Con perfiles de bestialidad que parecen acentuarse, las mujeres dominicanas son víctimas con más recurrencia que antes de la letal manifestación de violencia social más difícil de prevenir y penalizar. Llega hasta ellas la consumación segadora de vidas impulsada desde los esquemas de comportamiento que por mucho tiempo han sentado reales en mentalidades masculinas posesivas e incapaces de controlar los desbordes destructivos de sus egos que últimamente se ha extendido con mortalidad hacia otros seres del entorno de sus víctimas principales, incluyendo hijos «para darle donde más le duela». Actos de extrema e impredecible alevosía que exigen cambios profundos en subconscientes distorsionados que tomarían tiempo con apelación al uso progresivo de medios efectivos para extirpar inclinaciones a matar; además de aplicar esfuerzos para generalizar el sentido de alerta en la población femenina y que se evada temprano a los asesinos en potencia; a pronto distanciarse de contrapartes que tienden a reaccionar movidos por sospechas patológicas.
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Aun aquellos machistas que logran ocultar intenciones homicidas y suicidas suelen dar señales precursoras. Captarlas antes de que relaciones tóxicas echen raíces puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Las mujeres tienen que defenderse solas, prácticamente. Antes, muchas víctimas habían logrado órdenes judiciales de alejamiento que no impidieron las desgracias. Y en más de un caso feminicidas cortaron existencias acabando de ser puestos en libertad irresponsablemente.