Delitos sexuales: endemia social. El carácter expansivo global de la covid-19 que lleva dos años propagándose sin que se vislumbre su retracción en el horizonte cercano ha generado efectos colaterales de proporciones imposibles de cuantificar en el presente.
Debido a los recortes presupuestarios, importantes programas sanitarios de prevención, registro y control de enfermedades se han visto afectados por no decir interrumpidos.
Ni qué decir de futuros proyectos de investigación los cuales han sido reorientados hacia la microbiología del coronavirus. No todo el mundo está enterado y por ende no tiene conciencia de la frecuencia y gravedad de las violaciones sexuales en niños, niñas, adolescentes y mujeres.
Los victimarios suelen ser padrastros, custodias, o familiares cercanos con fácil acceso a las víctimas. En el seno hogareño se tiende a encubrir la tragedia debido a su repercusión moral, social y financiera. De ahí la recurrencia de hechos que no se denuncian y solo vienen a conocerse una vez acontecida la tragedia. El alcohol y las drogas suelen ser cómplices comunes.
No contamos con datos estadísticos fidedignos que nos permitan valorar la real dimensión de los abusos sexuales en la República Dominicana, en parte a causa de la ausencia de una coordinación entre autoridades judiciales y sanitarias para llevar un registro de las denuncias y condenas registradas en los tribunales de la nación.
La mayoría de los pediatras, emergenciólogos y ginecólogos dominicanos no han sido entrenados para detectar las sutilezas y particularidades que envuelve la investigación forense de los abusos sexuales y el estupro.
Proponemos un proyecto de alianza entre la Procuraduría General de la República, Suprema Corte de Justicia y el Ministerio de Salud tendiente a crear un protocolo conjunto de registro nacional de los delitos sexuales. De esa manera lograríamos dimensionar la gravedad epidemiológica de la morbilidad y mortalidad relacionada con la violencia sexual.
El caldo de cultivo social es propicio para la silente epidemia de violencia hogareña. Tenemos una parte de la juventud urbana ociosa, bullanguera que ni estudia, ni trabaja, pero que le atrae el beber y fumar como forma de diversión. Sumemos a ello las condiciones de hacinamiento en muchos hogares de familias humildes en las barriadas pobres de las grandes ciudades.
Agreguemos la “liberación femenina” en la que jóvenes de ambos sexos compiten en el vicio. Forzosamente envueltos en la lucha frontal contra la pandemia nos hemos debilitado en otras aristas del trapecio social. No podemos hacer caso omiso de los otros males que corroen a la nación.
Debemos atender estas crecientes afecciones delictivas crónicas, las cuales se agudizan cuando por una razón o la otra bajamos la guardia. Aún estamos a tiempo; nunca es tarde para prevenir y tratar la silente endemia de los delitos sexuales.