Impostergablemente, el Gobierno y el cabildo local tenían que lanzarse a sacar a la avenida Duarte esquina París de la sórdida mezcla de vendedores, vehículos y peatones en generalizada y recíproca agresión por estrechez y caótica diversidad.
Arrabal de tremenda dimensión en un cuadrante de la superpoblada ciudad de Santo Domingo en la que crecientemente se hace imposible vivir en paz, sin obstáculos en numerosas aceras ni focos de contaminación sonora, atravesada por motociclistas que violan hasta las leyes de la naturaleza constituidos en agresivos e irrefrenables invasores más que en usuarios del tránsito.
Ya ha quedado, alarmantemente, sin límites geográficos urbanos la instalación de aparatos musicales de excesivos decibeles que destruyen la tranquilidad y dañan la salud emocional de habitantes cercanos, brotando hasta en polígonos centrales para atraer a los negocios unas multitudes extralimitadas que se instalan con desafuero de entusiasmos y de ingestas alargadas hasta las madrugadas.
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Los enemigos del sosiego de muchos capitaleños son los nuevos portadores de patentes de corso y detrás de la siempre sospechosa tolerancia a las alteraciones al orden público, que ese es el caso ni más ni menos, suelen aparecer unos inmorales padrinazgos.
No debe persistir la condescendencia a la proliferación de locales contrarios a la convivencia y al recogimiento de las familias.
Respaldo total a cada acción en contrario.