JOSÉ SILIÉ RUIZ
Este es el tercero y último de los artículos relacionados con el cerebro, la conciencia y la evolución humana. Son numerosas las interrogantes que existen en la tarea de construir una teoría «evolucionista» de la conciencia. En la teoría darwianiana de la evolución, se menciona la conciencia como parte de las facultades mentales del hombre junto con la imaginación, la atención, la memoria, el lenguaje y la razón.
Considera, esta teoría que estas facultades se perfeccionan y adelantan gracias a la selección natural. Somos de la creencia que se puede intentar explicar la naturaleza humana comprendiendo mejor el sustrato físico y orgánico de nuestros pensamientos. Estamos descubriendo que hay muchos aspectos del comportamiento moral que están incorporados a la naturaleza misma de nuestro cerebro, mezclado con reglas que provienen de vivir por siglos como un grupo social. Hay que aceptar que las personas deben su manera de ser a la naturaleza de su cerebro, que allí es donde se construye todo lo que somos.
Las neurociencias de este siglo tienen un importante desafío, y es el ver cuánto de nuestro comportamiento ético está incorporado en nosotros como especie y en qué medida eso es fuente de reglas sociales. Por ejemplo, los temas de la educación y la justicia son complejos, y creemos al igual que mi progenitor, que los temas de la ética deben hacerse temas comunes en las escuelas y los hogares, mientras más temprano mejor. Pues hoy asistimos a una realidad científica incontrovertible, y es que en esta modernidad, paradójicamente es más fácil cambiar un gen, que la cultura de un pueblo. Esto como consecuencia de aprendizajes ancestrales, la violencia social como ejemplo, es quizás consecuencia en cierta medida de que nos creemos que actuamos sólo por que las «instituciones» así lo han decidido y protestamos en nuestra intimidad contra ellas, y únicamente cuando reconozcamos que esas conductas obedecen en gran parte a la acción de nuestro propio cerebro, lograremos ser menos violentos. Creo que sólo entonces seremos más felices, y podremos convivir con mayor justicia; pero insistimos no es tan fácil.
Una de las teorías más aceptadas para explicar la evolución del pensamiento, es la de Daniel Dennett, filósofo norteamericano. El plantea que, nuestra mente consciente, es el resultado de tres procesos evolutivos importantes: la variabilidad genética, la plasticidad fenotípica y la evolución cultural. Para él, la variabilidad genética, procuró que surgieran replicadores simples capaces de replicarse a sí mismo (reproducirse), criaturas capaces de anticipar el daño (implicó el desarrollo del sistema nervioso), criaturas con un sistema visual sensible a patrones verticales, y criaturas con un cerebro dividido funcionalmente. La plasticidad fenotípica, supuso el surgimiento de individuos con diseños cerebrales con capacidades de aprender y modificarse, y esta plasticidad cerebral los hizo sobrevivir y pasarla a sus descendientes. Los buenos trucos de comportamiento se aprenden, como también la capacidad de trasmitir la cultura e información fijándose finalmente en el genoma, formando la compleja evolución cultural.
Partiendo del hecho de cada persona es única, y por igual los mecanismos cerebrales que los generan, esas diferencias entre los humanos, que cada vez logramos acercarnos a conocer mejor su razón de ser, ya que las tecnologías diagnósticas se perfeccionan vertiginosamente, y tal vez no estemos tan lejos de poder conocer la forma «individual» de pensamiento, el origen de las diferencias cerebrales entre los humanos, la manipulación de la inteligencia y por qué no, el manejo de la memoria íntima de cada quien, es por tanto mandatario que se inicien reglamentos y normas para tener las leyes que permitan mañana un cierto control de lo que se avecina en el campo de las neurociencias, de aquí nace la Neuroética.
Tal vez, estemos cerca de obtener la manipulación de los recuerdos, incluso «borrar» la memoria, hacer verdaderos «lavados» cerebrales, poder mejorar nuestras inteligencias, o algo tan importante como la posibilidad de «leer» las intenciones de alguien antes de que las ejecute. Sobre el tema, hay muchos trabajos que sugieren que se podrá leer las intenciones de alguien, pues hay escuelas psicológicas que plantean que, cuando somos «conscientes» de nuestros pensamientos, ya el cerebro los ha ejecutado. El futuro de los trabajos con las células madres, en los implantes, en la regeneración neuronal, y el estatus moral de los embriones humanos que se emplean en la investigación, etc., todo esto guarda relación con la bioética.
En los años setenta temprano en su obra «Etica y Ciencia», planteó el neurocientista Mario Bunge, que se hacía necesario además de la ética descriptiva y de la ética normativa, necesitábamos una «metaética» y que era obligatorio una reconsideración rigurosa de los problemas lógicos, semánticos, metodológicos y ontológicos que suscitan los problemas éticos. Señalando en ese entonces que: la nueva ética que se prefiguraba debía de constar probablemente de tres ramas: 1) la ética descriptiva o ética psicosocial; 2) la ética normativa o ética teórica, ciencia de la conducta deseable en cada contexto; y 3) la metaética, o filosofía de la ética científica. Lapidariamente en ese momento (más de 30 años) este científico señaló: «El que alcancemos a ver esta nueva ética depende de la seriedad con que los éticos tomen a la ciencia, y los científicos consideren los problemas morales».
Hoy asistimos a la concretización de ese sueño, la Neuroética, aunque las respuestas a muchas preguntas están sin responder, sí podemos aventurarnos a decir que la «conciencia», es el resultado de las reacciones físicas y bioquímicas de un cerebro que ha evolucionado por más de 80 millones de años. Y sobre todo para nosotros los neurólogos, dentro de la comunidad científica es básico el entenderlo, pues somos nosotros los que evaluamos esos «estados de conciencia». Los grandes avances técnicos, obligan a dejar de considerar la ética como un muestreo de opiniones, arbitrariedades y utopías de pensadores ilustres, y de modo obligado pasemos a construir una gran «ética científica», como ciencia de la conducta deseable, que emplee el método científico y los más actuales conocimientos categóricos, sociales, psicológicos, y orgánicos acerca del individuo y la humanidad, en procura de seguir mejorando a ese humano que ya sí tiene una «conciencia» evolucionada.