Parte 1 de 2
El agua ha sido un elemento central en la literatura y la poesía desde tiempos ancestrales. Su simbolismo ha sido ampliamente explorado por poetas de diversas épocas y culturas, otorgándole un lugar especial en la expresión lírica. En verdad, la relación entre el agua y la poesía es una historia de exploración y simbolismo, donde este elemento se convierte en un reflejo de la experiencia humana, del ciclo de la vida, del cambio y de los misterios que nos rodean. La poesía dominicana tiene una profunda conexión con el agua, reflejando nuestra identidad insular. Veamos algunas muestras:
En «Oración por el agua,» Jeannette Miller, Premio Nacional de Literatura presenta el agua como un elemento sagrado, fundamental para la vida y la espiritualidad. Su poema es una súplica que resalta la importancia del agua en todos los aspectos de la existencia, desde lo natural hasta lo humano y lo divino:
“Yo te pido, Señor, por el río mermado/por el terrón reseco/por el surco que espera la semilla/por el hombre que vive del agua y de la tierra/por los animales que pacen y que beben/por el verde que embalsama el espíritu. /Yo te pido, Señor, por la lluvia que rellena los cauces/por los torrentes que mojan y consuelan/por las hojas que repones sobre los claros y las hondonadas/por las nubes que pintan de gris el firmamento/para que luego nazca el arcoíris, / Yo te pido, Señor, /por las pequeñas flores que colorean la vida, /por el fruto que nos trae el alimento/ por los niños que todavía no han nacido/ por el Espíritu que nos fortalece/por el agua del alma. Yo te pido, Señor, por el silencio/por esa paz iluminada/por el ruido del viento, por el golpe del canto/por este templo verde que has edificado/como un regalo al hombre./ Yo te pido, Señor,/desde mi alma contrita/desde mi pequeño y encendido corazón/de rodillas en el centro de mí misma/doblegada ante tu inmenso amor/ recogida dentro de mí/ siendo contigo” (Miller, 2019).
El agua se convierte en un símbolo de sanación y consuelo tanto para la tierra como para el espíritu humano. La autora vincula el agua con lo divino. Miller reconoce la relación entre el agua y todos los seres vivos y como elemento unificador, un recurso que conecta a toda la vida en la tierra y que es esencial para la continuidad de la existencia. A través de esta plegaria, la autora nos invita a reflexionar sobre la importancia del agua y la necesidad de protegerla como un recurso sagrado y esencial para el bienestar de la humanidad y la naturaleza.
En el poema «Hydna», de la galardonada poeta Chiqui Vicioso, el agua se presenta como un símbolo de libertad, escape y anhelo, contrastando la realidad de vivir en una isla con las limitaciones que esto conlleva. A través de imágenes acuáticas, la autora explora temas de constricción, identidad y el deseo de trascender las barreras impuestas por el entorno.
“No había océanos/ En medio de las montañas/Ni lagos/ Donde practicar/ Las urgencias de escape. / Nacer en una isla/ Y no saber nadar/Es ingresar a una cárcel/ De provincianos dictámenes. /Oh Hydna! / Ni siquiera el viento/Penetra estos puertos sin mar/Donde están anclados/Mis sueños libertarios” (Vicioso, 1995).
En este poema el agua representa la posibilidad de liberación y movimiento. Sin acceso al agua, la protagonista se siente atrapada, como si la vida en la isla limitara su capacidad de soñar y alcanzar la libertad. La idea de «nacer en una isla» y «no saber nadar» enfatiza la paradoja de estar rodeado de agua, pero sin poder acceder a ella. Esta condición se presenta como una «cárcel,» donde la falta de habilidad para nadar simboliza la impotencia frente a la situación. Aquí, el agua, que debería ser un medio de escape, se convierte en un recordatorio de la vulnerabilidad y las limitaciones.
