Caravaggio: pintar desde la vida

Caravaggio: pintar desde la vida

Tras la colonización del hoy continente americano, la Europa de finales del siglo XV se encontraba en pleno apogeo artístico resultado de la revolucionaria visión renacentista que transformó las artes para siempre; simultáneamente, sus urbes más importantes daban fe de las diatribas acontecidas entre la realeza y los diferentes imperios, así como de las sanguinarias disputas protagonizadas por el poderío católico ante la amenaza de la reforma luterana. Recuérdese además que la resistencia europea a la expansión otomana había sacudido el transcurrir de sus ciudadanos, en particular de los residentes en los territorios italianos y la península ibérica, conflicto que vivió uno de sus más decisivos momentos en la batalla de Lepanto: “…la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”.

Eran las palabras de Cervantes, el más famoso de los combatientes participantes en dicha escaramuza describiendo lo sucedido entre los invasores y la coalición católica de la Liga Santa Española, la Orden de Malta, y las repúblicas de Venecia y Génova un 7 de octubre de 1571. Apenas unos días antes nacía cerca de Milán Michele Angelo Merigi -Caravaggio-, quien a pesar de las tragedias que le marcaron tempranamente y de su prematura muerte contando con apenas 39 años, se convertiría en el innovador que impactaría a la pintura por el resto de los días.

Puede leer: Cuando ellos eran ellas: el uso de seudónimos masculinos por escritoras mundiales

Las contribuciones de la obra del futuro padre del tenebrismo deberán comprenderse en el contexto de la época, tiempos en los que su arte había sido tocado por el influyente alto Renacimiento veneciano (como alumno del maestro Lotto y del florentino Masaccio) y por la diseminación del óleo como medio pictórico. Caravaggio asimila desde muy joven el estilo lombardo enfocado en la iluminación y en la simulación de lo circundante armado de un exagerado manierismo que para sus veinte años ya había madurado plenamente. Así, sus obras empiezan a alejarse de la naturaleza muerta y de los objetos para convertir la efigie humana en sujeto protagonista; en centro de la conversación acontecida entre perspectiva, líneas y vectores como eje integrador de lo mostrado en el cuadro.

Los personajes del maestro, insertos en ambientes simples pero repletos de magia y simbolismo, eran tocados por una belleza idealizada que paradójicamente les hacía reales y deseables; aunque fue criticado por ellos “carecer de afecto, movimiento y gracia”, Caravaggio reinventa caracterizaciones de individuos que, colocados en pasajes de aparente simpleza, conformarán un nuevo mundo frente al lienzo en el que la luz hará y será todo. Una dimensión en la que oscuridad resaltará luminosidad a fin de que la vida surja desde el espacio mismo de lo estampado; esa llama liberadora del ciego y de la mente voraz que el italiano quiso escenificar, pero no pudo ver según comentó una vez.

Las luchas contra el catolicismo asumidas por Lutero y los demás líderes de la Reforma desencadenaron en los rígidos mandatos del Concilio de Trento interesado en erradicar toda forma de arte cuestionador de las ideas judeocristianas antipaganas; ordenanzas que les exigían ejercer un único rol: reconectar al creyente con la fe. Caravaggio se encuentra sumergido en tales circunstancias cuando en 1599, en preparación para el Jubileo papal que celebrará la victoria de la contrarreforma, se le comisionan tres telas destinadas a la Capilla Contarelli de la iglesia romana San Luigi dei Francesi: La inspiración de San Mateo, La vocación de San Mateo y El martirio de San Mateo, primeras obras públicas del inquieto artista que le lanzarán al estrellato cambiando con ello para siempre el transcurrir del chiaroscuro.

Sordo a los dictados del Concilio, Caravaggio introduce revolucionarias propuestas que incluían el uso de personajes callejeros, prostitutas y vendedores como modelos, atrevimiento que no necesariamente perseguía dignificar al motivo pictórico per se, sino, sobre todo, otorgarle un realismo nunca visto en la joven corriente Barroca. Propuso abrazar las ilusiones provocadas por lo circundante y lo palpable de la vida pública; el desafío de jóvenes erotizadas o cuerpos enfermos, envejecientes y sucios en una particular dinámica creativa mejor resumida en una frase suya: “(…) del ojo a la mente, de la mente a la mano, de la mano al corazón”.

