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- El séptimo y los demás consejos hasta el último de Constancio a su hijo Constantino formaron el carácter o personalidad del emperador que sería llamado el Grande, por haber logrado la unificación del Imperio comenzada por Aureliano, mantenida por los veinte años de Diocleciano gracias a las medidas que adoptó, como la de la seguridad de la persona de los Césares y Augustos, solidificada por Constantino al crear la religión que unificó el Imperio hasta el año 476, pero que no logró detener su caída, porque esta no dependía de un hombre ni de las clases sociales dominantes, sino que el modo de producción esclavista colapsó como colapsan los sistemas productivos, pues no son eternos.
- Ese séptimo consejo es a futuro, como todos los que el Augusto Constancio brindó a su hijo, y este los cumplió todos, menos uno: el de hacerle a su mujer Fausta una pequeña confidencia que, como dice Conde Torrens, desatará una tempestad que devastará a toda la familia real, como se verá más adelante cuando abordemos el problema de la muerte de Crispo, Fausta y Licinio el Joven. Dice así el consejo de marras: “Si llegaras a tener tal responsabilidad, deberás alternar la severidad y la benevolencia con tus enemigos. Y ello, para mantener tu prestigio antes tus hombres. Si siempre fueras severo con quienes han incurrido en tu ira, todos sabrían que eres un hombre sin piedad, que recibirán un duro castigo, y se te enfrentarán a muerte. Las ciudades que sities nunca se te rendirán, porque sospecharán que les espera lo peor. (…) Si, por el contrario, fueras siempre indulgente, terminarías por no ser respetado, todos se atreverían a enfrentarte a ti, incapaz de castigar tal hecho. Por eso, deberás ser implacable en ocasiones, para que te teman, y otras serás benévolo, para que confíen en tu posible misericordia.” (Año 303, 139). Solo políticos sicópatas incumplen con este precepto de Constancio a su hijo y Maquiavelo aconseja lo mismo que el Augusto Constancio.
- A la pregunta de Constantino a su padre acerca de si ha dado más peso a la dureza o al perdón, este le responde con el octavo consejo: “Buena pregunta, hijo. Te diré que la mitad de las veces he sido severo, y la otra mitad, magnánimo. No he mezclado decisiones particulares y generales. He llevado cuenta de unas y otras, por separado, procediendo en ambos casos como te acabo de indicar. (…) Pero hay más. Deberás rodearte de hombres eficaces y fieles. La eficacia la podrás ver por su historial: Deben ser buenos militares, o buenos administradores, ya antes de que tú los conozcas y elijas. Pero lo más difícil es juzgar sobre su fidelidad a ti. Te podrá ayudar lo que he captado de la naturaleza humana durante mi mandato como César. (…) Desconfía de quien siempre te halaga, de quien siempre coincide con tu opinión. No es fiel quien habla siempre en segundo lugar, y repite tus ideas con sus palabras. Déjales que hablen en primer lugar. Pregúntales qué piensan de tal asunto, sin que hayan sabido qué piensas tú. Quien evite la respuesta, aléjalo de ti. Quien, respetuoso, te la dé, ese es íntegro y te será útil. Quien te ofrece lo que lleva dentro, trabaja para tu triunfo. Quien te adula, trabaja para el suyo. Elige a los primeros y aléjate de los otros (…) Sé, pues astuto y ponles a prueba. Así sabrás elegir hombres eficaces y fieles. El grupo de altos mandos de que te rodees es vital para tu buen gobierno, porque uno no gobierna solo. El César debe acertar, pero son sus ayudantes quienes realizan sus órdenes. Ellos ven los niveles inferiores, y allí puede haber insuficiencias. Deben verlas y comunicártelas. De ahí que deban ser observadores y fieles a ti.” (Año 303, 140).
- Uno de los consejos más importantes, no solo a Constantino, sino a todo aquel que vaya a dirigir instancias de poder, es este que le brinda el padre al hijo y donde revela la razón política por la cual los príncipes jamás admiten haberse equivocado, aunque para sus adentros sepan que han errado: “Nunca reconozcas haberte equivocado. Recuerda, nunca. Un César no se equivoca jamás. Un Augusto, menos aún. Sí, ya sé, lo leo en tus ojos, ¿y cuando uno comprende que verdaderamente ha cometido un error? Porque alguna vez va a pasar. Pues bien, cuando uno comprende internamente que ha errado, asegura, con toda firmeza, que ha acertado. Tú puedes tener informaciones secretas que indican que, efectivamente, acertaste. Y eso el inferior no lo va a saber jamás. No trabajes en tu contra, jamás revises una decisión. Tú nunca te equivocas. (…) A Constantino le gustó esta última recomendación. Su padre continuó. Como añadido a lo que te acabo de decir, recuerda este otro detalle: La mejor información sobre cualquier asunto de tu decisión, la has de tener tú. Por tanto, un César acierta la práctica totalidad de las veces. Para acertar la mitad de las veces, ¿arrojarías un denario al aire? Así podría decidir cualquier necio. Pero así no se comporta un César.” (Ibíd.).
