites del prostíbulo y la vulgaridad. Aquí le admiramos y le damos categoría.
Sin embargo, el nombre preciso para el resucitado Rubi es el de gigoló: hombre que vive de las mujeres a cambio de favores sexuales o sentimentales. Aunque sí es verdad que ejerció de playboy, viviendo dispendioso entre fiestas y fornicaciones. Su virilidad circense devino en mitología, y muchas quisieron verificar la leyenda personalmente.
Su hazaña inaugural no fue de faldas, fue de pantalones con bicornio. Sedujo a Trujillo, quien al verle la estampa lo incorporó de inmediato en la Guardia Presidencial. El sátrapa sufría desvaríos por los hombres refinados y de buen ver, por eso, sin importarle el maltrato y el abandono de la hija, lo mantuvo a su lado.
El sagaz Casanova, agradeciéndole la distinción y los nombramientos, fungió de espía, lavador de dinero, y hasta llegó a maipiolar para el díscolo primogénito del dictador.
Conquistó a la perturbada pero riquísima Barbara Hutton, y luego de cincuenta y un días pusieron fin al matrimonio. Salió de esa cama con los bolsillos llenos. Anteriormente, a otra millonaria, Doris Duke, le sacó una mansión, un avión y medio millón de dólares. Así pudo seguir chuleando y morir borracho en un Ferrari. Entre tanto, le amorató un ojo a la actriz Zsa Zsa Gabor, pa que respete.
Explotador por excelencia, siendo embajador en Francia, aumentó sus caudales con el holocausto, cobrando joyas y dinero a los judíos que huían despavoridos del nazismo.
Ahora, en tiempos de feminicidos, es importante recordar a este chulesco personaje y tener en cuenta que los varones dominicanos lo hemos glorificado; es un icono de la erótica machista, igual que el chulo del barrio y del cabaret. Un tíguere bimbin. Está enclavado en nuestra identidad masculina deformando la manera de relacionarnos con nuestras mujeres.
Por suerte, una novedosa, lúcida y veraz percepción de este sofisticado granuja nos hace comenzar a rechazarlo.
Entendemos ahora que él, y muchos de nuestros héroes, contribuyen a la tendencia aberrante del varón dominicano de vejar y matar a sus parejas.
Este inescrupuloso gigoló- el chulámbrico que todos queremos ser- nos enorgullece, y para muchos sigue siendo un modelo glamoroso e idealizado, paquete completo, con el abuso y las trompadas.
Por eso, no es casual que brillantes promotores turísticos quisieran presentarlo como un encanto tropical.
Sol, merengue y chulería. Pasaje y estadía, todo incluido.