Leer el libro El viaje a la ficción, el mundo de Juan Carlos Onetti (2015), de Mario Margas Llosa, es adentrarse en las visiones que tiene un novelista de su talante sobre el singular creador uruguayo que, sin lugar a duda, cambió la narrativa hispanoamericana. Las miradas del Premio Nobel permiten, no solo conocer la genialidad del uruguayo, sino aquilatar la agudeza de lector de ficciones del peruano.
He sido un lector perezoso de la obra de Vargas Llosa. Aunque me impactaron en la adolescencia con sus cuentos y narraciones: Los jefes (1959) y Los cachorros (1967), La ciudad y los perros (1962) y La fiesta del chivo (2000), se suman a las pocas obras que toqué por mucho tiempo. Me dediqué a leer a García Márquez y a otros autores que, por necesidad académica, debía leer. Como muchos, he sido de la secta del Gabo. Vargas Llosa también nos dio su ensayística; tan buena cuando trabaja con texto de ficción (La verdad de las mentiras, 1990) y tan controvertida en sus análisis de política, sociedad y cultura, como La civilización del espectáculo, (2012).
Ahora bien, nunca me ha animado la idea de dejar de leerlo. Menos la de estar convencido que es un escritor ejemplar, como artífice de la palabra, tanto como trabajador incansable. Creo que es mucho mejor novelista que Gabriel García Márquez. Pero sin la audacia, el giro de las palabras que logra el colombiano que es mejor prosista, mejor inventor, mejor creador de mundos.
José Luis Martín me introdujo muy temprano a la obra del autor de La guerra del fin del mundo (1991). Y José Ramón de la Torre, a las periferias de las novelas del Boom latinoamericano. De ahí saqué muy bien la idea del dominio técnico que tiene Vargas Llosa de la novela. De ahí vienen las ideas de la construcción de la novela como un artefacto significativo que, desde El Quijote de Cervantes, ha venido a ser una máquina de la creación en la cultura hispanoamericana.
Martín analiza las primeras obras de Vargas Llosa y muestra las distintas técnicas narrativas que el autor de Lituma en los Andes (1993) pone en función para realizar su obra. Ese aparataje técnico no existe en García Márquez, por lo contrario, las obras del colombiano vuelan en las alas de una de las creaciones narrativas más extraordinarias que lector alguno pueda disfrutar. Vargas Llosa es un técnico, artificiero, y un artista a la vez; García Márquez es un mago que crea mundos extraordinarios con el lenguaje.
El conocimiento de la técnica de la novela le viene a Vargas Llosa, no por estudios académicos ni por las teorías que se enseñan en la academia, sino por la intuición de lector, por su inteligencia, que le permite penetrar en la cosa narrada y ver las formas que le dan configuración. Lo primero se puede ver en su obra La civilización del espectáculo. Vargas Llosa desecha y hasta llega a despreciar, los trabajos de los críticos franceses, del estructuralismo y el posestructuralismo. Por lo contrario, encuentra en la novelística clásica las formas que tendrán sus obras.
Contrario a muchos de los autores, como Onetti y Rulfo, no está muy interesado en los cambios que realizan Joyce, Proust, Kafka y Faulkner a la narrativa del siglo XX. Creo que está más interesado en la novela clásica española (autores como Galdós, Pío Baroja) y en la francesa (Balzac, Flaubert) hasta en la novela más antigua como Tirant le Blanc.
En este libro se adentra en conceptualizar lo que entiende por creación, pero lo que me parece más interesante es su mirada al mundo de Juan Carlos Onetti; a su vida y su concepción de la escritura. Tres líneas sobresalen en este ensayo: la biografía, la crítica y el comentario de textos. Buscar el origen de la escritura de Onetti es parte de una arqueología necesaria. Pasa de Roberto Arlt, el cronista de Buenos Aires, y autor de El juguete rabioso (1926), a Borges y de este a Faulkner. El mundo de Juan Carlos Onetti, para Vargas Llosa expresa su concepción de la vida. Cierra su mundo en expresar la condición humana.
Este aspecto no lo hace salir de lo que entiende el peruano como meta de la novela. Expresar la condición del hombre. Y en Onetti existe este extremo de manera destacada. Muy temprano entró en la literatura existencial. Un existencialismo que vio en la calle, en la gente simple, mediante lo que Vargas Llosa llama el “estilo crapuloso” que, de cierta manera, le debe el autor de El pozo a Céline. Al maldito Céline, que tiene otras concomitancias con autores norteamericanos como Henry Miller (1934).
Conecta el peruano la escritura de Onetti con Faulkner, con la creación de un mundo paralelo en Santa María que lo liga al mundo del autor de Luz de agosto (1932). Claro que la literatura latinoamericana que cruza a Faulkner está en Rulfo, García Márquez, Borges y otros de nuestro lares. Onetti es un autor difícil y no muy dado a entrar en las militancias de los sesenta, aunque él mismo se decía de izquierda. Por ejemplo, muestra Vargas Llosa cómo rechaza las tangencias políticas que vemos en su obra El astillero (1961).
De Roberto Arlt tiene Onetti la vida como una ficción. En sus crónicas y novelas, el autor de Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931), muestra esa tendencia a pasar de la realidad a la ficción. También a la idea de que la realidad misma tiene una forma de ficción y a la impronta del existencialismo vanguardista. Tal vez ese elemento exagerado sea la fuerza de El astillero. El doctor Díaz Grey es el personaje que puede mirar desde la realidad ese vivir en la ficción que caracteriza a la realidad y a los personajes de Onetti. Pongamos el deseo de Larsen o Juntacadáveres de fundar un prostíbulo perfecto; o la idea de Jeremías Petrus de recuperar El astillero.
Leer este libro es de mucho valor para conocer a Vargas Llosa. La forma en que mira a Onetti se parece mucho a su manera de amar la literatura, en especial la novela como artefacto. Mucho hay que decir de Onetti, de su obra. Para Vargas Llosa la mejor novela del uruguayo es La vida breve (1950): “una de las más ambiciosas de la literatura latinoamericana, de una audacia y originalidad comparable a la de los mejores narradores del siglo XX… una novela en la que el tema” … “la fuga de los seres humanos a un mundo de ficción para alcanzar la realidad detestable alcanza una nueva valencia…” (93).
Y, finalmente, agregó un elemento reiterado en la mirada de Vargas Llosa a Onetti: los seres humanos recurren a la ficción para “defenderse de la infelicidad”. La ficción reemplaza a la realidad.