Una observación sobre este consejo a un futuro príncipe: Sostengo que la orden de Constantino de asesinar a su esposa Fausta es comprensible si se sigue la lógica de la razón política de Estado, al igual que el asesinato de Licinio el Joven, sobrino de Constantino e hijo del vencido Licinio, y obedece a la misma lógica política que obligaba al Emperador, como en la selva, a no dejar ningún heredero que pudiera reclamar en el futuro el trono dejado por su padre muerto, Licinio, en este caso derrotado, porque se negó a implantar el cristianismo en su prefectura de Oriente, y cuñado de Constantino al estar casado con su hermanastra Constancia. Pero en el caso de su hijo Crispo, es el fruto de un error, creo yo, que el consejo del padre Constancio en el sentido de que un César o un Augusto jamás reconocerá haberse equivocado ni en público ni para sus adentros. - El penúltimo consejo, de mucha utilidad, seguido sobre todo por los príncipes que lucharon, y luchan, desde el Renacimiento hasta hoy, por la separación entre la religión y el Estado, en torno a los sacerdotes: “… no quiero terminar esta conversación sin decirte algo sobre las costumbres de nuestros antepasados. En Roma siempre se ha dado mucha importancia a los augurios. Y ninguna guerra se declaraba sin consultar a los arúspices. Si se les consulta y ellos deciden, me preguntarás dónde queda tu capacidad de decidir y de acertar (…) Úsalos. Te dará prestigio. Pero, en secreto y de antemano, hazles saber lo que esperas de ellos. Luego recompénsales, también en secreto. Es conveniente seguir las costumbres romanas con vistas al exterior, pero haz tu voluntad en el interior.” (Ibíd.).
En nuestro país, Lilís manejó mejor que Trujillo la relación con los arúspices, pero ninguno de los dos tenía por objetivo fundar un Estado nacional verdadero, por lo que la instrumentalización fue mutua y en el caso del Benefactor, la Iglesia se salió con la suya, mientras que por lo menos Lilís permitió de mala gana, porque necesitaba el apoyo inicial de Luperón, la instalación del positivismo armónico de Hostos, quien dio un vuelco a la educación escolástica que venía desde la Colonia y era el puntal ideológico del Estado autoritario, clientelista y patrimonialista creado por Santana en 1844.
En síntesis
–Dime qué quieres de mí, padre. –Que cumplas la legalidad, Constantino, que la cumplas siempre.
El último consejo de Constancio a su hijo fue el producto de la comprensión del medio y la gente, como decía Martí, algo indispensable para el que gobierna y desea mantener un sistema social al borde del colapso, pues desde la óptica del que gobierna, la esclavitud que mantenía el ocio y el lujo de las clases patricias a través del saqueo de medio mundo conocido, era eterna: “–Dime qué quieres de mí, padre.
–Que cumplas la legalidad, Constantino, que la cumplas siempre. El sistema instituido por el Augusto Jupiterino Diocleciano es lo que el Imperio necesita en estos momentos. Son muchos los peligros que acechan (…) Quiero que me des tu palabra de que no emprenderás ninguna acción ilegal, nada que se oponga a la ordenación que el Augusto Diocleciano estableció. Confío en ella, la obedezco por encima de todo, y quiero que tú también la respetes, cuando llegue el caso (…) Constantino vio que estaba llegando el momento esperado, cuando su padre le propusiera ocupar su lugar a su muerte. Tenía que acertar en la postura.
Y para eso debía procurar que su padre le diera la información lo más lentamente posible, para poder ver la vedad, sino lo que el interlocutor desea oír. Eso ya lo había puesto en práctica con el Augusto Diocleciano durante muchos años. Sabía hacerlo.” (Año 303, 141).
El resto es historia. Constancio logró que a su muerte los jefes militares que les fueron fieles proclamaran a Constantino César de las Galias y este, respetuoso del consejo del padre, sabía que esa acción era ilegal y la sometió al juicio del Augusto Galerio, quien sustituyó a Diocleciano luego de su retiro voluntario del poder.
Galerio no simpatizaba con elevar a Constantino a la categoría de Augusto, por la sospecha de que implantaría una nueva religión, pero no le quedó otra alternativa que reconocer los méritos de guerra de Constantino, aunque le rebajó al rango de César, para que sintiera quién era el controlador del Poder.
Pero nada de esto valió, pues Constantino creía en su “destino”, es decir, en la fuerza de su pensamiento y acción y venció todos los obstáculos hasta lograr su objetivo: asegurar la unidad política y religiosa del Imperio al sustituir el culto al Sol Invicto, dios único impuesto por el emperador Aureliano, por el cristianismo, culto trinitario que ocasionará el primer gran cisma de su historia: el arrianismo.