Pregunta de la lectora: ¿Debemos dejar que nuestros hijos aprendan a frustrarse?
Respuesta de la terapeuta: La frustración es la respuesta a la insatisfacción de una necesidad emocional, como no poder obtener un juguete o dulces, no tener acceso a una tableta o celular, o no conseguir un permiso para salir.
Cuando no se logra lo deseado, psicológica y emocionalmente cuando no se logra lo deseado, los niños y adolescentes muestran comportamientos de irritabilidad, como pataletas, estrellar objetos, actitudes agresivas y llanto. Algunos, incluso, agreden físicamente a los padres.
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Estos comportamientos evidencian el grado de malestar, desregulación emocional y falta de control interno característico en los menores de edad que están en proceso de madurez y aprendizaje.
A los niños se les enseña que la frustración es un sentimiento que se puede gestionar asertivamente, a retardar la recompensa ya que no es posible obtener todo lo que se quiere. Se les instruye sobre cómo calmarse para autorregular sus respuestas emocionales y conductuales sin desbordarse, atacar, entristecerse, autoagredirse y autoinculparse.
Los niños aprenden no porque se les niega lo que sienten, sino porque se les enseña cómo abordar la situación ofreciéndoles herramientas de cómo lograrlo y cómo bajar la intensidad emocional de las respuestas.
Otro escenario para la frustración se presenta cuando las necesidades internas que movilizan a los niños a satisfacer las demandas de amor, compañía, seguridad, reconocimiento y sentido de pertenencia no son satisfechas. Si el contexto familiar no cumple con estas funciones aparecerá la frustración y respuestas descontroladas.
A los padres carentes de habilidades para gestionar sus propias frustraciones, se les dificultará ser guías y modelos para los hijos.