El próximo domingo 2 de julio, en el club San Carlos, presentaré formalmente mi propuesta de aspiración presidencial en el PRM. Al hacerlo, cumplo con los parámetros establecidos en la ley respecto del periodo de competencia interna y se abren las compuertas, en capacidad de demostrar los niveles de madurez y racionalidad, tanto de la institucionalidad partidaria como los aspirantes.
La vida partidaria requiere de niveles de competencia porque un instrumento organizacional llamado a democratizar la sociedad debe garantizar pluralidad e ideas discrepantes alrededor de aspiraciones en el orden interno y el amplio espectro de aspiraciones congresuales, municipales y presidenciales. Y el PRM no puede calcar las aberraciones autoritarias que hicieron perder el ritmo democrático del viejo partido, y causa fundamental de edificación del proyecto electoralmente exitoso que gobierna los destinos nacionales.
Puede leer: Metamorfosis del barrio
La historia siempre nos deja enseñanzas. De ahí el derrumbe de los partidos que descansaron en un líder que, su escasa vocación democrática, obstruyó la emergencia y relevo.
Por eso, habilitar la cultura de la competencia real produce en amplios núcleos ciudadanos una sensación de superar las manías de los caudillos tradicionales.
El PRM no puede subestimar la inteligencia de sus bases y menos burlarse de la observación ciudadana, utilizando métodos que terminan excluyendo a la mayoría de la toma de decisiones.
Ahora, y contrariando el discurso que sirvió de base de sustentación a las causas que dieron origen a la organización, la sombrilla de las encuestas sirve de mascarada en interés de imponer candidaturas al margen de la racionalidad y espíritu democrático.
Siento indispensable plantear un debate entre los aspirantes a la candidatura presidencial. Así, los miembros de la organización y la sociedad tendrán la oportunidad de apreciar las destrezas, sentido de compromiso y respuestas a los problemas fundamentales del país.
Negarse al intercambio respetuoso no se corresponde con la urgencia de sacar los aspirantes y/o procesos de campaña del clásico insulto y diatriba degradante que tanto daño produce a la clase política.
Los dominicanos estamos conminados a elevar el nivel de los actores esenciales de la fauna partidaria. Inclusive, estableciéndolo como norma interna y luego en el escenario formal, garantizamos una mayor calidad de un producto político que, como el nuestro, exhibe piezas impropias del siglo 21.