Señor, ¿quién puede residir en tu santuario?, ¿quién puede habitar en tu santo monte?
Salmos 15: 1
Hay una serie de condiciones que Dios exige para habitar en Su presencia. No cualquiera puede habitar en ella, porque ese lugar es tan santo y puro que el pecado no tiene espacio ahí. Es un lugar espiritual que se forma cuando vivimos en justicia, decimos la verdad de todo corazón, de nadie hablamos mal, no ofendemos al vecino, no aceptamos soborno y cumplimos con lo prometido.
Todo esto hace que la misma gloria de Dios no se aparte y habitemos en ella, porque Él está buscando esos corazones limpios, los que aborrecen el mal pero honran lo que Él honra. Así, jamás se moverá, estableciendo una morada permanente.
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Por eso, los que se llevan de estos principios habitarán con Él. Por cuanto no se aparta, sino que nuestra misma condición nos separa y no nos permite entrar a ese lugar escogido para los que están dispuestos a sacrificarlo todo y han reconocido el privilegio de habitar en Su Santo Monte. Ahí solamente aquellos que han decidido santificarse y purificarse, lavando sus pecados por medio de la sangre del Cordero, podrán permanecer.
La obediencia nos hace tener el galardón
Por: Montserrat Bogaert
Así que Cristo, a pesar de ser Hijo, sufriendo aprendió lo que es la obediencia; y al perfeccionarse de esa manera, llegó a ser fuente de salvación eterna para todos los que lo obedecen. Hebreos 5: 8-9
¿A qué padre no le agrada que sus hijos sean obedientes? No hay que pensarlo, porque a todos nos gustaría que nuestros hijos se llevaran de nuestros consejos, no por obligación, sino por convicción de que es lo mejor. Así como nos sentimos cuando vemos que no se llevan de nuestros consejos y enseñanzas, Dios se entristece al vernos haciendo nuestra voluntad y no la de Él, sabiendo las consecuencias producto de estas acciones.
Jesús, el Hijo de Dios, nos dio un ejemplo al no hacer lo que quería. Ni tan siquiera intentó hacerlo; simplemente aceptó lo que el Padre quería que hiciera, y lo hizo voluntariamente.
Los hechos hablan, porque por la obediencia fue camino a la cruz, alcanzando la resurrección, que era la voluntad de Dios. Por eso, la obediencia nos lleva a la cruz, donde debemos entregar todo lo que compite con Su voluntad y nos hace ser desobedientes, perdiendo las promesas por no aceptar lo que Él quiere para nosotros.