Hurgando en mis papeles escritos y textos sobre el Arte que yo conservo con celo y cariño, algunos publicados y otros en espera de hacerlo, tuve la gracia y la suerte de encontrar uno de ellos dedicado al buen amigo y gran pintor Guillo Pérez, ya lamentablemente ido de este mundo, que trataba un tema importante sobre el quehacer de este. Se trataba del giro que Guillo dio a su estilo de pintar en el año 1970. Fue un cambio radical en beneficio a su trayectoria. De haber sido un pintor abstracto durante un tiempo, convirtió la forma de pintar en una grata y excelente manera figurativa de hacer arte. Reproducimos hoy ese artículo dedicado a Guillo, a su recuerdo y con la intención de que nuevos lectores tengan una idea clara de ese aspecto importante en la exitosa carrera artística del maestro Guillo Pérez.
Cuando el criterio del color y la forma o anti formas al servicio de la subjetividad inválida o inconsecuente toma el camino de desaparecer y no volver la mirada atrás, entonces sí los caracteres filosóficos e ideológicos de un pintor se están tornando en prácticos instrumentos al servicio del hombre de toda una generación; o quizás, quien sabe, de la humanidad.
Ese fenómeno dialéctico de cambio progresista, acaba de realizarse en la conciencia artística ¿y por qué no política? De un discutido, cotizado, mil veces alabado pintor de esta hermosa y triste tierra, quien responde al nombre artístico de Guillo Pérez.
Su obra y su perfil han sido tan difundidos aquí y un poco más allá, que yo diría que con su mote simple de combate: Guillo, todo el que sabe lo que pasa en este país, está claro que la referencia es el cinco veces premiado pintor. Cuando comienzo este trabajo haciendo el señalamiento del cambio en la conciencia artística de Guillo Pérez, lo hago porque este aspecto va a ser la piedra angular en la cual va a girar todo este juicio crítico.
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Para mí es tan importante esta nueva expresión de nuestro pintor, la cual hace pública en su última Exposición en Artes de Santo Domingo, que a nuestro juicio divide tajantemente dos criterios, dos puntos de vista, dos conceptos estéticos, dos enfoques ideológicos del artista, y que va a marcar en él dos épocas, mejor decir, dos rumbos: aquel, el fácil, lucrativo y loado por los decoradores de mansiones suntuosas, que lo condujo a la pintura abstracta, y este difícil y escabroso camino, expresión de la realidad en forma y sentido, narrador concreto en hermosa visión subjetiva del artista consecuente con el espectador; el camino que abraza el arte valedero, serio: el Arte Figurativo.
Hasta esta última exposición en Artes de Santo Domingo, Guillo había sido lo que podríamos nominar como un magnífico artesano del color, como él, nadie, pero ¿dónde estaba el esqueleto gráfico de las cosas, el esqueleto conceptual que ubicaba en el tiempo, lugar y orden la intención artística, esa estructura con forma y denominación semidesnuda, inconclusa, que quería ser esa verdad a medias? Sinceramente, no existía.
Solo existía una gramática simbolista del color, o sea, los elementos puramente ópticos como medio de la expresión. Premisas falsas y acomodaticias que entran en franca contradicción caprichosamente en cada “teórico” de la abstracción.
Ejemplo ampliamente demostrativo lo tenemos en los padres y grandes estetas de la pintura abstracta: Basilio Kandinsky y Piet Mondrían. El primero, famoso pintor ruso, sostenía que el Arte y su belleza solo eran tal en belleza, solo eran tal en “improvisaciones” cromáticas que dependían de leyes ópticas en que cada forma estaba obligada a determinado color, por ejemplo; el amarillo es colocado en relación con el ángulo recto y el cuadrado; y el azul, con el ángulo obtuso y el círculo.
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Mondrían, por el contrario, hablaba de veladuras monocromáticas, que colorean la verdad pictórica, que solo estaba en la belleza de las líneas rectas encontradas perpendicularmente. Así podrían existir infinidad de pintores abstractos que señalarían el color azul como intimista, otro color de optimismo, aquellos como el del equilibrio, psíquico, etc.
