Betances, diseño y emplazamiento de la estatua de Colón en Santo Domingo

Betances, diseño y emplazamiento de la estatua de Colón en Santo Domingo

Los procesos identitarios del Caribe atraviesan la política cotidiana como una de las formas de la vida social, las ideologías y la recuperación de la memoria. En esta última se encuentra el discurso. Esta realidad se pone en el centro cuando investigamos la historia del emplazamiento de la estatua de Cristóbal Colón en el lugar que antes Toussaint Louverture, en nombre de Francia, declara la libertad de los esclavos en 1801. Y donde los revolucionarios negros plantaron un Árbol de la libertad.

Podríamos leer desde el inicio que el contexto de dicha acción estuvo motivado por la revolución liberal y los gobiernos del Partido Azul con el advenimiento de las ideas que afianzaron la Segunda República. En donde ya se ve el interés de los azules por darle una fisonomía moderna a la vetusta ciudad de Santo Domingo, suplantada, en cierta manera, su importancia capital por ínsulas interiores como Santiago, la heroica ciudad de la Restauración, Puerto Plata y Montecristi.

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El emplazamiento es una acción necesaria para impulsar nuestras primacías en el concierto de repúblicas de América. Medida que podría, de cierta manera, presentar la visión culturalista sobre razas, políticas y adhesiones a escenarios y actores del pasado. Por lo cual, desde la cultura, los símbolos y signos adquieren un mayor valor y desbordan la política de la cultura del poder. Y la teoría de la historia de una sociedad como la dominicana de la década de 1880.

Colón es visto en el siglo XIX como una figura civilizatoria que había que recuperar. La importancia del simbolismo no se sustantiva de tal suerte que podamos ver el conflicto de interpretación histórica y cultural que hoy desborda las interpretaciones de su figura. Creo necesario esta lectura para la comprensión del pasado y la contextualización de los juicios que hacemos en el presente sobre figuras de la cultura y de la historia.

Sabemos por carta del propio Ramón Emeterio Betances que durante el gobierno del General Luperón se dispuso la suma de 10,000 pesos para contratar al escultor que debía diseñar la estatua en París cayendo la encomienda finalmente en el escultor Ernest Guilbert (París, 1948-Barcelona, 1913), quien había diseñado la estatua de Alejandro Dumas, con un D’ Artagnan que escribía su nombre al pie, y la estatuas del historiador y presidente de Francia Adolph Thiers en Nancy.

En “Escritos políticos: correspondencia relativa a República Dominicana (1868-1894)”, tomo IX de su Obras Completas, editada por Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade (2017), aparecen diversas cartas de Betances que refieren el proceso de selección del artista y el diseño de la estatua de Cristóbal Colón. En carta del 12 de noviembre de 1883 a Eliseo Grullón le insta al envío de los recursos que la sociedad está recibiendo para el adelanto de la obra: “Manden lo que están recogiendo. ¡Ya está muy adelantado el modelo! Un C. Colón verdadero, vestido de almirante y señalando la muralla del taller [del escultor] que es América para él en este momento” … Y se pregunta: “¿y la india? es preciosa y produce un efecto admirable inscribiendo el nombre de Colón. Tal vez sería bueno poner la inscripción que se encontró en la caja en que estaban los huesos”. Y agrega que “la Quisqueya o Anacaona, como se quiera, realza grandemente la figura severa del descubridor” (Carta 116, 254).

Para esta época, el diseño de la estatua estaba aprobado. No queda algo que agregar al contexto: la polémica sobre los restos de Cristóbal Colón en Santo Domingo. El ambiente cultural dominicano que se había animado con la fundación de distintas sociedades a favor de la cultura, la determinación del gobierno del general Cesáreo Guillermo de fundar la Biblioteca Municipal y otras bibliotecas populares en distintos pueblos del país, entre las que se destacan la de Higüey, fundada por el padre Moreno del Cristo y la del Puerto Plata, por el general Segundo Imbert. Otras acciones culturales realizaban los miembros de la sociedad “Amigos del País”; el más importante Ateneo de la historia cultural del siglo XIX. (Vetilio Alfau en Clío, Escritos I, 440-441).

Las cartas de Betances muestran también la participación del municipio en la procura de recursos para la culminación de la obra. Escribe desde París en noviembre de 1883 al presidente del ayuntamiento de Santo Domingo, donde acusa recibo de los fondos para el pago del escultor Guilbert: “tengo el gusto de acusar a Vd. recibo de un cheque de diez mil doscientos cuarenta y dos francos que me remite la casa de los Sres. Vicini & Cía. de Nueva York, para efectuar el primer pago al escultor Guilbert. Permítame observale que el primer plazo del pago es de 16, 666 francos…, según el contrato.” Y agrega que los fondos no son suficientes para el inicio del diseño de la obra (135, 299).

En correspondencia al presidente del ayuntamiento, Amable Damirón, de enero de 1884, firmada en París, vuelve a hablar del costo del proyecto: 60.000 francos, sin otros gastos que deben hacerse en Santo Domingo. Aquí se refiere al ingeniero Thomasset, quien podrá dar explicaciones del plano, que vendrá a engrandecer la obra. Con el diseño del pedestal y la conclusión del proyecto, el Ayuntamiento tendrá la gloria, dice Betances, de haber llevado a Santo Domingo… “el monumento más bello que tenga en América Cristóbal Colón”. (176, 374).

En marzo le escribe de nuevo al funcionario edilicio dando cuenta de la entrega de los caudales al escultor y sintetiza su evaluación de la obra: “La estatua que he ido a ver hoy mismo es verdaderamente imponente está hecha de barro y a punto de vaciarse en yeso. Es digna de que, para realzar su belleza, el pueblo dominicano supla sin vacilación los gastos que… exige el monumento. Esta es obra maestra de Guilbert” y superior a su monumento a Louis Adolphe Thiers en Nancy (203, 418).

El ayuntamiento había aceptado el proyecto en marzo de 1884, luego de una exploración de otro candidato, el escultor Desprey, posible Georges Ernest Desprey, según anotan Ojeda y Estade, p. 263. En su obra “La ciudad de Santo Domingo” (1980), Luis Alemar escribe que en el centro de la plaza “se levanta la hermosa estatua de bronce el Descubridor del Nuevo Mundo, Almirante Cristóbal Colón, la cual fue inaugurada el 27 de febrero de 1887. Es obra del escultor francés Gilbert y costó la suma de 10.000 fuertes y el pedestal de granito 2.000 fuertes. Fue montada por los ingenieros Thomasset, Soler y Carranza, por la suma de 2, 700. El encargado en París fue el “ilustre compatriota puertorriqueño, [Alemar era de origen puertorriqueño] doctor Ramon Emeterio Betances” (218).

En pocas palabras, la estatua de Cristóbal Colón en Santo Domingo refleja los complejos procesos identitarios del Caribe, vinculados a la política, la memoria histórica y los símbolos culturales. El emplazamiento de la estatua en un lugar cargado de significados históricos, donde Toussaint Louverture proclamó la libertad de los esclavos en 1801, no puede obviarse. La estatua, producto de la visión liberal del siglo XIX, busca consolidar una narrativa de modernización en la República Dominicana. Sin embargo, también desata conflictos de interpretación sobre la figura de Colón y su papel en la historia, mostrando la compleja relación entre la política y la cultura en la época y la recepción que en el presente podemos realizar de la obra de Guilbert, cuya estatua de Thiers fue retirada de su lugar original en Nancy, Francia.

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