El dilecto amigo, el poeta José Mármol en su columna semanal del hermano periódico El Día (19 de julio) se refirió a “pensar las formas” y trató acerca del lenguaje. El enjundioso artículo fue lo motivante para yo tratar de nuevo este tema. Hace unos años “conversamos” sobre esta materia en esta columna. No sin razón se ha dicho que la verdad de hoy puede ser la mentira de mañana, y esto se expresa muy claramente en los conceptos que sobre el pensamiento y el lenguaje, hemos tenido a través de los años. En el siglo XIX, tuvo en Europa y principalmente en Austria gran incremento la escuela de los frenologistas; ellos en esa oportunidad creyeron haber descubierto numerosas especulaciones puramente craneológicas, pero hoy sabemos que todas eran erradas.
Francisco José Gall (1758-1828) fue su mentor, representando por ejemplo, que la inclinación humana al robo habitaba en la región lateral del cerebro y así otras 27 facultades, entre ellas que la facultad del lenguaje articulado estaba en los lóbulos frontales. Fue el prominente Pierre Paul Broca (1824-1880) brillante neurólogo y antropólogo francés a quien le correspondió en la histórica tarde del 18 de abril de 1861, en los estrados de la Sociedad Antropológica de París, presentar el cerebro infartado de Monsieur Leborgne, quien murió afásico (perdió el habla). El lenguaje articulado, concluyó Broca, se sitúa en el pie de la tercera circunvolución frontal izquierda (en la sien). A ese territorio cerebral frontal relacionado con la elaboración motora y una parte de la comprensión del lenguaje se nombra en su honor área de Broca.
Esta función motora del lenguaje tiene una contraparte sensorial: hay pacientes que pueden hablar, pese a no entender el lenguaje verbal ni escrito. En esta condición el daño está situado en el área de Wernike, descrita por este neurólogo alemán de nombre Carl (1848-1905) y que está situada en el lóbulo temporal izquierdo (encima de la oreja), es donde se descodifica la función lingüista auditiva. Debemos señalar que en casi todos los que usamos la mano derecha y más o menos en dos tercios de los zurdos, interviene el hemisferio cerebral izquierdo, es decir el 90% de los humanos, en la producción de esa compleja función que es el lenguaje; al menos esto era lo aceptado hasta hoy. Si resumimos, el área de Broca convierte los conceptos en palabras y el área de Wernicke, convierte las palabras en conceptos.
Con los modernos métodos neuroradiológicos (TAC, SPETC, PET, RMN), de los que no disponían estos distinguidos colegas neurólogos, se ha planteado un nuevo modelo en la elaboración del lenguaje. Al oír una expresión, nuestro sistema de reconocimiento del habla, intenta en primer lugar registrar las unidades fónicas individuales: ejecuta un análisis acústico-fonético, después, filtra las informaciones posteriores. Se pudiera resumir que oímos con la corteza auditiva, lóbulo temporal, luego se analiza la composición fonética del texto oído. La sintaxis (combinación de las palabras) y la semántica (significados) se analizan en el hemisferio izquierdo, y que el procesamiento prosódico (patrones de acentuación) tiene lugar fundamentalmente en el hemisferio derecho, esta es la teoría más novedosa sobre el lenguaje.
Pero hasta en el lenguaje hay diferencias entre los sexos: las mujeres escuchan más de prisa que nosotros, ellas reaccionan mucho antes que los varones ante las informaciones emocionales de la prosodia: a los 200 milisegundos, frente a cerca de los 750 que les toma a los varones. Probablemente se deba a que nosotros procesamos primeramente por separado, el significado de la palabra y la melodía de la frase, para establecer luego la relación entre ambas. Parece que para las damas tiene mayor importancia la entonación que el significado.
Únicamente existe aquello que se puede nombrar. El lenguaje para el ser humano es el material, la piedra, el ladrillo y la madera con los que construir el pensamiento, incluso para construir sobre nuestro propio pensamiento. La existencia de las cosas, la distinción que hacemos entre ellas y las emociones que despiertan, dependen de la capacidad de ponerles nombre. El sol, existe desde el momento en que le ponemos nombre, lo mismo que los árboles, los animales, e incluso nosotros mismos. Somos capaces de hablar, combinar, imaginar y pensar, nombrando, e individualizando, todo esto posible por el contenido lingüístico. Esa necesidad humana de socialización, está en estrecha relación con nuestro entorno físico y social, lo que solo se logra con la importante comunicación. Pero solo los poetas, pueden convertir las palabras en inmensos espacios de alas abiertas.