Aunque soy consciente de que en un día como hoy la atención de gran parte del país está concentrada en saber lo que dijo el presidente Luis Abinader durante su discurso de rendición de cuentas en el Congreso Nacional, uno de los rituales de nuestra vida democrática en el que la oposición cumple a cabalidad y sin hacer concesiones su papel de rechazar y descalificar todo lo que haya dicho el mandatario, no quisiera que se pierda en el olvido el caso de los dos rasos del Ejército, de puesto en la fortaleza de Constanza, que vendieron sus fusiles de reglamento por 500 mil pesos pero le informaron a sus superiores que se los quitaron dos hombres armados de pistolas que los sorprendieron cuando prestaban servicio.
Y no quiero insistir en el tema por los dos soldados, que ya echaron a perder sus carreras y guardan prisión preventiva a la espera de juicio, ni tampoco por los quinientos mil pesos, por los que no vale la pena preguntar a estas alturas, sino por los dos fusiles, que hasta el sol de hoy, y hasta donde se sabe, no han podido ser recuperados.
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Es muy fácil adivinar que para nada bueno los querían los hombres que los compraron, todavía sin identificar, por lo que puede asegurarse que también lo saben los organismos de seguridad del Estado y que por esa razón han puesto todo su empeño en recuperarlos. Al parecer eso todavía no ha ocurrido porque, de ser así, uno quiere suponer que el Ejército ya lo habría informado a la opinión pública; aunque si tomamos en cuenta la manera vergonzosa en que se ”perdieron”, se entendería que la institución castrense no quiera seguirle dando publicidad al asunto y prefiera enterrarlo en el olvido.
Mientras tanto, y en lo que se aclara cualquier duda, me siento en la obligación de insistir en la necesidad de saber qué pasó con esos dos fusiles, y en manos de quien están. Y ojalá la respuesta llegue antes de que nos enteremos de la peor manera, y cuando sea ya irremediablemente tarde, para qué los necesitaban sus compradores.