El incendio de California, debido a su agresividad y alcance, arde en los labios de todos. En cuanto a su origen se han planteado múltiples teorías tanto en los medios de comunicación locales e internacionales como en las redes sociales. Entre ellas, se menciona la coincidencia con la inminente toma de posesión del presidente electo Donald Trump; también se asocia con el inusual despliegue de drones que atemorizó a la población, al sospechar que podrían tratarse de ovnis o incluso de naves alienígenas. A lo largo de varios incendios en California (especialmente entre 2017 y 2020), incluyendo el actual, circularon en las redes sociales y algunos espacios de Internet rumores o teorías conspirativas que afirmaban que el fuego había sido iniciado mediante “rayos láser” o “armas de energía dirigida” (en inglés, Directed Energy Weapons, DEW). Por último, algunos han propuesto, sin base probatoria, que el gobierno controlaba el clima y dirigía fuertes vientos para propagar los incendios. Tanto las autoridades californianas (por ejemplo, Cal Fire, la agencia estatal contra incendios) como expertos independientes han investigado las causas de los incendios y no han encontrado pruebas de que se usaran “rayos láser” o cualquier tipo de arma de energía dirigida. Organismos como el Servicio Forestal de los Estados Unidos (U.S. Forest Service) y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) atribuyen el aumento de incendios a patrones de sequía, clima extremo y cambio climático. Incluso, se ha hablado de que el fuego pudo haber sido provocado para eliminar las pruebas en el caso de Diddy Combs, sin embargo, los expertos aseguran que se trata simplemente de especulaciones sin fundamento.
En la filosofía griega antigua, el fuego era uno de los cuatro elementos que constituían la materia, junto con el agua, la tierra y el aire tal como lo propuso Empédocles (siglo V a. C.). Platón y, posteriormente, Aristóteles adoptaron y adaptaron este modelo, considerándolo una de las fuerzas básicas del cosmos. Según esta concepción, cada elemento estaba asociado a cualidades específicas: el fuego se ligaba a la calidez y la sequedad, siendo el opuesto complementario del agua (fría y húmeda). En la alquimia medieval, el fuego era el agente de transformación por excelencia. A través del calor y la combustión (generalmente, la combinación de un combustible con oxígeno) que libera luz y calor, las sustancias se purificaban o transmutaban, simbolizando procesos espirituales y materiales de cambio conocido como el Triángulo del Fuego. Desde el punto de vista espiritual, el fuego se utiliza en diferentes rituales. Desde las piras funerarias de la India hasta las hogueras de San Juan en Europa, el fuego se relaciona con la renovación y el cambio de ciclo. En tanto luz, ha sido equiparado al conocimiento o la iluminación. Un ejemplo clásico es la alegoría de la caverna de Platón, donde el fuego (o la luz) permite ver la realidad tal cual es, en contraste con las sombras y la ignorancia.
Por otro lado, en diversos ecosistemas desempeña un rol regulador. Algunas especies vegetales necesitan el calor para la germinación de sus semillas o la eliminación de plagas, así que la periodicidad de incendios naturales forma parte de ciertos ciclos de sucesión ecológica. Por otro lado, hasta la llegada de la energía eléctrica y los combustibles fósiles a gran escala, el fuego era la principal fuente de energía para proveer calor y luz de forma inmediata, posibilitando la cocción de alimentos, la calefacción y la manipulación de metales (fundición, forja, etc.). Hoy en día, aunque la tecnología evoluciona, la combustión sigue siendo fundamental en la producción de energía (centrales térmicas, transporte, etc.). El fuego es un elemento fundamental para entender la dinámica de la vida en la Tierra, tanto desde la perspectiva científica como desde la perspectiva filosófica y cultural. Su estudio y manejo responsable continúan siendo indispensables para el equilibrio entre el progreso humano y la conservación de nuestro entorno natural.
Pero el fuego tiene un lado negativo y horroroso, su potencial para arrasar y no dejar piedra sobre piedra lo convierte en símbolo de destrucción y de castigo (esto último, en la mitología y algunas religiones). El fuego nos expone a grandes riesgos y de ahí que hay que realizar la prevención de incendios a como dé lugar, porque cuando el fuego se descontrola, causa no solo graves daños ecológicos y económicos sino daños irreparables: la pérdida de vidas. Por ello, el manejo responsable y la concienciación ciudadana son esenciales para prevenir incendios forestales y urbanos. La ciencia actual estudia la combustión para hacerla más eficiente y menos contaminante, con el objetivo de reducir emisiones de gases de efecto invernadero y mitigar el cambio climático.
