Alexis Gómez Rosa, en las ciudades en tránsito quebrado

Alexis Gómez Rosa, en las ciudades en tránsito quebrado

En este libro queda el sentido del emigrante y también la permanencia de la cultura de origen. De ahí que le cae bien el título de transitorio, en la medida que es lo que pasa de un lado a otro y que también no es permanente. Esto último porque el emigrante se encuentra en entre dos aguas espaciales y en dos tiempos. En el pasado y en su presente. Lo que hace de su discurso una heterotopía. Un decir de las culturas que entran y cruzan y, a la vez, se entrecruzan.

Resulta sorprendente que ese discurso poético tenga como pórtico la imagen del poeta indigente. En el poema “Los rostros” (19) se refiere a Lacay Polanco, el periodista, publicista y escritor existencialista que vivió en Santo Domingo como un indigente de nuestra ciudad letrada. Es una visión del poeta maldito, marginado por la sociedad y el poder político y de quien la dictadura supo sacar la mayor parte. Luego de vaciar su sentido, deambula, borrachín, apretando el bolsillo trasero a ver quién de nuevo le ha “robado el mes de abril” (Sabina).

Esa resignificación del poeta en la ciudad, del alcohol y la bohemia que caracteriza a los modernistas de la “rivière gauche”, y que tanto atrajo la atención de Rubén Darío y muchos de sus amigos dominicanos, vaticina la otra ciudad y la otra marginalidad del espacio de llegada. La oralidad en el poema: “varón, varón, cuánta locura” y cierto feísmo que recuerda la estética postumista, remiten a la mirada del otro. Del que pasa y ve al poeta en su estado de indefensión humana y social. Como si fuera víctima de un dictum del destino. Pena que deben pagar los que les robaron el fuego a los dioses.

Puede leer: Las Exposiciones Universales: Los Pabellones de Venezuela

La poética de Gómez Rosa, de aliento prosístico que toca la antipoesía, expone la realidad. Lo que el ojo del poeta ve y filtra. Lo que lo hace ser, a veces, cronista de nuestro tiempo. Deudor del realismo social, no es ajeno a lo que pasa. Su envío es hacia el barroco y también toca el surrealismo, con metáforas en las que se pierde el sentido. El verso se resemantiza en un juego de significados y las asociaciones pueden ser reconfiguradas como errancias del sentido y apertura de lo nuevo.

En los nueve haikú, el poeta muestra el tránsito y menciona al Ozama, que no tendrá como en los modernos un paralelismo con el Sena; tampoco lo pondrá al lado del Potomac, sino de la urbe de cemento. El Nueva York que no hay que cantar sino contar; de ahí que el poema narra y presente esa otredad marcada por el signo de la diferencia. La memoria gira como noria y el poeta vuelve al punto de partida. Como si lo dejado fuera un fardo que se lleva y del que no se puede olvidar sin perderse a sí mismo.

En “Vestigio como enredadera” resignifica la velocidad. Un elemento que caracteriza a la gran ciudad, pero que él ve desde esta ciudad dialogante, su Santo Domingo. Un espacio que no deja de recordar, y que se presenta y narra como memoria. En este caso memoria del autoritarismo: “Corto nos quedamos para alcanzar el mensaje de la Era” (25). Una acotación en el drama de la historia pasada en la vida generacional. Un tiempo traído al presente como una dialogía con el sentido de la emigración. Porque se encuentran en coloquio temporal dos ciudades, dos tiempos y dos culturas.

A pesar de ciertas referencias al barrio y a la música, este poema codifica su sentido. La voz poética abstrae la realidad haciendo que la poesía se vuelque hacia sí misma. Es una referencia que da apertura hacia una nueva semántica. Procedimiento en el que juega la poética de Gómez Rosa que puede ser prosística, referir la realidad a la vez que la elimina. Por eso sabe el poeta que el sentido tiene una errancia en la que no caben los falsarios. De ahí que el poema, al crear su propio sentido, expulse al lector burgués y nos deja con la errancia que proclama una nueva realidad, que es un no-ser, como aparece en “Gusanillo narcótico” (28).

El poema “Espejo que borrar”, hermoso por su ritmo y por el trabajo del símbolo, refiere un tópico borgeano en el que no solo se busca la identidad, sino que también se quiere eliminar. Es posible que Narciso no se pueda encontrar; hay aquí un tema que muestra justamente la identidad como modernidad, como civilización moderna que establece la ciudad, pero en lo humano parece que el espejo culmina su relato de sí mismo con un encuentro un tanto irónico con el punto de partida de la humanidad: un retorno a la selva a través de la mirada de sí. Un retrato que también nos recuerda el “Perro andaluz” de Buñuel: “el espejo me aburre su lección de semejanzas./ Desde afuera, con la navaja, lo borro sin tocarlos”. (29).

El yo lírico construye el poema entre símbolos y metáforas, como “En la calle”. Transita en un ‘concho’; la ciudad es Santo Domingo. El juego de espacios es un diálogo de las culturas, pero también del tiempo presente. La avenida es de sangre y también de leche. Muerte y origen. Dos sentidos de polos opuestos que se unen. Las calles están de luto: un tuerto, un pedigüeño. El amor, la mujer, el sexo, la descendencia larga. La realidad: “En la llanta de un carro de concho (hasta El Príncipe llegó) el amor congrega en su adjunto/ de asado y fritangas,/ alevosías y ofensas verdinegras” (30).

La narración de la ciudad. Un tipo. Otro tipo en la escritura que no tiene nada que ver con el costumbrismo. En “Cantante de dos centavos” se instala de nuevo la resignificación, el presente y el recuerdo. El poeta ve el tiempo, su estado. El tipo moreno es bajo de estatura. La canción es de Simon & Garfunkel: “y lo hizo residir en el tren/ Far Rockaway 207 Street/ por dos horas 15 minutos” (33). Es el tipo de boina ladeada, que parece rasta, con chaqueta de mala muerte. Es otro poeta. Otro deambulando en la ciudad que se simboliza en el tren con “su hervidero de anáforas y latidos”…

Alexis Gómez Rosa es un poeta singular en nuestra literatura. Su desaparición vital podría hacer olvidar una de las obras mejor cultivadas de las últimas décadas. Lamentablemente en el país, la literatura está hecha de presencias y olvidos. Y los olvidos son más largos. Los autores se aferran a su obra como un trabajo solitario, muchas veces personal, narcisista, o de escalera social, que pocas veces trasciende. Invito a leer a Alexis Gómez Rosa y aquilatar la importancia de su poética, una que dialoga con las tradiciones nuestras y de la literatura universal
(continuará).