Cargo conmigo como resguardo un gran respeto por esos seres únicos que con la magia de la palabra construyen el templo del sentimiento y de la belleza.
Me refiero a las y a los poetas; estas personas entran al Olimpo y cargan con la magia de las palabras, material indispensable para conmover los corazones.
A nosotros, simples mortales, se nos hace un cierre en la garganta que cual nudo gordiano impide expresar en palabras y frases las emociones que conmocionan nuestros sentimientos.
Es en ese trance cuando acudimos al salvavidas de la prosa poética para que diga lo que nuestro agobiado cerebro se niega a procesar.
Alberto Cortez viene en mi auxilio y dice: “Cuando un amigo se va/queda un espacio vacío/ que no lo puede llenar/ la llegada de otro amigo”.
Pablo Milanés me asiste expresando: “Vamos viviendo, viendo las horas que van muriendo/las viejas discusiones se van perdiendo entre las razones”.
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Y es que indudablemente el tiempo pasa. Me remonto y retrocedo 55 años en el calendario. Despierto en el cantón de Guaraguanó ya convertido en el municipio de Monción. Médico acabado de formar, como pan fresco y calientito salido del horno, me lanzo al ruedo comunitario y es cuando identifico a un mozalbete que sería mi cómplice acompañante por las contadas calles del poblado. Su nombre: José Perdomo, cariñosamente Joselyn. Poco a poco le fuimos inyectando la mística martiana de Juan Bosch, en la que el primero decía: “Con los pobres de la tierra/Quiero yo mi suerte echar:/el arroyo de la sierra/ me complace más que el mar”.
¡Cuánto orgullo y satisfacción siente mi corazón al ayudar a moldear a este abnegado adolescente que arribó al final de su existencia sin renegar a la consigna de vivir para servir a los demás! Innumerables veces llegó a casa para salir a recoger colchones, comida, medicinas, máquinas de coser, y un etcétera de artículos que llevaría a su localidad geográfica entregándolos a las familias más necesitadas, sin tomar en cuenta los colores de las banderas políticas de los beneficiarios.
Fue en una de estas misiones en que sufrió un aparatoso vuelco quedando parapléjico por meses en una cama de hospital y luego permanentemente afectado, aunque no imposibilitado de continuar su generoso servicio a su pueblo natal. Este hombre mártir inmaculado sirvió a su pueblo con amor y pasión.
No dejo de sentir su partida como la despedida de un hijo que nos dice hasta luego, con un rostro lleno de paz y tranquilidad, sus manos limpias y libres del peculado y la corrupción.
Joselyn tu pueblo reconoce tus valores éticos, tu transparencia, tu nobleza, tu sacrificio y entrega total. Lo diste todo y por eso viajas por el espacio sideral sin cola ni carga, pero con tu rostro lleno de satisfacción por no haber traicionado ninguno de los principios que guiaron tu vida. Buen hijo, buen hermano, buen padre y por encima de todo un munícipe ejemplar al que su pueblo llora con amor y eterno agradecimiento.
¡Descansa en paz, inmaculado Joselyn!