§ 26. Antes de entrar al país por Playa Caracoles el 2 de febrero de 1973, las cartas de despedida del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó a Sucre Félix, Fidel Castro, su madre Enerolisa Deñó, Silvia, Tania y Román, Vicente Vélez, Manuel Piñeiro, Agustín (colaborador cubano), Gerardo (Amaury Germán Aristy), Federico, Carlos y José, Pascual Martínez Gil y otros instructores cubanos, Andrea e Irene, Kike Gil, Joel (colaborador cubano) y sus hijos, rezuman un ritmo parecido a las de José Martí antes de salir de Monte Cristi hacia Cuba a liberar su país: la obsesión por el regreso y la teleología: la redención y salvación de la patria a través de una revolución comunista personificada en la guerrilla comandada por él (Correspondencia (1967 a 1973, ya citada, pp. 435-480).
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En la carta a Fidel, quizá la más dolorosa, el coronel de Abril, por una cuestión de prudencia y tacto, salva al comandante en jefe de todos los contratiempos que enfrentó para lograr desembarcar la guerrilla en su país y culpa de esos fracasos al Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, es decir, el propio Fidel, que recibieron a Caamaño en 1967 de la manera más entusiasta, pero ese entusiasmo duró, según Caamaño, hasta 1970: «Realmente podemos decir que todo marchaba a pasos agigantados. A partir de esta fecha comenzó una etapa preñada de irregularidades e inoperancia de parte de este organismo, durante este período hasta ahora, los ‘fallos’, las informalidades, irresponsabilidades e incumplimientos de cuestiones acordadas y que de manera injustificable se fueron sucediendo, me han hecho vivir momentos de profunda amargura: he vivido verdaderas batallas de conciencia.» (P. 439). ¿Supo Caamaño, o fingió ignorar que, para 1970, ya la etapa del foquismo había llegado en Cuba a su fin y que el PRD y el PCD, le enviaron mensajeros para pedirle que no viniera al país? ¿Y que hasta Balaguer le envió un mensaje para que regresara al país a terciar como candidato presidencial en las elecciones de 1974? Incluso su propio padre, Fausto Caamaño estuvo en Cuba para persuadirle que no regresara al país, pero el coronel de Abril se sintió totalmente comprometido con los que le acompañaron hasta último momento en su misión mesiánica y en las cartas de despedida reitera su deseo de vencer o morir. Incluso sus propios compañeros de armas en abril de 1965, como se vio en la entrega anterior, le abandonaron en un comunicado publicado en la prensa dominicana. Y Brian J. Bosch, jefe de la contrainsurgencia estadounidense en el país, dice lo siguiente sobre este abandono: «El 12 de febrero [de 1973] el más vívido ejemplo de lealtad se hizo evidente con la publicación de un comunicado emitido por las ‘Reservas de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional’. Ciento ocho jubilados con rangos de teniente general a sargento emitieron una declaración condenando al grupo ‘subversivo’ que se encontraba en la ‘zona montañosa’ de San José de Ocoa, y proclamaron su apoyo al gobierno del presidente Balaguer. El primer nombre que aparecía en el comunicado era el de Fausto E. Caamaño, padre del jefe de los guerrilleros.» (Balaguer y los militares dominicanos. Una dividida jerarquía de oficiales durante las décadas de los años sesenta y setenta. Santo Domingo: Fundación Cultural Dominicana, 2010, p. 271). El título mismo es un revelador de la poca estima que el autor tiene por los militares dominicanos y ni siquiera Trujillo se le escapa. Brian Bosch es un perdonavidas que reparte premios y castigos bajo una premisa fundamental: con su ideología imperial binaria y etnocéntrica, todos los militares dominicanos son unos incapaces, ergo, sean regulares o constitucionalistas, a todos les encuentra deficiencias. Pero no dice que todos fueron entrenados por los Estados Unidos para que se convirtieran el brazo armado del recompuesto frente oligárquico dominicano en los inicios de 1962-63
§ 27. Con la divisa de ese etnocentrismo, Brian Bosch no solo vitupera a la guerra patria de abril de 1965, sino a los militares constitucionalistas, incluido el pueblo en armas al cual llama “turba” (“mob” en inglés), al referirse a la acción del puente Duarte y se hace eco de chismes (p. 230) al referirse a un supuesto apodo de Caamaño, aunque, “velis nolis”, terminará reconociéndole algún mérito: «En general los observadores estaban de acuerdo en que Caamaño había demostrado valentía al dirigir a los rebeldes mientras les disparaban. Su habilidad para organizar la defensa en el puente Duarte fue también objeto de muchos comentarios favorables (…) Sin embargo, parece no haber ninguna duda en cuanto a que el comandante rebelde se había ganado el respeto, desde el punto de vista militar, de los diversos grupos que participaron en la contienda.» (P. 234).
