La obra de Poe se erige como una fuente de inspiración para la poesía y prosa simbolista en Europa y la contemporánea en todo el mundo. Escritores como Baudelaire, quien duro más de una década traduciendo su obra, reconocieron en él a un precursor, alguien que abrió caminos para explorar lo siniestro y lo decadente en el arte. Fue cultivador y maestro de la literatura de terror, pionero en el relato policial y la ciencia ficción, pero su aporte principal radica en haber revalorizado y revitalizado el cuento. A través de sus escritos teóricos y su obra práctica, demostró que el relato breve contaba con un potencial expresivo equiparable al de la novela, dotándolo de la dignidad y el prestigio que hoy se le reconoce.
Edgar Allan Poe (Boston, 1809–Baltimore, 1849) fue un escritor, crítico y periodista. Su infancia estuvo marcada por la inestabilidad y el dolor: su padre abandonó a su madre cuando el autor contaba con solo dos años y su madre murió cuanto tenía seis. Huérfano, fue acogido por John Allan, un acaudalado comerciante que nunca lo adoptó formalmente. Viajó a Inglaterra y fue internado en una escuela privada, y tras su regreso a Estados Unidos ingresó por orden de su padre a la Academia Militar de West Point, de la cual fue expulsado por no cumplir con las normas; luego ingresó a la Universidad de Virginia. Sin embargo, la falta de apoyo económico por parte de su padrastro —quien, cansado de la vida disoluta y la adicción al alcohol, decidió no sufragar sus deudas— lo forzó a trabajar desde muy joven.
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Trabajó como periodista y su carrera literaria comenzó de manera modesta en Boston, donde publicó de forma anónima “Tamerlán y otros poemas” (1827). Pero la tragedia lo perseguía… contrajo matrimonio con su prima Virginia, cuyo fallecimiento tras una prolongada tuberculosis sumió al autor en una desesperación aún mayor. Edgar Allan Poe murió en circunstancias misteriosas en Baltimore el 7 de octubre de 1849, dejando un legado que ha influido en innumerables escritores y artistas. Entre sus obras contamos con: “El cuervo”, “El gato negro” “Cuentos macabros’, “Cuentos y poesías”, “Las historias de Edgar Allan Poe”, “Cuentos policíacos”, “Las aventuras de Arthur Gordon Pym”, “Los crímenes de la calle Morgue”, entre otros.
En esta ocasión analizaremos brevemente el poema “El día más feliz”. Procedamos. El poema se inaugura con la exaltación de un “día más feliz” y una “hora más dichosa”. Justo en la avanzada edad del yo poético aparece el día más feliz, justo cuando ya había desaparecido aquella “más alta esperanza de orgullo y de poderío” que da la juventud. La dualidad que se impone es clara: el corazón, exhausto y marchito, ha conocido un esplendor que, irónicamente, encierra la semilla de su propia destrucción. La paradoja es ineludible: la cúspide de la felicidad se muestra inseparable de la inminente pérdida de la juventud y del dolor que la sigue.
En la segunda parte del poema se evoca el declive de los “bellos ensueños de la juventud”, simbolizando la inevitable erosión de la vitalidad y la energía que, en otro tiempo, definieron la existencia y lo hicieron sentir poderoso. Luego, y a través de una retórica que personifica el orgullo se reconoce que aquello que fue fuente de exaltación se torna, con el paso del tiempo, en un elemento corrosivo y destructivo. El orgullo se presenta como un veneno que corroe. Esta tercera estrofa, refuerza la lección amarga de que el brillo inicial del orgullo y la exaltación es, en última instancia, destructivo e indeseable. La última estrofa, en particular, se erige como la más enigmática y reveladora del conjunto. La metáfora del “ala” simboliza una felicidad contaminada por sentimientos negativos, una esencia que, a la par que poderosa, es capaz de consumir el alma. Este recurso no solo ilustra la naturaleza ambivalente de la experiencia humana, sino que también invita a cuestionar el valor de perseguir ideales de felicidad absoluta, cuando éstos inevitablemente se ven mancillados por la sombra de la melancolía.

La estructura del poema se caracteriza por una fragmentación controlada, donde las pausas permiten al lector asimilar gradualmente la evolución del pensamiento y el cambio de tono. La repetición de conceptos como “orgullo” y “poderío”, junto con la evocación constante de un pasado irrepetible, confiere al poema una musicalidad que, a pesar de su cadencia, está impregnada de melancolía y dolor. El lenguaje formal y la elección meticulosa de cada término acentúan la tensión entre la belleza estética y la oscuridad existencial, rasgo definitorio en la obra de Poe.
La voz del autor, marcada por una nostalgia aguda y una conciencia dolorosa de la impermanencia, subraya que la verdadera paz no se encuentra en la búsqueda de momentos efímeros de gloria, sino en la aceptación de la realidad y en el equilibrio emocional que permite transitar entre la luz y la sombra. En definitiva, “El día más feliz” se presenta como una meditación poética sobre la dualidad intrínseca a la existencia humana. El poema sintetiza la lucha interna de Poe: el anhelo desesperado por alcanzar la felicidad total, y la amarga revelación de que dicho instante es, por naturaleza, efímero y portador de un dolor ineludible. Así, el autor nos recuerda que la vida se compone de momentos de esplendor y de desolación, y que la belleza se encuentra justamente en la coexistencia de ambos polos. La felicidad existe porque existe la tristeza; el día existe porque existe la noche; un volar y caer como Ícaro…
Ahora, y con su permiso, querido lector, procedo a realizar una extrapolación sobre algo que quizás hubiera ayudado a que Poe viviera una vida más en paz a pesar de su tumultuoso quehacer y los laberintos que la existencia le presentó. Aunque he de reconocer que quizás sin los sufrimientos que la vida le deparo, quizás no hubiéramos contado con la obra de este gran escritor. Veamos… En el budismo Zen se entiende que la dualidad es una construcción conceptual de la mente. Es decir, las distinciones dualistas son útiles en el lenguaje cotidiano y en la organización del pensamiento, pero no reflejan la verdadera naturaleza de la realidad. El objetivo es experimentar la realidad de forma directa, sin las barreras que imponen las categorizaciones mentales, y así descubrir un estado de «no-dualidad» o unidad en el que las aparentes separaciones se disuelven.