¡Ay las “fuentes de entero crédito”!

¡Ay las “fuentes de entero crédito”!

En la sociedad japonesa, en especial en la era samurái del siglo XII, el “meiyo” (honor) y “mibun” (reputación), se constituyeron en los cimientos para lo que, cientos de años más tarde, se convertiría en una de las sociedades más avanzadas del mundo.

Ese arraigo por lo correcto, por guardar el buen nombre y el afán por ser un ente de respeto social, otorgaba un estatus superior sobre quienes cometían actos indecorosos, incluidos la blasfemia. Regularmente, todos terminaban costando la vida, cometiendo suicidio a través de un acto de purificación conocido como “harakiri” o “seppuku”.

Esto consistía en destriparse uno mismo, para poder recobrar el honor de la familia, mientras quien se auto infringía esas heridas mortales, agonizaba por horas, e incluso días. Era eso o ser desterrado por su familia, lo que generaría más dolor incluso, si se mantenía con vida.

Y todo tiene sentido, ya que lo que diferencia al ser humano de los animales, es justamente el raciocinio, para discernir entre lo moralmente correcto y lo incorrecto.

Claro, es que en el ADN del hombre, está impregnado el sello de lo moral, los seres humanos somos morales y mientras más perdemos ese enfoque, más descomponemos nuestra sociedad.

Ya sea por política, poder, dinero, o hasta por ambición personal, la moral es algo que deja de tener el valor de antaño, porque ya tiene precio, porque ahora el honor no importa.

En ese punto, llegamos hasta la comunicación y los medios en sentido general, ya que décadas atrás, la reputación y credibilidad, diferenciaba a unos y otros, lo que creaba confianza en las masas y una tendencia de hacia donde obtener información verídica.

Para aquel entonces existían filtros y aunque en cada segmento de la historia había quienes se apartaban de esos ideales, la mayoría se regía por lo correcto y su legado perdura en el tiempo.

Sin embargo, al llegar a la era digital, cada comunicador o “pseudo periodista”, ahora es dueño de su plataforma y su verdad. Dice, daña, acusa y aniquila sin control, mientras muere poco a poco el amor a informar, sin engaños ni parcialidad.

Hoy, escudándose en “una fuente de entero crédito”, calumniamos y dañamos la imagen de terceros, sin el más mínimo decoro y aunque con el tiempo no quede otra cosa que pedir disculpas, hay una duda sembrada en la psiquis colectiva, que se vuelve difícil de reparar.

Qué penoso a donde hemos llegado y ojalá no sea tarde para darnos cuenta de nuestra responsabilidad en la descomposición social.

Si hoy la opinión pública condena más severamente que la propia justicia, se debe a que desperdiciamos el poder de comunicar, a cambio de colores partidarios, el olor de las divisas y el beneficio particular.

Pese a ello, las nuevas generaciones de periodistas y comunicadores tenemos un reto enorme en tratar de enderezar el carril y dejar nuestras propias huellas, porque nuestros antepasados ya hicieron lo suyo, aunque algunos se doblarán al final, pese a ello, ya van de salida.

Así que aprovechemos esta oportunidad para aportar a una sociedad más justa, transparente y madura, aunque para ello debamos comenzar hoy, pensando en ver los frutos mucho más adelante.

Dejemos ya a un lado, la práctica de escudar nuestra opinión, en “una fuente de entero crédito”.

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