Sin embargo, fue la luz, y con ella la oscuridad, el instrumento mejor utilizado por el genial pintor a fin de develar la naturaleza humana en momentos de imperecedero éxtasis místico o de macabras violencias teñidas de sangre y negro. Si bien Da Vinci había aprovechado el poder de las tonalidades lumínicas para dotar tridimensionalidad y profundidad a las escenas, Caravaggio sustituirá la iluminación renacentista por una incandescencia poderosamente dramática, que a pesar de provenir de la cotidianidad -desde una ventana o una vela encendida-, hará de ella el todo. Pinta el lienzo de negro para después insertar sobre él cuerpos y objetos iluminados; como si lo único que existiese fuese lo entregado por la claridad. La oscuridad será entonces anticipo para quienes miren hacia ese resplandor guía que subrayará los detalles culmines de la obra.

En La vocación de San Mateo, Caravaggio alude al fulgor procedente del dedo señalador de Jesús en dirección al futuro apóstol Mateo como marca del arribo del espíritu divino; esta llamada del hijo de Dios acontece ante una escena de plebeyos quienes, ocupados en pedestres trámites de carácter monetario, aparecen ajenos a los hechos. La claridad, que no proviene de la amplia ventana evidenciada en el primer plano del óleo, divide el cuadro en segmentos a fin de enfocar nuestra atención hacia la única región iluminada que resalta sobre todo lo presente en el resto del lienzo. Ese brillo contrasta con la penumbra esparcida en la periferia de la escena cuyos detalles y contenido, en verdad, no nos importan. Penumbra y luminosidad estarán, pues, enfrentadas ante la dicotomía pecaminosidad-fe ejemplificada por hombres ocupados con el dinero y el Mateo escogido por Dios.

Caravaggio no sólo se valió de maniobras dirigidas a ocultar (e ignorar) el ámbito de la susodicha escena a fin de realzar los aspectos que consideraba relevantes dándoles vida, acercándolos al ojo seducido; empleó también trucos de naturaleza física con propósitos similares: contraponía sus modelos a espejos colocados estratégicamente a fin de reproducirlos en el óleo desde lo reflejado y no a partir de su visualización directa; convirtió su estudio en una cámara oscura en tanto que la penumbra total, intencionalmente provocada, fuese aprovechada para a través de un diminuto agujero dirigir una única fuente de iluminación hacia el modelo, verdadero protagonista del acto creativo que allí acontecía.

Las tretas de Caravaggio perseguían atrapar la transitoriedad del momento escénico y con ello, transmitir las emociones de sus testigos quienes, capturados en su más intensa expresión, rozaban la grandiosidad de la eternidad, como en una ocasión afirmaría. Y en el caso de las imágenes místicas, se trataba de asimilarlas a través del contacto físico-visual que para él constituía condición sine qua non en la creación de semejante experiencia. En el documental Caravaggio: L’anima e il sangre (2018) filmado con la avanzada tecnología digital 8K, el mexicano Jesús Garcés Lambert interpola 40 obras entre secuencias modernistas que resaltan el delicado tejido de los lienzos del pintor que nos ocupa con un monólogo ilustrativo de su atormentada psique. A través de la cinta somos testigos de un enriquecedor diálogo en el que se confiesa mientras dibuja su volátil relación con la cúpula religiosa, económica y política que le amaba y simultáneamente le rechazaba.

En el párrafo a continuación, incluido en la secuencia final de este excepcional filme, el Caravaggio maduro, arrepentido, o atemorizado se reconoce consciente de la cercanía del final; del cenit de una vida consumida en perenne agitación persiguiendo la libertad. Trágica aventura que culminará tras la desaparición de su cadáver en la más anónima de las muertes: Veo la luz. La luz deportándose luego de un prolongado sueño. Finalmente entiendo. Resiste, arriésgate, vive, muere, combate, busca la paz. Pienso que las sombras no esconden nada; que todo vive en la luz. Esa es la luz que escojo.

Publicaciones Relacionadas