En “La Medusa en el higo”, Ángela Hernández, Premio Nacional de Literatura, utiliza el agua como un símbolo de origen, transformación y conexión con lo primigenio. La presencia del mar y la idea de un «mar oscuro» reflejan la naturaleza misteriosa y profunda de la existencia, así como la relación entre el agua y el ciclo de la vida:
“Mar oscuro me sueña/transcurrimos en verbo/preguntando al instante de remota placenta/por aquellos que amaron a través de mi carne/por aquellas que ofrecen a través de su sangre/el fruto, los enlaces de los renacimientos/de las reencarnaciones/de lo nuevo y lo único en cada vida nueva/las consistentes formas de la invisible historia/en la que somos núcleo/el borde de los otros/infinitos comienzos” (Hernández, 1996).
Esta imagen del mar oscuro se asocia con el útero materno y el líquido amniótico, resaltando el papel del agua como el origen de toda vida y como un elemento esencial en el proceso de creación y renacimiento. El agua se convierte en un medio que conecta a las generaciones y sirve como un vehículo para el «fruto, los enlaces de los renacimientos,» mostrando cómo el líquido vital es un canal para la transmisión de la vida y el legado entre seres humanos. El poema también aborda la noción de «reencarnaciones» y «renacimientos,» y el agua sirve como un símbolo del flujo constante y la transformación que ocurren en la vida. La idea de «infinitos comienzos» resalta la continuidad y el ciclo perpetuo de la vida, en el cual el agua actúa como un agente que permite la regeneración y la evolución. El agua se convierte en un puente que une las experiencias humanas y la esencia misma de la vida, actuando como un recordatorio de que estamos todos interconectados a través de un flujo invisible de existencia. El agua aparece como un medio que une a los seres humanos en un ciclo perpetuo de vida, renacimiento y continuidad. El poema explora la profundidad y el misterio del ser, invitándonos a reflexionar sobre nuestra propia existencia y la relación con el agua como fuente y sustancia vital.
En el poema «Mi Tristeza» de la laureada poeta Rosa Silverio, el agua se utiliza como una metáfora poderosa que simboliza la experiencia emocional de la tristeza. La autora emplea imágenes relacionadas con el mar y el agua para explorar la profundidad, la fuerza y la inevitable naturaleza de sus sentimientos.
[…] Mi tristeza es una ola./En ocasiones me derriba y me lleva mar adentro./Yo me dejo ir… ¿Acaso tengo otra salida?/Siempre abro los brazos cuando ella viene a mi encuentro./No le preceden huracanes, ni desgarres, ni huidas innecesarias./Hay en mí una predisposición natural./una voluntaria placidez ante esta forma de estar/que nadie comprende/y que no espera ser comprendida por el mundo./Mi tristeza es un refugio en el que me arrincono/cuando naufragan los barcos y estallan explosivos./En su seno me duermo y olvido a los peces voladores,/las lenguas de serpientes y los dragones azules./Mi tristeza es un estanque y un pájaro./Mi tristeza es un ancla” (Silverio, 2018).
El mar se convierte en un reflejo de su estado interior, un espacio vasto e inabarcable que la arrastra sin resistencia. La idea de dejarse llevar «mar adentro» implica una aceptación de sus sentimientos y la falta de control sobre ellos, destacando cómo la tristeza, al igual que el agua, tiene un poder inmenso sobre ella. El ancla es el peso que la hunde, pero también es lo que la mantiene en su lugar cuando todo a su alrededor parece caótico. A diferencia de las tormentas o huracanes, que son violentos y destructivos, su tristeza es un mar tranquilo, una ola que llega sin preámbulos. Esta aceptación de su estado emocional convierte el agua en un símbolo de paz, incluso cuando representa un sentimiento tan profundo y melancólico como la tristeza. El agua en el poema «Mi Tristeza» de Rosa Silverio es un reflejo de la complejidad y la dualidad de sus sentimientos.
Como se puede observar en esta muestra de la poesía dominicana, el agua se presenta como un elemento que simboliza la identidad, lo divino, el origen, la historia, la libertad y la conexión con el territorio… La constante presencia del agua resalta la relevancia de este recurso en la vida y el imaginario de un pueblo que ha crecido en un entorno marítimo, enriquecido por la diversidad cultural y la experiencia histórica.