Planteábamos a principios de octubre pasado que la concreción de un acuerdo con empresas norteamericanas, con la intermediación del Gobierno de Estados Unidos, para explotar las tierras raras en la Sierra de Bahoruco “sería tan seguro como el nacer para quien está destinado a vivir”.

Y los hechos, que se han sucedido con rapidez asombrosa, nos han protegido del riesgo de cometer un desatino, al apuntar en esa dirección.

Veíamos demasiadas ganancias para ambas partes como para que cada una diera lo máximo posible para llevar a feliz término un acuerdo. Para Estados Unidos el asegurarse este recurso tiene un valor estratégico vital, para hacer frente a la creciente demanda mundial y reducir la dependencia que el mundo tiene de China de los valiosos y estratégicos minerales contenidos en esas tierras, mientras que para la República Dominicana facilitar el acceso a esos recursos a su principal socio fortalecería la alianza, en adición a los beneficios que generará la explotación minera (el Banco Mundial proyecta que la demanda de materiales críticos como las tierras raras crecerá hasta un 300 % para 2050).

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Ya sabíamos que el Cuerpo de Ingenieros de Estados Unidos se había hecho presente en el área de estudio para ayudar a determinar el potencial minero. En una primera fase se comprobó la existencia de una gran cantidad de elementos de tierras raras en el suelo de toda la región, así como la probabilidad de que la explotación de estos recursos sea ambientalmente sostenible.

Ahora se está en una segunda fase, para cuyo desarrollo el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los EE. UU. podría proporcionar fondos, a solicitud de República Dominicana, para realizar una exploración más profunda de cómo se pueden extraer químicamente los elementos de tierras raras.

Y hay señales de que con la administración Trump el país no sólo recibirá ese apoyo, sino que el proceso tomará mayor impulso.

Desde su pasada gestión, Trump ha manifestado un gran interés por las tierras raras para superar la desventaja frente a China y ahora una de sus primeras órdenes ejecutivas, tras asumir su actual mandato, dispone “liberar la energía estadounidense”, al precisar que es política de EE.UU. “establecer nuestra posición como el principal productor y procesador de minerales no combustibles, incluidos los minerales de tierras raras, lo que creará empleos y prosperidad en el país, fortalecerá las cadenas de suministro para los Estados Unidos y sus aliados y reducirá la influencia global de estados malignos y adversarios”.

Y Trump no se ha quedado en la firma de la orden ejecutiva, sino que ha comenzado a hablar con la elocuencia de los hechos. Ya está negociando un acuerdo con Ucrania para garantizar el suministro de tierras raras y otros minerales, a cambio de ayuda militar para el gobierno de Volodímir Zelenski.

Nuestras tierras raras han despertado igual apetito por parte del Gobierno de Estados Unidos. El apoyo que está recibiendo el país del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos así lo confirma. Y para no dejar espacio a dudas, en su encuentro con el presidente Luis Abinader, el secretario de Estado, Marco Rubio, planteó que en los próximos meses podremos desarrollar un plan juntos para la explotación de las tierras raras.

De manera que no pasará tantísimo tiempo sin que comencemos a compartir con Estados Unidos el suculento almuerzo que nos ha servido la madre naturaleza.