Por: Ofelia Berrido
Este escrito va dedicado a Jasmine Alcántara, estudiante que opta por la licenciatura de “Comunicación social, mención audiovisual y artes cinematográficas” de la PUCMM.
La joven me ha enviado el cuento “El algarrobo”, de Juan Bosch que forma parte del libro “Cuentos escritos en el exilio” (1962) y ha acompañado su envío de tres interesantes preguntas. Primero analizaremos sus cuestionamientos y en una segunda entrega hablaremos sobre “El Algarrobo”. He aquí sus preguntas: ¿Cuál es la importancia de la relación entre el ser humano y la naturaleza? ¿Cuál es la relación entre la desigualdad social y el daño medioambiental? ¿Es posible que el ser humano pueda acceder a calidad de vida sin dañar el medio ambiente?
Desde nuestro punto de vista, la naturaleza y el ser humano son una y la misma cosa: ambos forman parte del ecosistema. El ser humano no es un ser superior, no es el centro de Todo. La naturaleza incluye las relaciones tanto de los seres vivos con el ambiente que los rodea como de los seres vivos entre sí. A nivel de las macroestructuras, esta totalidad en su propia complejidad es lo que hay que preservar y respetar. Sí, así es… Debemos cuidar todos los seres vivos y el ambiente en que nacen, crecen, se desarrollan y reproducen. De ahí que haya surgido la Ecología. La misma contribuye a resolver los problemas ambientales al estudiar la naturaleza como un sistema completo en el cual todos los elementos están relacionados.
Veamos, el ser humano para vivir necesita del aire que respira; de los alimentos que provee la madre tierra; del agua que constituye en un adulto aproximadamente el 70% de su peso corporal: todo ello es vital. El agua es un elemento de sanación y vida, un elemento sagrado por su poder revitalizador y de limpieza física y espiritual. Henryk Skolimowski habla en su obra “Mente participativa” (2016) de una nueva conciencia que evolucione hacia una integración y respeto hacia la naturaleza y todos los vivientes. Al hablar sobre el simbolismo del arte en el proceso de cognición refiere que hay imperativos morales ecológicos que se refieren a la necesidad de preservar y potenciar el hábitat natural o la búsqueda de una conciencia eco poética. Postula, además, una superación de la crisis planetaria mediante una concepción del ser humano que lo reintegre como parte y extensión de la naturaleza. La importancia de reconocer que somos parte del Todo y a la vez su representación y manifestación es vital. El vernos o sentir que estamos separados y que somos superiores es un error grave. La fortaleza y el equilibrio proviene de la conciencia de unidad.
La desigualdad social es algo terrible que ha mantenido a muchos pueblos en la miseria. A ver, el que sufre la opresión económica es objeto de un acceso desigual de bienes y recursos como serían: la tierra como fuente de alimentos, el agua como fuente de vida y salud y los bosques como fuente de aire puro, entre otros beneficios. Las comunidades marginadas suelen verse afectadas de manera desproporcionada por la contaminación y la degradación ambiental. Las grandes industrias y ciertas minerías influyen en la degradación del ecosistema y la pérdida de biodiversidad. Las industrias suelen ubicarse en áreas con menor poder adquisitivo, lo que expone a estas comunidades a niveles más altos de contaminación del aire, del agua y del suelo. Esto puede tener efectos adversos en la salud humana y en el equilibrio ecológico del área.
Por otro lado, y en cuanto a la deforestación y pérdida de hábitat; la expansión de la agricultura, la urbanización y otros procesos suelen afectar más a las comunidades más pobres, que dependen directamente de los recursos naturales para su subsistencia. De hecho, estas mismas comunidades suelen ser más vulnerables a los impactos del cambio climático, como sequías, inundaciones, tormentas y aumento del nivel del mar. La falta de recursos económicos y sociales puede limitar su capacidad para adaptarse a estos cambios y recuperarse de los desastres naturales, lo que aumenta su exposición a riesgos ambientales. Abordar la desigualdad social es fundamental para lograr una gestión sostenible de los recursos naturales y garantizar la equidad ambiental. Pero no se trata solo de escribir excelentes proyectos sino de implementarlos, darles seguimiento con controles estrictos y asegurar el logro de los objetivos en un tiempo predeterminado; además, hacerlos sostenibles, realizando los ajustes necesarios que se adapten al paso del tiempo (cambios), las innovaciones, tecnologías y las necesidades de las poblaciones.
