De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Juan 12:24-25
Gracias a la coordinación de la Cruzada Estudiantil y Profesional para Cristo y del Concilio de la Cristianización, unos 45 misioneros de distintos lugares de los Estados Unidos estuvieron tres días en la República Dominicana. Y fueron divididos en cuatro grupos para hacer evangelización uno a uno, llevar el plan de salvación, orar por los enfermos y necesitados, y ofrecerles asistencia médica y medicamentos.
Unas 250 personas aceptaron a Cristo en su corazón como Señor y Salvador de sus vidas. Solo en el barrio de San Antonio, de Los Mina, en Santo Domingo Este, unas 60 personas aceptaron a Cristo en sus corazones. Y dieron testimonio. Y se les veía en su rostro cuando salían hasta con lágrimas en sus ojos tocados por el poder del Espíritu de Dios.
Algunos de esos misioneros dejaron sus familias, sus hijos; posiblemente gastaron cada uno cerca de 2 mil dólares, incluyendo el boleto de viaje, hotel y parte de la alimentación. Unos 90 mil dólares invirtieron en total. Cerca de 4 millones de pesos dominicanos. Algunos pidieron vacaciones de sus trabajos o de sus estudios; otros se separaron por ese tiempo de sus seres queridos, para venir a barrios pobres, vulnerables y marginados como Los Mina, Haina y Los Alcarrizos, y hablarles de Jesucristo a la gente.
Cada vez que hacían eso, ellos daban testimonio de tres palabras: entrega, sacrificio y desprendimiento. Y eso fue precisamente lo que hizo Cristo. Se entregó a sí mismo; dio su vida, y la sacrificó en la cruz; hubo desprendimiento. No se quedó en sí mismo. Asimismo, los misioneros renunciaron a su egoismo y a su interés propio. Al abandonar las comodidades en su pais de origen, el tener a Cristo en sus corazones y dar testimonio, eso glorificó al Dios Padre, y dieron fruto. (Juan 15:1-8); y eso permitió que mucha gente recibiera la palabra de Dios y sus vidas fueran transformadas.
Como dijera el apóstol Pablo: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante”. Y eso fue lo que esos misioneros hicieron a su paso por los barrios pobres dominicanos.