Ramón Marrero Aristy llevó al mundo de la novela el drama de explotación de los trabajadores de la industria azucarera. Era 1939, y en Over, desnudaba la situación de injusticia y desigualdad. Por eso, la interpretación desde esferas internacionales relativas a prácticas discriminatorias en el país, reflejan una noción con ribetes diferentes, poco entendidas en agendas estructuradas en los Estados Unidos y Europa, culturalmente lejanas a la realidad social e histórica de las relaciones dominico-haitianas. Y es entendible la referencia estadounidense parte del concepto clásico de una guerra civil caracterizada en la intención de preservar los Estados del sur en la esclavitud. De ahí, un paralelismo que injustamente generaliza los fenómenos, provocando juicios y sanciones, asumidas desde una óptica disímil al proceso de independencia iniciado desde febrero de 1844.
Centrar el sentido de impugnación al país alrededor del factor derechos humanos no es cosa nueva. Inclusive, desde el espectro conservador y bajo la administración del presidente Nixon, la frase del doctor Joaquín Balaguer ante el Congreso de “renunciar” si su preservación en el poder representaba un obstáculo en el mantenimiento de cuotas preferenciales azucareras, obedecían a la intuición del Congreso estadounidense y esferas de poder, relacionadas con persecuciones, asesinatos y abusos policiales, durante el régimen. Muchos años han transcurrido, y en la relación de poder, es innegable que los Gobiernos demócratas exhiben un mayor énfasis en ámbitos que, objetivamente expresan las características identitarias del partido, pero sirven de base política en un escenario caracterizado por minorías étnicas convertidas en mayorías electorales.
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Las posturas de la administración Biden en el caso dominicano no pueden ser respondidas desde la lógica irracional de la pasión. Y menos, activar en la esfera oficial discursos incendiarios que pongan distancias de una interpretación políticamente inteligente debido al débil conocimiento de los factores internos que han ido recomponiendo el ajedrez estadounidense.
Así, la condición de principal socio comercial, las potencialidades de la diáspora y el impacto de las remesas conducen hacia una lectura madura y urgencia de leer efectivamente las causas de una incomodidad nada disimulada. Sin temor ni estimular un nacionalismo de part-time.
Todo Estado posee la facultad de diseñar sus políticas migratorias. Ahora bien, las arcas públicas y las dificultades económicas del país no están aptas para seguir financiando una nación que, casi siempre, recibe de nosotros el gesto solidario.