Dicen que la necesidad tiene cara de hereje, mucho más si es tan grande como la de nuestros vecinos, a los que la desesperación que se alimenta del hambre llevó a violentar la prohibición de sus autoridades de cruzar hacia la República Dominicana a comprar alimentos y otros productos derribando la puerta fronteriza y arrojándola luego al río Masacre.
Ya antes esa misma necesidad, unida a la de los comerciantes de este lado de la frontera que tienen como medio de vida el intercambio binacional, habían propiciado la creación de numerosos mercados informales en caminos vecinales y fincas privadas a lo largo de la franja fronteriza, a uno de los cuales, el que opera en El Maizal, penetró el alcalde de Juana Méndez, Luna Demetrius, para tratar de impedirlo provocando desórdenes y haciendo disparos al aire, lo que motivó una nota de protesta de la Cancillería dominicana a su gobierno.
Puede leer: Un duro golpe
El pasado lunes miles de haitianos abarrotaron los mercados de Elías Piña y Dajabón como en los mejores tiempos, alentando las esperanzas de haitianos y dominicanos de que el comercio binacional se normalizará por fin y que ya no habrá más trabas y obstáculos para impedir un intercambio beneficioso para ambos países.
Y es muy probable que así sea, pero no por la voluntad de las actuales autoridades haitianas, que han demostrado que no les importa la suerte de su pueblo, sino debido a las protestas y movilizaciones que se vienen realizando desde hace días en Juana Méndez, que fácilmente podrían salirse de control.
Y como ahora todo se ve a través del prisma electoral hay que decir que el regreso de los haitianos a ese intercambio comercial, cuya prohibición parece tener los días contados, terminará apagando el ruido que provocan las quejas de los afectados de este lado de la frontera. Un alivio para el gobierno, que se quita de encima esa presión, pero también un serio revés para la oposición, que de manera oportunista las amplificó para sacarle capital político.