Vivió en Santo Domingo, prestigiando estas tierras donde escribió algunas de sus obras más preciadas. Lo que conoció en su estadía de casi tres años, quedó perpetuado en sus historias, comedias, dramas, poesías, dando a conocer el país desde los lejanos días del siglo XVI cuando también fue aquí maestro, misionero, alfabetizador y combatiente de la pobreza material y espiritual.
En gesto de gratitud, y para inmortalizar su memoria, se designó una calle con su nombre que permaneció durante aproximadamente 10 años, pero lo quitaron para asignarlo a una plazuela.
Con esta decisión, prácticamente se borró del mapa del Distrito Nacional el nombre de Tirso de Molina, el ilustre “prócer de las letras castellanas”, el fray Gabriel José López Téllez religioso, teólogo y filósofo que consignó desventuras, costumbres, sentimientos, tragedias, lugares, alegrías, esperanzas y riquezas de este pueblo que quiso.
Quizá motivados por el orgullo de haber compartido el terruño con tan insigne huésped, numerosos historiadores del país escribieron en torno a esta presencia. El mundo, y los propios dominicanos, tal vez ignoran lo que relatan sobre Tirso de Molina en Santo Domingo.
La más tierna, documentada y conmovedora historia de esa presencia la publicó Flérida de Nolasco en 1939. Además de analizar sus obras, la cronista recoge las impresiones del dramaturgo referentes a la Primada de las Indias y su gente.
“Ligado está Tirso de Molina a nuestra Patria por lazos de afecto y de espiritual devoción, los cuales son fortísimos e indestructibles, sobre todo para un religioso cuya profesión obliga a desasirse de los vínculos del mundo y de la sangre”, enfatiza.
Agrega que “si tanto se interesó Tirso de Molina por las cosas de Santo Domingo, si con tanto fervor amó a nuestra venerada imagen de las Mercedes, y si tan feliz se sintió viviendo junto a ella en el convento de esta ciudad, podemos considerarlo como parte integrante de la historia viva de este país, y en consecuencia honrar su nombre como algo que pertenece también a nuestra Patria”.
¿No es justo que se recupere su recuerdo volviendo a denominar una avenida con su nombre?
En la plazuela “Tirso de Molina”, descrita en 1943 como “convertida en un hermoso jardín”, están ausentes las flores. La fuente se secó. La habitan desperdicios. Tirso es una línea en la tarja que destaca otros asuntos. Dice: “En el siglo XVI vivió Tirso de Molina, creador del personaje Don Juan Tenorio”. El título es sobre la iglesia de las Mercedes. La estatua que se impone es la del padre Pío de Pietrelcina.
Experiencias de Tirso. Publicó los recuerdos de su memorable viaje. “La Real Audiencia (que reside en la isla Española y ciudad de Santo Domingo) escribió al Supremo Consejo de las Indias proveyese de religiosos nuestros, ejemplares y doctos, para reformar los monasterios que en aquella Provincia necesitan de letra y observancia. Lo cierto es que la pobreza suma de aquellas partes descaminaba a los nuestros y así, quedando solo los inútiles, padecía la Religión algún descrédito… La falta de lo preciso para la vida desbordó agora en esta isla lo político y lo religioso”, apuntó.
Ese 1616 viajaron los frailes Juan Gómez, Diego de Soria, Hernando de Canales, Juan López, Juan Gutiérrez y él, “el que menos hizo y valió menos”, anotó con humildad.
Manifiesta Flérida de Nolasco que con el cambio de ambiente su pensamiento se vigorizó, creció su fantasía con la contemplación del océano y se agrandó su visión. Dice que en sus escritos aparece el mar caribe como fondo de sus cuadros escénicos.
Hasta a su riquísimo léxico, señala, afloraron nuevas palabras con nombres indígenas, como tiburón, cacique, jícara, petaca, jején, guayabo, mamey, piña, maíz, cacao, yuca, cazabe…
Narró milagros “obrados por la mediación de Nuestra señora de las Mercedes”, cuya imagen donó Isabel la Católica, y el predicador aseguró que “fue la primera que pasó a estos lugares”.
Describe cómo el rostro de Nuestra Señora lucía triste, lloraba, palidecía o se alegraba en especificas circunstancias.
Vivió la experiencia de un sismo que dice ocurrió en 1617, “el desgraciado suceso” que “destrozó lo mejor y la mayor parte de aquella grande y fértil isla”. Manifestó que “fue un terremoto horrible… que duró más de 40 días con mortales temblores de la tierra a tres y cuatro veces en cada uno”. Vientos, tempestades y las transformaciones de la faz de la virgen durante el suceso acompañan sus amplios pormenores.
Tirso estuvo, además, entre los sacerdotes que escogieron a las Mercedes como patrona del pueblo dominicano, al año siguiente de la catástrofe. “Era entonces presidente de la Chancilleria Don Diego Gómez de Sandoval”.
Aquí escribió dos libros, aunque autores señalan que “se refieren a Santo Domingo”: “Historia general de la orden de la Merced” y “Deleytar aprovechando”. Nolasco cita, además, a “las crónicas de la Merced”.
La calle. El 13 de noviembre de 1934, el cabildo decidió: “La calle que partiendo de la “Diego Colón” (Enrique Henríquez) con dirección sureste hasta la avenida Independencia, paralela a la calle Las Carreras, se llamará Tirso de Molina en memoria de aquel genio de la literatura española que residió por lo menos dos años en el Convento de la Merced de esta ciudad”. Esa es hoy, la “Bernardo Pichardo”.
Pero el cinco de noviembre de 1943 el presidente de la Academia Dominicana de la Historia (Federico Henríquez y Carvajal), solicitó que la plazoleta contigua a la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes fuera la que llevara el nombre “por ser la más apropiada…”.
La gratitud reclama una avenida para el insigne mercedario, maestro y gloria de las letras universales. La honra sería mayor para el país.
Resucitó Tirso.
Flérida de Nolasco escribió que Tirso “es un resucitado del siglo XX” porque todavía en 1906 había carencia de datos sobre él.
En ese renacer los artículos en torno a Tirso en esta isla abundaron, y Alfau Durán publicó la Bibliografía de Tirso de Molina: Rafael Américo Henríquez, Américo Lugo, Cipriano de Utrera, Max y Pedro Henríquez Ureña, Abigail Mejía, Gustavo Mejía Ricart, Bernardo Pichardo, Emilio Rodríguez Demorizi, Apolinar y Emiliano Tejera y el propio Alfau Durán describieron su vida en el monasterio.
Un trabajo de su biógrafa, Blanca de los Ríos de Lampérez, fue reproducido en 1948: “El viaje de Tirso a Santo Domingo y la génesis de “Don Juan”. En la efervescencia, Fray Manuel Peredo Rey, mercedario, publicó que había aparecido un retrato de Tirso, pero Alfau Durán buscó opiniones autorizadas y, en una “Rectificación necesaria”, declaró que tal imagen carecía de valor histórico y artístico, que se trataba de “una copia vulgar y corriente del pintor local Oscar Merín…”.