Resulta evidente que el gobierno quiso enviar un mensaje, claro y contundente, mandando tropas militares y policiales a Capotillo como reacción al enfrentamiento a tiros entre pandilleros que el pasado viernes de madrugada dejó un saldo de un muerto y cinco heridos, y así lo confirma el comunicado en el que el portavoz de la Presidencia Homero Figueroa informó que se trató de una operación de “configuración y disuasión” que abarcó tierra, mar y aire.
El director de Estrategia y Comunicación Gubernamental explicó que en ese esfuerzo coordinado se movilizaron 234 efectivos de las Fuerzas Armadas, dos carros de asalto, cuatro camiones, 12 jeeps J-8, nueve camionetas, dos motocicletas, un bote de reacción de la Armada (¿¡?) y un helicóptero de la Fuerza Aérea. Y agrega que la Policía también desplegó recursos significativos en esa operación con la participación de 76 agentes pertenecientes a unidades especializadas de élite como los Lince, Swat y Boinas Grises, que recibieron el respaldo de cuatro camionetas, 12 motocicletas y dos camiones.
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¿Era necesario tanto aparataje para reforzar la seguridad en Capotillo, objetivo principal, según el comunicado de la Presidencia, del impresionante despliegue de fuerza y recursos? Es evidente, como señalé al principio, que en el gobierno piensan que la estrategia puede funcionar para mantener a raya a los antisociales, que como era de esperarse, porque así ocurre siempre, no sacaron la cabeza ni se dieron por enterados de la intempestiva visita.
¿Para qué, si todos esos guardias y policías no se van a quedar para siempre? No dudo, insisto, en que el mensaje llegó alto y claro a quienes tenía que llegar, pero quince minutos después de que se retiró la tropa de ocupación de sus calles Capotillo volvió a ser el mismo de siempre, con los mismos problemas de toda la vida, pues ningún gobierno se ha interesado seriamente en resolverlos más allá de los operativos policiales y los falsos intercambios de disparos.