§ 28. En la entrega anterior, definí la noción de prosa de guardia de Caamaño: El manejo como un cuartel del campamento de entrenamiento compuesto por unos cien hombres que en su inmensa mayoría eran cuadros políticos y no militares impuestos a recibir y ejecutar órdenes sin opinar, prueba de lo cual es que solamente vinieron ocho incondicionales con el coronel de Abril, porque faltó una sintaxis política y la prosa civil de Taveras, quien insinúa que están casi dadas las condiciones para un estallido social del país, porque desde la muerte de Trujillo hasta hoy los políticos han postergado la solución de los grandes problemas de inequidad y pobreza extrema de la sociedad dominicana, lo que ha generado un resentimiento social y una violencia larvada y soterrada parecida al estallido de abril de 1965 y a la poblada de 1984. Me resta, entonces, explicar la prosa literaria y de guerra social del discurso de Juan Bosch en su libro “Bolívar y la guerra social” (Santo Domingo: Comisión Permanente de Efemérides Patrias [1960], 2009).
§ 29. ¿Qué es una guerra social?
Bosch afirma que los hijos de América conocemos cuatro tipos de guerra: las coloniales, las de independencia, las internacionales y las civiles» (obra citada, p. 299). Pero hay una última, la más devastadora de todas, la guerra social. Bosch la define: «Las guerras sociales fueron las provocadas por antagonismos raciales, económicos y sociales que no tenían solución pacífica. En número han sido las menos; pero en intensidad y en resultados han sido las más importantes.» (Ibíd., 301). En América Latina se han producido tres: La de Haití de 1791-1804, la de Venezuela (dos veces: 1812-1814 y 1859-1863) y la de la Restauración en nuestro país (1863-1865).
§ 30. Veamos la guerra social de Haití, según Bosch: «De las guerras sociales americanas, la más compleja fue la de Haití (…) porque tuvo todas estas características: guerra social, de esclavos contra amos; guerra racial, de negros contra blancos; guerra de independencia, de haitianos contra franceses; guerra colonial ofensiva, de haitianos contra la colonia española de Santo Domingo; guerra colonial defensiva, de haitianos contra ingleses; y, guerra civil entre facciones caudillistas, la de Toussaint contra Rigaud.» P. 301)
§ 31. En cuanto a las dos guerras sociales venezolanas, Bosch dice que «sus resultados fueron inmediatos y tardíos. Los primeros significaron la destrucción física de la nobleza, los mantuanos que proclamaron la independencia; los segundos resultaron, desde el punto de vista de la lógica de la historia, los más inesperados. Fueron los mismos hombres que aniquilaron a los independentistas de Venezuela los que hicieron bajo el mando de Bolívar la independencia de ese país y de varios más…» (P. 302). Y sobre la segunda guerra social venezolana, Bosch acota: «como las condiciones sociales que hicieron posible la aparición de [José Tomás] Boves permanecieron sin transformación, a mitad del siglo XIX, cuando todavía no habían comenzado a pudrirse los huesos del Libertador, Venezuela volvió a ser el escenario de otra guerra social de poder destructor parecido a la primera. (P. 303).
§ 32. En la guerra restauradora, la cual fue, a juicio de Bosch, tanto guerra de liberación nacional como guerra social, el componente racial de la guerra de Restauración no tuvo el impacto terrible que caracterizó la guerra social de Haití y las dos guerras sociales de Venezuela, debido a que al proclamarse la república en 1844 quedó abolida, constitucionalmente, la esclavitud. De modo que la discriminación racial existente en nuestro país tiene un gran componente de discriminación económica por ser los campesinos, los trabajadores y la gran mayoría de la pequeña burguesía, negros y mulatos pobres. Sin embargo, Bosch tipifica de la manera siguiente nuestra guerra de Restauración: «Los españoles que tomaron parte en la Guerra Restauradora y escribieron sobre ella, que fueron La Gándara y González Tablas, dejaron muestras del asombro que les causaba la crueldad con que actuaban los soldados dominicanos, y no se daban cuenta de que esa crueldad era típica de ciertas capas de la población. Esas capas se distinguían por su pobreza y generalmente estaban compuestas por campesinos. En verdad, lo que se daba en la lucha restauradora era una combinación altamente explosiva de guerra de liberación nacional y de guerra social.» (“La guerra de la Restauración. Obras completas. Santo Domingo: Comisión Permanente de Efemérides Patrias, 2009, p. 459).
§ 33. ¿Estamos hoy ante una combinación altamente explosiva de esas capas pobres de las clases trabajadoras, los campesinos, los marginados de los barrios y las capas más pobres de la pequeña burguesía, según lo avizora la prosa civil de Taveras? La pobreza extrema, la delincuencia, el narcotráfico, el irrespeto a las leyes, la inseguridad, la falta de creación de empleos dignos, la discriminación racial revestida de discriminación económica, la postergación sin fecha de los problemas más acuciantes de la población empobrecida del país, el reconocimiento de la inequidad y las desigualdades sociales por parte de los discursos de la boca para afuera de los políticos, ¿podrían desembocar en el mediano o largo plazo en una guerra social en la que la crueldad se manifieste de manera más terrible que en 1863-65 en contra de la oligarquía dominicana clientelista y patrimonialista que concentra el 80 o el 90 por ciento de las riquezas del país? ¿Es solo una premonición de la prosa literaria de Bosch contenida en su libro La guerra de la Restauración, esa memoria lejana de una guerra social en la República Dominicana, de la guerra patria de abril de 1965 y de la poblada en contra del gobierno de Jorge Blanco en 1984?
Sea usted el jurado y “a Dios que reparta suerte”, como dijo Donald Reid Cabral en los momentos de la caída del Triunvirato.