Históricamente, ciertos incendios de baja intensidad funcionaban como parte del ciclo de renovación natural, limpiando el sotobosque y permitiendo la regeneración de plantas. Antes de la colonización europea, diversas tribus nativas realizaban quemas controladas y planificadas para estimular el crecimiento de plantas comestibles y medicinales, mantener los pastizales libres de exceso de matorrales y reducir el riesgo de grandes incendios. Pero hay factores que han agravado los incendios. Muchas comunidades se han desarrollado en zonas de interfaz urbano-forestal, áreas con abundante vegetación seca y cercanas a laderas y cañones. Esto aumenta la probabilidad de incendios y el potencial de daños a viviendas e infraestructuras. California experimenta periodos de sequía intensa y altas temperaturas. Estas condiciones resecan la vegetación y facilitan la ignición y propagación del fuego. A su vez, vientos estacionales como los Santa Ana (en el sur) y los Diablo (en el norte) suelen soplar con fuerza, alimentando las llamas y expandiendo los incendios a gran velocidad. Cuando finalmente se desatan fuegos, suelen ser de gran magnitud y difícil control. Además, el humo deteriora la calidad del aire y afecta la salud de la población. Las evacuaciones masivas y cortes de energía preventiva (para evitar que fallas en líneas eléctricas inicien fuegos) generan disrupciones en la vida cotidiana y en la economía local.
En cuanto a los costos de extinción y recuperación, el gasto en combatir incendios (bomberos, aeronaves, equipos de emergencia) asciende a miles de millones de dólares. La restauración de zonas afectadas es un proceso largo y extremadamente costoso, que implica reforestar, controlar la erosión y rehabilitar infraestructuras, sin contar con lo irreparable: la pérdida de vidas.
Hay diseños de comunidades resistentes al fuego y así se puede construir viviendas e infraestructuras con materiales ignífugos y diseños que limiten la propagación de las llamas; mantener zonas de defensa (“defensible space”) alrededor de las casas, reduciendo vegetación densa y acumulaciones de hojas o leña. Igualmente, se puede ajustar las políticas de gestión de bosques y tierras para enfrentar sequías más prolongadas, episodios de calor extremo y vientos potentes. Los gobiernos pueden, además, fomentar la investigación en tecnología para la detección temprana de fuegos (sensores, satélites, inteligencia artificial) y en métodos de supresión más eficientes que los actuales.
Finalmente, debemos recordar que el fuego no solo es un fenómeno natural, sino también un recordatorio de la relación compleja entre el ser humano y su entorno. Es por ello que consideramos que todo gobierno, previsor y preocupado por el bien común, debe implementar un plan integral para fortalecer la capacidad operativa de los bomberos, dotándolos de los recursos necesarios para enfrentar incendios de todo tipo, en especial los forestales que pueden poner en riesgo ecosistemas enteros. Este apoyo debe contemplar: formación y capacitación continua en nuevas tecnologías de extinción; fomentar el intercambio de conocimientos con otros cuerpos de bomberos nacionales e internacionales; equipamiento y tecnología de vanguardia; asegurar que cada estación de bomberos cuente con herramientas, maquinaria y trajes de protección personal adecuados para condiciones extremas; incluir dispositivos de detección temprana, como drones y sensores remotos, que permitan monitorear áreas vulnerables y responder con rapidez ante la primera señal de fuego; políticas públicas responsables y financiamiento adecuado. Asimismo, reforzar la coordinación interinstitucional para responder de manera eficiente a emergencias, sin duplicar esfuerzos ni recursos. En definitiva, solo a través de un manejo integral—que combine la ciencia, la tecnología, políticas públicas responsables que incluyan un soporte adecuado a los bomberos, educación y participación ciudadana—se podrá afrontar el reto que representa este tipo de fuego en cualquier parte del mundo. De esta manera, se protege la biodiversidad, se garantiza la seguridad de la población y se construye un futuro sostenible para las generaciones venideras.
Nota: La autora es profesora titular de “Ecofilosofía”, Pucmm