He oído y leído a escritores y otros artistas decir que el arte no hay que comprenderlo sino sentirlo. Entonces, me pregunto: ¿Puede sentirse, disfrutarse, gozarse, algo que no comprendemos? Es el tema contenido en la pregunta que da título a esta serie de entregas. Hurgaremos para tratar de exponer algunas ideas sobre la psicología del receptor, de quien recibirá la obra de arte. Para ello, debemos escuchar las inquietudes sobre el tema, por parte de aquellos a quienes van dirigidas dichas obras. Por ello, empezaré relatando tres anécdotas que evidencian lo pensado por los espectadores de tres disciplinas o ramas del arte: el cine, la música y la pintura.
PRIMERA ANÉCDOTA: CINE
En mis iniciales años de estudios en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, conocí a una hermosa muchacha que estudiaba medicina. Nos enamoramos e hicimos novios. Evidentemente, enseguida empecé a ir con ella a ver excelentes películas, pues le gustaba el buen cine, y a mí también. Es decir, filmes de autores de gran creatividad, profundidad de pensamiento, conmovedores diálogos, guiones conceptualmente valiosos, actores de calidad y otros detalles. De directores como Costa Gavras, Woddy Allen, Stanley Kubrick, Passolini, Bertolucci, Lina Wertmuller.
La hermana de mi novia me pidió en un par de ocasiones que le ayudara a seleccionar películas para ella ir a verlas. Le ofrecí varias opciones.
Es significativo hacer hincapié en lo que ocurrió en una ocasión en que se llevó, finalmente, de mis consejos:
Me dice: “Juan Freddy: Unas amigas y yo queremos ir hoy al cine. ¿Qué nos recomiendas?”.
Le indico: “Vayan a ver ‘Los Cuentos de Canterburry’, de Pier Paolo Pasolini”.
Así lo hizo, cuando la veo al otro día, están juntos mi novia, la otra hermana, su tía con esposo e hijos.
Dijo: “Señores: No vayan nunca a ver películas que recomiende Juan Freddy, porque son clavos; van a aburrirse y dormir en el cine”.
SEGUNDA ANÉCDOTA: MÚSICA CLÁSICA
Ocurrió cuando yo trabajaba como creativo publicitario y visitaba clientes. Estaba reunido con el director ejecutivo de una de las más importantes empresas del país. La conversación dio muchas vueltas a los temas de negocios, y de repente caímos en hablar de arte, literatura, etc.
Le digo: “Me gusta mucho la música clásica, tanto como la popular”.
Me responde: “¡No me digas! Pues llámame cada vez que haya conciertos o temporadas sinfónicas en el Teatro Nacional, porque la empresa patrocina muchos de ellos, y las boletas se pierden. Se les ofrecen a los empleados, pero no les interesa ir”.
Así lo hicimos. En cada ocasión, lo llamaba y me tenía por lo menos un par de boletas. Pero un día, yo, lleno de curiosidad, le formulo la siguiente pregunta:
“Mi hermano: “¿Por qué tú no vas a las presentaciones de música clásica?”.
Sonrío irónicamente, y me dijo: “Porque los asientos del Teatro Nacional son muy incómodos para dormir. Si tuvieran la forma de un cheilón de playa, así recostaditos, tal vez me decidiera a ir”.
Sonreí, convencido de por qué tampoco los demás empleados iban a los conciertos.
TERCERA ANÉCDOTA: PINTURA
Estaba a punto de iniciar una reunión en el Ministerio de Cultura, al lado de la Sala Ramón Oviedo (que me han dicho, -ojalá no sea cierto- que ha sido lamentablemente cerrada), con empleados del Ministerio. En esa ocasión, se exhibía la obra de un artista del pincel cuyo estilo y forma eran abstractos, esa interesante y valiosa corriente pictórica cuyo original y principal cultivador al genial artista ruso-germano-francés Vassily Kandisnky.
Una de las jóvenes empleadas me dice: “Voy a serle sincera: La obra de ese pintor que está en la sala no me gustan de ningún modo”.
Pregunto: “¿Por qué?”.
Ella señala: “No entiendo nada de lo que contienen los cuadros. Son unos manchones, rayones, una mezcla de colores que no me comunican nada. Yo podría pensar o interpretar cualquier cosa sobre su forma y contenido”.
CONCLUSIONES
De estos relatos, podemos sacar varias conclusiones relativas al tema que nos ocupa. La primera: es evidente que para entender una obra de arte, el espectador debe tener una serie de pre-supuestos mentales, conocimientos, tendencias y vivencias que lo asocian a las del creador; incluso es posible que compartan manías, enfermedades, creencias, descreencias, virtudes, defectos, gustos individuales que conforman un común denominador que facilita o dificulta su acercamiento a la obra y al artista. Con frecuencia, les vienen de la manera y atmósfera en que se dio su formación humana, niñez, adolescencia y adultez, estudios, lecturas, experiencias y vivencias personales, e incluso, del ambiente en que fue criado desde niño.
Obviamente, un buen ejecutor de la obra de arte debe lograr llegar a un espectador que no comparta con él estos detalles biográficos, y provocar en cualquier ser humano normal las emociones que se ha propuesto comunicar.
La segunda: hay distintos tipos de obras de arte, dependiendo de las referencias que emplee el autor. Unas son más intrincadas que otras debido a que están dirigidas a un espectador con cierta formación y nivel de conocimiento que lo capacita para interpretar con mayor facilidad los símbolos allí contenidos. Por ejemplo, los poemas surrealistas, simbolistas, modernistas, barrocos, tienen estructuras que exigen un lector más informado y formado que el requerido por un poema clásico, renacentista, romántico, realista.
Claro, eso no indica que el primer grupo de poemas sean superiores al segundo, ni viceversa. Lo que evidencia es las diversas y ricas posibilidades creativas que tiene el arte, y los distintos lectores que puedan conformar el blanco de público o target elegido consciente o inconscientemente por el artista.
La tercera responde la pregunta fundamental que hace el titular de esta serie de artículos: definitivamente, un espectador no puede gozar de una obra de arte sin entenderla, sin dominar los elementos que estructuran la obra, lo cual le permitirá descodificarla, desestructurarla, desconstruirla y volver a estructurarla o construirla. Es decir, debe conocer sus claves, las guías, la bitácora para entrar a su laberinto, conocer sus retruécanos y la feliz salida del mismo.
Ojo: conocer la obra y sus claves no quiere decir que deba ser un experto curador, crítico, nadador veterano por las profundidades abisales del mar de la disciplina creadora de que se trate. Tampoco significa que deba dar una descripción verbal detallada de lo que ve, escucha o lee. No.
Es como sucede, ejemplo, con el acto de ver. Para ser buenos observadores debemos dominar los movimientos de nuestro ojo, las mayores o menores impresiones de la luz, el objeto, atmósfera, etc. Sin embargo, para ver no estamos obligados a conocer la mecánica del cuerpo que hace posible que un objeto se presente ante la retina, pase el globo ocular, el humor vítreo, se refleje en la niña de los ojos, etc.
Ya eso es cuestión de los oftalmólogos. Pero dominar el acto de ver, de interpretar lo que observamos, su estructura, lados, percepciones, trucos visuales, espejismos, alucinaciones, eso sí debe tener consciente un buen observador. Para lo cual no tiene que ser un catedrántico médico de la vista ni anatomista ni médico.
En la próxima entrega, abordaremos otros aspectos de este interesante tema.