Todo comenzó mal, eso está claro. Lanzar piedras contra los agentes de Migración es, más que condenable, inaceptable: nadie, mucho menos los extranjeros, está por encima de las autoridades locales.
La provocación fue respondida, como correspondía, deteniendo a los migrantes ilegales y deportándolos hacia Haití.
Lo que sucedió después, sin embargo, es una vergüenza: un grupúsculo de nacionalistas recorrió la Ciudad Juan Bosch insultando y acosando a la gente ante la complicidad de los oficiales de la Policía. El racismo llegó a tal punto que se la tomaron contra unos estadounidenses negros pensando que eran haitianos.
Peor aún aún fue el comportamiento del personal de Migración que se trepó en los edificios para sacar a las personas de sus casas sin tomar en cuenta su estatus migratorio: se llevaron incluso a los residentes legales que pagan sus alquileres.
República Dominicana necesita regular su migración pero no acosando a quienes viven aquí y, muchísimo menos, promoviendo discursos de odio que al final se pueden revertir contra los dominicanos negros. Las autoridades harían una mejor labor controlando la frontera y regularizando la mano de obra. Esa que, ilegal, es bien aprovechada por diversos sectores económicos que guisan y se callan.