La Editora Nacional viene de lanzar la segunda edición del libro “Hotel Cosmos”, de Antonio Lockward Artiles (1943-1922). Esta obra, publicada originalmente en 1965, es una ventana para el conocimiento de la literatura, la sociedad, la política y el lenguaje en un momento de grandes aperturas de la dominicanidad. Los amantes de la literatura encontrarán en este texto las improntas de una época.
Llama la atención, en primer lugar, el cambio que la generación postrujillista da a la escritura. No solamente el aspecto, ya presentado del existencialismo, sino de la visión social, que lo acerca al realismo socialista y al manifiesto de Jean Paul Sastre (“Qu’est-ce que la littérature”, 1948) sobre la función de la literatura en la sociedad, y que tiene concreción crítica en la obra de Goldmann (1965), como una búsqueda de las estructuras sociales en la novela.
“Hotel Cosmos” es un texto que abre un horizonte a esa sociedad que se presenta a los ojos de una generación que veía, no solo el presente de la dictadura como un pasado que era perentorio clausurar, sino la venida de un mundo nuevo. Es un texto donde la coyuntura de la Guerra Civil aparece, pero no es todo. Es una mirada a la ciudad invadida, a sus barrios; a los efectos de la migración interna, a la búsqueda de un nuevo lenguaje que permitirá realizar una crónica del presente.
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Aída Cartagena Portalatín, editora de Brigadas Literarias, quien fuera la persona que dio el espaldarazo a esta nueva generación de escritores (“Narradores dominicanos”, (Caracas, Monte Ávila, 1969), dice en la presentación de “Hotel Cosmos”: “es un conjunto de relatos crueles, duros, de un dramatismo a veces escalofriante. Se nos presenta sin ambages, al desnudo, con valentía… Es la obra de un indignado. Con ello todo el país coge su rastrillazo. Es una lección” (12).
La generación del sesenta estaba formada por una juventud que entiende que no puede ser la heredera del pasado. Que debe sacar de cuajo toda la yerba de una Era que impide la afloración de una sociedad nueva. Ve lo social como un nuevo estudioso de la sociología, y su mirada deja atrás la literatura como evocación de otros mundos y se emplea en el cercano. Le da a su tiempo una lectura: en que se ve a la gente y sus problemas.
Sobre esto apuntaba Cartagena: “Nosotros, que hemos visto hombrearse junto a la lámpara de nuestro humilde rincón a muchos de la valiosa y valiente juventud, conocemos la ola de indignación que la sacude de una y otra vez, y que la obliga a lanzarse embravecida a defender con los hechos, la palabra y la pluma, los nobles principios que deben ser respetados y regir nuestra patria” (10).
De ahí que los diez relatos que conforman este conjunto narrativo, escritos en diversas épocas, guarden una fuerte relación con el tiempo presente que se abría como un desafío prácticamente existencial. No había otro reto mayor que el de esconderse, luchar o morir.
El dramatismo de estos relatos testimonia esa cruda realidad en la que la juventud pensante del país se encontraba. Pero también nos presenta el escenario público como forma de expresión, que logró ser el medio de canalizar esas frustraciones, las ansias y los deseos utópicos. Los textos de Lockward Artiles parecen esculpidos con fuego, grabados en la letra que es el cuerpo de una patria en peligro de existir.
Otro aspecto importante es que, a pesar de la impronta de la coyuntura social y política, el autor tiene una recia visión del arte y de la escritura. Su prosa es directa, pero tersa, su lenguaje es social, pero correctísimo. Y lo cotidiano aparece como escenario, sin embargo, en el fondo lo que se presenta es el drama humano. Con lo cual el autor llega a universalizar lo particular. A darle estatura literaria a lo que algunos podrían ver como el testimonio de una época.
Desde el punto de vista de la narratología, se aparta del cuento; se retira de una escritura existencialista. Se enfoca en escribir el compromiso y en dar a los relatos ciertos toques de novedad, con la introducción de la narración en primera persona, una diégesis homodiegética, la creación de un narratario y los cambios de planos narrativos. Con ellos no podemos dejar de ver en “Hotel Cosmos”, las improntas de una nueva narrativa que instalaba el horizonte del arte que nacía en Hispanoamérica.
En cuanto a la temática, se destacan los temas sociales, como llevo dicho: el testimonio, la persecución, el compromiso político y la caída. La ciudad es el cosmos que se informa con el mundo. Es de un tiempo acelerado por los cambios, por la movilidad social, por la falta de vivienda, la modernidad y una política que no llega a convencer.
El texto “El culpable” representa tal vez esa relación profunda entre el pasado y el presente. Entre la vida y la muerte. José Ramírez Fondeur se acerca al barrio. El peligro. La asechanza. La persecución. La muerte. Y aparece un símbolo de esa sociedad: la culpa. Busquemos a los culpables. Al final hay que huir porque ese hombre que viene del pasado, que fue amigo y es memorialista, no quiere olvidar. Tampoco la sociedad quiere olvidar…
Como lo hicieron otros escritores del sesenta, la ciudad colonial donde se encuentra el Hotel Cosmos, su extensión es la avenida San Martín, y los barrios de la parte alta. Han venido a vivir en ella decenas de familias que habitan en casuchas o edificios de variados pisos, en los que la vida se cruza con su cotidianidad, con sus deseos y querencias.
La literatura de los sesenta descubre ese otro social que está ahí en una zona de carencias, de angustias, pero también de represión. Cuando la pobreza se unía, la sociedad comenzaba a abrir otros espacios a la clase media. Es una mirada más cercana a los espacios de Veloz Maggiolo “Materia prima” (1988) o al Andrés L. Mateo de “La otra Penélope” (1982); es la mirada a la ciudad de Pedro Peix en “La loca de la Plaza de los Almendros” (1979) y a la de Enriquillo Sánchez, en “Rayada de pez, como la noche” (2006); y es la misma mirada de los cuentos de René del Risco, pero al revés. Mientras Del Risco ve con nostalgia esa ciudad, Lockward la describe en sus necesidades, como algo nuevo que queda ahí para ser transformado.
El “Hotel Cosmos” es también un homenaje. Es la solidaridad y el testimonio de la vida de Alfred y Jacques Vieau, el último muerto en la Guerra de abril de 1965. Y es, también, el testimonio y la inscripción en la letra de una nueva literatura dominicana que, por sus luchas y desafíos, no pudo desarrollar todo lo que de ella se podía esperar.
Atado a su tiempo, el cosmos que fuera la Capital y sus barrios más cercanos; la lucha que dieron los jóvenes por detener un pasado trujillista que parecía restaurar una larga tradición autoritaria, quedará en la memoria como hotel de vivienda. Como lugar en el que se encuentran los intelectuales, los brujos y los fantasmas. No era ya la ciudad que se podía recuperar en el recuerdo, sino en los símbolos de una dominicanidad cuyas improntas se niegan a ser barridas por la novedad que acarrea la invitada modernidad.