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El exceso de consumo de bienes y de noticias, el impacto diario de modas e invenciones, han acelerado el desorden relacional, cultural e ideacional, y vivimos una sociedad líquida, como la llama un autor y una sociedad desbordada, como la llama otro.
Todo lo cual suele ser muy difícil de llevar por la gente común de sociedades atrasadas, en las que la mayor parte de los pobladores son funcionalmente analfabetas; aún en países desarrollados los habitantes promedios o clase medias, según estudios, no saben leer una receta médica o una factura de electricidad.
En nuestros países la gente no lee diarios, y acaso los más inteligentes saben distinguir entre un comunicador serio y un charlatán bajo soborno de políticos y grupos de interés.
Pero, a pesar del real o aparente desorden, predominan las reglas implícitas, y así vivimos en una determinada formación u “orden social negociado”.
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De hecho, toda sociedad, u ordenamiento social, sea una familia, una pareja, una empresa, una comunidad barrial cualquiera, constituyen ordenamientos sociales negociados. Significando que en una buena medida la sociedad funciona porque estamos de acuerdo en los asuntos básicos del diario vivir. Todo el que sale de su casa para el trabajo confía en que los conductores y los peatones, incluido él mismo, respetarán las normas básicas del tránsito, y que hay un sistema de autoridad que de algún modo interviene para que así sea.
Lo mismo ocurre en la tienda o el colmado, en el banco o el hospital. Todos aceptamos la mayoría de las reglas de juego, y eso permite que la sociedad total funciones con un nivel de desorden e inconductas que también son manejables, y cuyas sanciones, del tipo que sean, son en gran medida aplicadas y aceptadas por las mayorías.
Aunque gran parte de todas las conductas están reguladas y sancionadas por un sistema de leyes y sanciones, que incluye policías, jueces y fiscales, y cortes de diferentes niveles; parejamente funcionan la crítica, la queja del vecino, el boche y el bofetón de papá o del hermano mayor; y también contribuyen el desdén, las palabras desaprobatorias y las cortadas de ojos.
Al más alto nivel, los políticos se pelean pero se ponen de acuerdo y tienen reglas no declaradas de cómo y hasta donde tolerarse mutuamente. Siempre recordamos al presidente Hipólito Mejía, al que algunos subalternos le reclaman que metiera en la cárcel al presidente anterior, y este se negaba y aún llegó a decirlo públicamente, que a un expresidente no se le mete preso.
De hecho, gran parte del equilibrio y la estabilidad política que disfrutamos hoy día se debe a que gran parte de los opositores del actual Gobierno fueron gobernantes en períodos recientes, y han pasado a ser grupos económicos de poder, que por sus numerosos intereses no están en el menor ánimo de crear conflictos desestabilizadores del actual régimen.
Lo cual contribuye al orden social negociado que disfrutamos, aunque el término “negociado” no tenga necesariamente el mismo significado original de los sociólogos que lo acuñaron.