Lo aprendí en el barrio: el que su falda levanta, sus partes íntimas enseña. Así, con la inteligencia coloquial se interpretaba la escasa vocación por el disimulo. En múltiples aspectos de la vida, el desenfreno conduce al descuido de las formalidades elementales y pone al descubierto a los actores empecinados en imponer sus reglas al resto. La actividad partidaria no es la excepción. Gracias al todopoderoso, la observación ciudadana y la dosis de coherencia básica sirven de muro al afán de trastocar las licencias que el pragmatismo y la noción de resultados puro y simple, distinguen la política del desenfreno y carencia ideológica.
En la medida en que la actuación política sin contenido validó triunfos, sus beneficiarios mal interpretaron el mandato creyéndose con el poder para actuar de conformidad a sus criterios coyunturales. Y no es así. Inclusive, la historia ha demostrado que los mismos electores terminan sancionando a los defraudadores de las expectativas ciudadanas. Por eso, con bastante frecuencia el sentido de mayorías cambia, sin que ningún líder o partido se sienta propietario del sentir popular.
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En la cultura política nuestra, la noción de pactos electorales transita el camino de la degradación porque su raíz anda a distancias de un cuerpo de ideas encaminadas a transformar la sociedad. Por desgracia, las últimas referencias marcan un criterio de reparto vulgar donde sus actores toman por asalto el presupuesto nacional. Lamentablemente, la obstrucción o retribución, sin importar los resultados retrata la necesidad de devolver a la noción de esfuerzo para un verdadero cambio, las ideas esenciales para el establecimiento de pactos políticos.
Las voces que apelan a un pacto de matemáticas electorales con un instinto obstruccionista, expresan un marcado interés personal de esencia marrullera en capacidad de interpretarse en amplios segmentos como una acción protectora de potenciales procesables, entusiasmados en resolver sus temas pendientes, dándole un matiz politiquero al respiro deseado debido al falso criterio de que las autoridades llamadas a perseguir los actos de corrupción, leerán políticamente la concertación de fuerzas partidarias históricamente adversas.
En el poder se tiende a interpretar que todo es posible. Y actuar en tal dirección resultaría catastrófico. Una fuerza que gana no puede parecerse a la organización derrotada. Por el contrario, si existe un real reconocimiento es en franjas de la sociedad deseosa de actos efectivos contra los responsables de conductas corruptas. Fallarle al país por complicidades establecería las bases de impugnaciones con efectos electorales en el 2024. ¡Mucho cuidado!