Mi último artículo se refería a la incertidumbre que vivimos en estos tiempos de pandemia; más aún a la certeza de que es este no saber el futuro lo que guía nuestras vidas con o sin pandemia.
¡Certezas!. Me sorprendió el virus dichoso. Penetró en mi casa sin darnos cuenta. Mi marido y yo dimos positivo. El visitante no deseado llegó, a pesar de nuestras medidas, de mi encierro voluntario, haciendo trabajo virtual. Se apoderó de nuestros cuerpos, pero por suerte no nos tocó en el sorteo la variante delta, sino la ómicron.
A partir de este hecho, y en medio de algunos malestares, me tomé un tiempo para reflexionar. Cuando tuve la consulta con el médico especialista en el tema, lo primero que me preguntó: ¿están vacunados? ¿Cuáles vacunas tienen? ¿cuántas? Después pasó a los síntomas, y a nuestros temas de salud.
Como lo conozco bien, le pregunté por qué esas preguntas de las vacunas. Me respondió: porque no es lo mismo tratar un paciente no vacunado, otro con solo dos vacunas de Sinovac; o una persona con dos Sinovac y una Pfizer; o también otra con dos o tres Pfizer, o Moderna.
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Cuando vi el resultado de la PCR: positivo, mi corazón tuvo un sobresalto. Me he hecho como 10 PCR, aquí y fuera del país, por razones de viajes, control de mi médico por mi condición asmática, y por suerte, hasta ese día todos habían salido negativos. Los malestares que tenía no habían sido diferentes a otros que había sufrido por crisis asmáticas. Después llegó el de Rafael, y era la misma palabra aterradora.
Pensé, todos estamos expuestos. Somos frágiles y este virus que muta rápidamente nos da tremendas sorpresas y evidencia nuestra vulnerable condición humana, sin importar la raza, el peso, la edad ni la condición social y ni si eres intelectual, obrero, campesino, trabajador por cuenta propia, o desempleado; todos absolutamente todos, estamos a su merced.
Algunos afirman que los gobiernos de Occidente están apostando a la llamada “inmunidad de rebaño” (¡qué palabra tan terriblemente fea!) como si los seres humanos fuésemos animales. Entiendo que están apostando, y así se dice más elegantemente, a una “inmunización colectiva”.
El Gobierno dominicano lo ha expresado claramente. Está invitando a la tercera y cuarta dosis, pues es una forma de soportar mejor en caso de posibles contagios. Pero siempre aparecen las voces que alzan la voz para abogar por una absurda libertad absoluta como principio, negando la colectividad. Defienden el derecho a no vacunarse, a sabiendas que ya hay muchos, muchos no vacunados por el mundo que han fallecido. ¿De qué sirve esa reivindicación? No lo entiendo.
Aquí, sentada en mi pequeño escritorio, decorado con mis libros, los dibujos de mis nietos y las fotos de mis hermanos-ángeles, escribo estas reflexiones sueltas y siento rabia por la inconsciencia de estos supuestos defensores de la libertad.
Son incapaces de ver el horizonte, en defensa de sus posiciones, olvidan que hay gente que sufre, que esta pandemia ha sido una tragedia para el mundo entero, que ha dejado dolor y lágrimas; con difíciles consecuencias en el plano económico y social. Entonces ¿Por qué no ceder? No lo entiendo.
Cuando sentimos los síntomas, fuimos a un laboratorio reconocido y al conocer el resultado, llamamos a nuestro médico de referencia y a su vez nos dijo que viéramos un médico que esté trabajando COVID, y me refirió uno. De inmediato nos pusimos en contacto.
Compramos el tratamiento y lo estamos usando. Entonces pensé en mi señora que para hacerse la prueba tenía que ir a alguna dependencia del Gobierno con filas interminables. Decidí pagarle el servicio. Por suerte para ella salió negativa. Una de mis hijas de adopción, le dio COVID y tuvo que pasarse 8 horas en una fila para poder hacerse la PCR.
La pandemia evidenció ¡una vez más! las desigualdades sociales, la pobreza humana no solo material, sino humana. Sacó a relucir que los intereses están por encima del bienestar general; que de todas las crisis siempre hay algunos ganadores y muchos vencidos.
En estos dos años nosotros, la humanidad se ha desnudado sin pudor: ha evidencia no solo nuestra fragilidad, sino nuestras miserias más profundas y vergonzosas.
Finalizo este artículo con un fragmento de la canción Vida, de Rubén Blades:
Nadie escoge a su familia o a su raza, cuando nace
Ni el ser rico, pobre, bueno, malo, valiente o cobarde
Nacemos de una decisión donde no fuimos consultados
Y nadie puede prometernos resultados
Cuando nacemos no sabemos ni siquiera nuestro nombre
Ni cual será nuestro sendero, ni lo que el futuro esconde
Entre el bautizo y el entierro cada cual hace un camino
Y con sus decisiones, un destino
Somos una baraja más de un juego que otro ha comenzado
Y cada cual apostará según la mano que ha heredado
La vida es una puerta donde no te cobran por la entrada
Y el alma es el tiquete que, al vivir, te rasgan cuando pagas
Y cada paso crea una huella, y cada huella es una historia
Y cada ayer es una estrella en el cielo de la memoria
Y la marea del tiempo lleva y trae nuestras contradicciones
Y entre regreso y despedida cicatrizan los errores
Y cada amigo es la familia que escojemos entre extraños
Y entre la espera y el encuentro uno aprende con los años
Que solamente a la conciencia nuestro espíritu responde
Y que una cosa es ser varón y otra es ser hombre… Vida,
Rubén Blades. fragmento