Cuando la economía crece, pero la distribución es desigual y focalizada a sectores privilegiados, se vuelve una actividad de no bienestar, pero también de insatisfacción acumulada que modifica los estilos de vida, los comportamientos, la percepción, los hábitos de las personas hacia los objetivos, metas y propósitos de vida. Dolorosamente, los jóvenes y los adultos en edades productivas que no tienen el acceso al empleo, al salario digno, o que no pueden cubrir los servicios básicos son a los que más impacta la economía de la inequidad. Literalmente reproduce personas en “déficit” que son aquellas que no tienen acceso a servicios básicos de calidad y con calidez; pero, que al mismo tiempo viven en desesperanza aprendida, con frustraciones y fracasos, o en desmoralización con desesperanza. Las personas que por décadas viven en situaciones de riesgos y en exclusión social de forma recurrente, son las que van desarrollando resentimiento social, odio social, envidia social, victimización y sed de venganza contra el sistema, o contra las personas.
Si estudiamos las variables o indicadores que sustentan los comportamientos disociales y de transgresión a las normas sociales, debemos de tener en cuenta los factores directos e indirectos: migración desorganizada, marginalidad sin ordenamiento y sin servicios básicos, familias rotas o disfuncionales, abandono temprano de la escuela, deambulación y vivir en las calles, el inicio temprano al alcohol, o drogas ilegales, iniciarse en relaciones sexuales tempranas, participar en hurtos, robo de forma recurrente, acceso temprano a armas blancas o de fuegos etc. Sin embargo, si unimos estos factores a los personales como: baja autoestima, pobre autoconcepto, pobre identidad, abandono, traumas, abuso sexual, maltrato psicológico y físico, falta de habilidades y destreza para resolver problema, entonces, los riesgos y las conductas riesgosas se van triplicar.
Hace años, que más adolescentes y jóvenes son víctimas y victimarios al mismo tiempo en los actos delincuenciales.
Esos menores con capacidad de adultos que asesinan, secuestran, violan, atracan, y son antisociales de alta peligrosidad y, por demás, de alta recurrencia en actos delictivos de donde no dan muestra de arrepentimiento, ni de culpa, ni de sentir dolor o pena por las personas que dañan, o las familias a las que arruinan la vida.
Esos jóvenes son verdaderos psicópatas que son muy pocos lo que se pueden rehabilitar y reinsertar socialmente.
Esos actos delincuenciales y los delincuentes que actúan de forma diseminada por barrios y localidades han modificado el comportamiento social: pánico social, miedo y terror a salir de noche, paranoia social, desconfianza y evitación hacia las personas desconocidas, deshumanización, falta de solidaridad y altruismo en la conducta social.
El coste psicosocial de la delincuencia es muy alto, a veces imperceptible, pero altera la conducta, el comportamiento social; daña las inversiones, disminuye las compras, arruina negocios, crea traumas y duelos a las personas víctimas de los actos delincuenciales.
Las personas expresan que la inseguridad y la delincuencia como su primer problema psicosocial del país; en todos los barrios, provincias, familias y negocios, por lo menos una persona ha sido víctima o presenció o escuchó o tiene un familiar o amigo víctima de acto delincuencial.
Frente a los delincuentes y a la delincuencia las políticas públicas que previenen, rehabilitan y tratan la reinserción social han fallado. Pero también hemos fallado en el control de armas ilegales, la prevención y tratamientos sobre el uso y dependencia de las drogas, de la incorporación de los jóvenes en condiciones vulnerables y de estilo de vida riesgoso en diagnosticarles a tiempo y empezar tratamientos tempranos.
El coste de la delincuencia es muy alto; lo pagamos a veces con la vida y, otras veces, emocional, psicológica, social, financiera y psicosocialmente.
Hay que intervenir los barrios de mayor violencia social y los más vulnerables, a través de acciones integrales que ayuden a disminuir la delincuencia y la cultura de violencia.
Para vivir el bienestar, la tranquilidad y la felicidad hay que sentirse seguro, en cultura del buen trato, del cuidado y de la paz social. La delincuencia y los femenicidios dañan a las familias, a las parejas, a los ciudadanos, su coste es muy alto y siempre lo paga la sociedad.