Hoy en Guillo ya no existe el color rosa, el color amor, ternura, tristeza o dolor; existe el color sí, pero el color para pintar las cosas, el color como elemento vital que tienen las cosas vivas o muertas, el color que ambienta la expresión de la realidad artística, sea esta móvil, estática, inerte o convulsa, el color subjetivo que le corresponde en la obra de arte a la realidad. Hoy en Guillo existe otro color, no importa que las leyes ópticas nos digan que son iguales sus vibraciones.
Un color en función de la forma y la figuración, un color complementario como elemento pictórico de un nuevo factor artístico hermosamente positivo que asoma en la pintura de Guillo: la forma y la estructura da figura. A Guillo se le ocurre la más feliz de las determinaciones: la de ser un pintor figurativo. Para esta iniciación formidable y espléndida toma de la mano un tema colonial.
Guillo desentraña del regazo capitalino monumentos religiosos que dan fe y enseñanza de la negativa fuerza que nos lanzó al mundo civilizado (léase bárbaro) por vez primera. Así vemos densos empastes y luminosos colores recorriendo barrios y calles para quedar fijos y estáticos sobre templos y rincones centenarios.
En esta nueva pintura de Guillo hay un sentimiento de felicidad inocente, gruesas capas de óleo superpuestas con una calidad efectiva sobre estructuras geométricas que pierden, a veces, corporeidad al co existir con la atmósfera envolvente.
Guillo narra parte de nuestra historia sin pretensiones críticas; ensambla color, pasta y saco de yute y los resume en materia expresiva y luminosa. Guillo empieza a aprisionar la ciudad y a entregárnosla en ricas piezas como partes del más hermoso rompecabezas. Nuestro pintor llega a momentos tan felices en la ejecución creativa, que dibuja, a punta de espátula, arabescos decorativos de fachadas en múltiples colores puros extraídos del tubo.
Me da una sensación de estar frente a un Utrillo antillano, con sus colores y temas de aquí. Como en Utrillo, en Guillo hay una ausencia total del hombre, solo se canta a la piedra sobre piedra que el hombre colocará y de la que hoy renegará. A esos monumentos austeros, raros y simples, nuestro pintor logra conferirles esplendor y escuetos enfoques frontales o cuando los acoda en tierna o ingenua perspectiva.
Guillo se cansó de rebuscar técnicas y artificios, hasta que se encontró con la verdad; un arte sencillo y tierno o amargo o triste: una auténtica visión de la realidad.
En su nueva posición frente al arte, Guillo deja de ver a las claras una fuerza joven y una alegría que recién nace y la firma madurez de quien no envejece. Y a la vez, en el paisaje, Guillo asoma, frágil y sensible, el testimonio de la lealtad descriptiva de nuestro artista, nos habla de una semblanza donde el color, en franca armonía con la forma y los detalles gráficos, nos cuentan con la más sutil, extraña, personal y hermosa presencia el ya claro testimonio figurativo que anida en el pensamiento y fulgor creativo en el nuevo pintor valiente y decidido que ya es Guillo Pérez.
Todos debemos alegrarnos de que el más vendedor y más cotizado pintor nacional haya dejado de ser lo que fue: un artesano del color, y se convierta en exponente de un arte serio y permanente.
Escribimos este enfoque crítico a Guillo Pérez con alegría porque siempre fuimos personas en total desacuerdo con su obra anterior y el pintor fue testigo de nuestra firme posición que abogaba por este cambio feliz que nos llena de satisfacción.
Este primer paso que Guillo acaba de dar en la pintura figurativa, debe ser el inicial de un largo camino que recorrer.
El artista tendrá que estar más comprometido con su sociedad y tendrá el insoslayable deber de ser motor coadyuvante en el resurgimiento de la felicidad material y espiritual de nuestro pueblo.
Hicimos una retrospectiva en el transcurrir y les ofrecimos la vieja nueva de Guillo de lo abstracto a lo figurativo, transformó un alegre divertimento en una hermosa, firme, crítica y verdadera pintura.