Nunca he tenido, gracias a Dios, que pedir permiso para expresar mis ideas. Trato siempre de contribuir decentemente a que el sistema democrático e institucional funcione y se fortalezca de acuerdo a la forma en que pienso. Por eso, aprovecho este espacio para referirme al discurso del Presidente Abinader ante el Congreso Nacional.
Deseo recordar, porque lo he tratado en varias ocasiones, que para el pueblo lo más importante de un dirigente o mandatario, no es que use palabras rebuscadas, sino que transmita y refleje confianza y seguridad. Que tenga un lenguaje auténtico y coherente. Que haya armonía entre lo que ofrece y realiza, sin dejar de lado aquello que la gente quiere o aspira. Por eso los pueblos casi siempre prefieren los mensajes que reflejan actitudes positivas y consecuentes. La capacidad de quien expone para resolver los problemas. No tomando solamente en cuenta la retórica.
Lo expreso así, porque producto de la comparecencia del presidente Abinader ante el Congreso, algunos comentaristas y políticos han expresado conceptos adversos sobre él. Lógicamente, sus críticos o contrincantes dicen lo que entienden, tratando de quitarle valor o para sacar ventajas. Algunos haciendo comparaciones sobre la clase de discurso que a su juicio debió utilizar. Confundiendo, tal vez sin darse cuenta, los conceptos de discurso como mensaje, con el de retórica.
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Y aunque no es oficial desde el punto de vista legal, la campaña electoral comenzará en uno o dos meses. Un tanto tímida visto el tiempo que falta para febrero y mayo venideros, pero cada candidato y sus estructuras partidarias comienzan a acomodarse a las circunstancias que más les convienen. A buscar los terrenos donde a su juicio pueden jugar un mejor papel. En ese sentido se hablará sobre los discursos. Al uso de frases y construcciones sonoras y a tono con el llamado lenguaje del momento.
O sea, aquello en lo que cada candidato pone mayor énfasis y le sirve de bandera de lucha y de símbolo. Pero los candidatos, sobre todo en el poder, no tienen que esforzarse mucho en preparar discursos y mensajes complicados, con palabras rebuscadas, sino, por el contrario, fáciles de asimilar.
Pero que respondan a las realidades como a las necesidades sentidas. Que reflejen la situación real. Mensajes auténticos y que vayan acordes con lo que la gente cree y piensa de quien expone.
Usar un lenguaje llano no le hace daño a ningún líder, dirigente o candidato. Podría causárselo si se pusiera a tratar de presentar una imagen diferente a la que la gente tiene de él o a decir cosas que la gente entienda que pudo hacer y no hizo. Porque muchas veces se utilizan palabras o expresiones rimbombantes, o como diría un dilecto amigo: “parifraseo” o “cultiparlancia”, creyendo que ayudan, cuando pudiera ocurrir lo contrario.
En un acontecimiento como el del 27 de febrero, el tamaño del discurso no tiene mayor importancia. Lo que vale es determinar si le reflejó al país lo más parecido a la verdad y a la realidad. En ese sentido, creo sinceramente que lo logró.