Creo que es posible que el ser humano pueda acceder a calidad de vida sin dañar el medio ambiente. Sí, es posible siempre que se cuente con los medios económicos que les permitan ejercer una vida sin carencias extremas. Sin embargo, para las familias que viven al límite y que apenas pueden sobrevivir muy precariamente día a día, el asunto se vuelve difícil. Me parece que la Antropología filosófica puede salir a nuestro auxilio en busca de una respuesta, sobre todo cuando afirma que el hombre es sujeto y objeto al mismo tiempo. ¿Qué hacer ante la pregunta proveniente de la voz de la extrema pobreza?: ¿Qué comeremos hoy? ¿De qué se trata? ¿De un problema puramente filosófico, político o puramente de la sociedad y sus desigualdades? ¿Qué determina el actuar del ser humano cuando en muchos casos ha nacido en el lado equivocado del mundo donde la oscuridad de la pobreza vence sus fuerzas? ¿Qué determina la finalidad de su existencia, así como la relación con los demás seres y su medio?
Quizás sea el Biocentrismo el que tenga la respuesta cuando defiende que todos los seres vivos merecen el mismo respeto por el hecho de compartir un elemento en común: la vida. El asunto no solo es conocer en qué nivel de conciencia se encuentra el ser humano. No podemos permanecer en los extremos: idealismo o materialismo. El mundo tiene la obligación de plantearse las desigualdades con seriedad de una vez por todas. Se ha hablado demasiado y las soluciones no están a la vista porque las estrategias de los líderes del mundo no han funcionado. Aunque reconocemos la gran magnitud del problema. La solución la buscan los mismos que la producen y caemos en un círculo vicioso sin salida aparente. Necesitamos una nueva relación con la naturaleza que supere el «pensamiento antropocéntrico» [el hombre como centro de todo] y que termine con las terribles consecuencias del poder opresivo que incrementa las desigualdades.
La perturbación social (individual o colectiva) produce desequilibrios importantes que terminan produciendo perturbación ambiental con distintas formas de contaminación y depredación. Con frecuencia, la opresión social o la perturbación medioambiental supera la capacidad de regulación tanto del sistema social como del ecosistema. A veces, y solo a veces, dependerá directamente de la capacidad de resiliencia o adaptación que los elementos afectados tengan hacia el agente externo.
Respecto a si es posible que el ser humano pueda acceder a calidad de vida sin dañar el medio ambiente, la respuesta es sí, pero con algunas condiciones. Lograr un desarrollo sostenible requiere un cambio en la forma en que consumimos y producimos, así como un compromiso global para abordar los desafíos ambientales de manera integral. Esto implica adoptar prácticas más sostenibles en sectores como la agricultura, la industria, el transporte y la energía, así como promover estilos de vida más conscientes y responsables. También implica un enfoque interdisciplinario que combine la educación, la salud, la ciencia, la tecnología y la política para abordar los problemas ambientales de manera efectiva. Si bien alcanzar un equilibrio entre el desarrollo humano y la conservación del medio ambiente no es tarea fácil, es esencial para garantizar un futuro sostenible para las generaciones presentes y futuras, porque hay una relación directamente proporcional entre el sistema social (población, organización social, valores, conocimientos, tecnología) y la salud del ecosistema (flora, fauna, microorganismos, cuatro elementos…). ¡Trabajemos sin descanso para lograr el equilibrio!
Ofelia Berrido es profesora de Ecofilosofía en la PUCMM.