POR: JOSE MIGUEL GOMEZ
Parte de los conflictos decía Immanuel Kant, filósofo prusiano: “No vemos el mundo como es, sino como somos”. El cómo somos, encierra la complejidad cerebral de las huellas somáticas que encierran amígdalas cerebrales, sistema límbico, espina dorsal y corteza prefrontal.
Dicho de otra forma, los traumas, los maltratos, las experiencias desagradables, los miedos inculcados, los buenos recuerdos, las caricias, besos, el amor y el autocuidado van construyendo emociones, sentimientos, pensamientos y comportamientos que, unidos al temperamento, el carácter y los rasgos, construyen la personalidad.
Las emociones influyen en lo que pensamos y en lo que hacemos. Las expresiones, el lenguaje, el tono de voz, los movimientos permiten inferir sobre qué tipo de emoción se está experimentando. Los conflictos pueden ser interpersonal, grupal, de pareja, familia, laboral o intrapersonal; todo debido al mal manejo de las emociones, de la ira, los impulsos.
De ahí se dice que todo el mundo sabe enfadarse; pero enfadarse en el momento adecuado, en el lugar oportuno, con la persona apropiada y en el grado justo; solo las personas con inteligencia emocional suelen lograrlo.
En toda dinámica social hay diferencias, desacuerdos conflictos, desavenencias, intereses, chisme y prejuicios. Esos conflictos van surgir por diferentes situaciones, por lo que se debe estar preparado para convivir con ellos, gerenciarlos, confrontarlos, esquivarlos, responder con silencio, poner límite, administrarlo de forma inteligente para que no nos dañen.
Sin embargo, los conflictos van originándose en la medida que logra crecimiento, competencia, reconocimiento, estatus social, espacios, habilidades y destreza sobresaliente, oportunidades o talento. Esas personas deben de estar preparadas para confrontar conflictos por envidia, celos, resentimiento, rabia, enojo o frustraciones. Pero también, al tener que tomar decisiones o poner límites, o con solo decir lo que piensa o defender derechos, dignidad o valores, generan conflictos sin tener a veces que decir una palabra.
Pero existe un conflicto en el hombre posmoderno: entre el “ser y el parecer”.
Esa renuncia a una identidad y principios propios, para sintonizar con el mercado, los estilos de vida, la agonía por el estatus social, ha llevado a miles de personas a una crisis existencial con su propio yo, con su identidad y sus razones existenciales, es decir, la renuncia del ser. Ahora, el conflicto del hombre es hacia la búsqueda del “parecer” se quiere parecer a los otros, imita y se deja conquistar por la gula, el narcisismo, la petulancia y la inconformidad existencial; el parecer conlleva la despersonalización, el facilismo y el relativismo ético, la cultura de la prisa y la vida sin resaca moral.
De ahí el conflicto del yo, el que desorganiza la vida interna, las emociones y los pensamientos, la agonía entre el “interior y el exterior” una especie de abogado del diablo con su propia vida. Desde ese conflicto se busca el escapismo, el entretenimiento, la mentira creída, el disimulo, la vida del payaso o del que vive en el circo o en el teatro; en cada momento hay que cambiar, disfrazarse, simular o adaptar varios personajes.
Pero también, existen los conflictos por asumir el ser, defender una identidad, o unos valores, ser auténtico o practicar lo correcto.
Independientemente del tipo de conflicto, el ser humano debe aprender a gerenciarlo, aprender a fluir, analizarlo y, poder solucionarlo de forma saludable, equitativa y asertiva.
A los conflictos no se les puede huir, ni dejarlos que se acumulen y se hagan insalvables o de efectos más negativos. Simplemente hay que ponerle nombre y apellido; no personalizarlo, ni minimizarlo y, mucho menos, hacerlo riesgoso y de consecuencias catastróficas.
A los conflictos hay que buscar comunicarlos; tratarlo con la cultura de la equidad y de los buenos tratos; exigiendo derechos y respeto, pero fluyendo con las soluciones, o practicando el consenso, los acuerdos y elaborando nuevos contratos que sean justos, equitativos y transparentes.
Existen personas muy habilidosas en algunas áreas, pero poco gerente o un desastre en otra, ejemplo: Donald Trump.
La asertividad, trata de cómo gerenciar de forma saludable los conflictos, sin dejarse coger de tonto, pero resolverlo para poder avanzar.
Aquellos conflictos antagónicos donde existen niveles de riesgo muy alto, de daño o de impacto negativo y de daños colaterales, entonces, a veces hay que prepararse para aprender a salir de ellos, poner distancia, ceder, perder algo, pero continuar avanzando por una existencia oxigenable y nutriente.