Muchos ciudadanos creen que «un buen enllave vale más que la ley» y ven como costumbre que funcionarios se aprovechen de sus cargos.
Los dominicanos, vistos de conjunto, con frecuencia han sido objeto de estudios que arrojaron diagnósticos deplorables que las visiones sociológicas modernas basadas en la razón contradicen; además de que reconocidos pensadores superaron en su momento las concepciones inicialmente negativas que pregonaron sobre el pueblo que les vio nacer.
Ahora que voluminosos expedientes configuran que el patrimonio nacional fue recientemente aprovechado para enriquecimientos ilícitos excepcionales, viene al caso mirar hacia el debate sobre condiciones estructurales y aptitudes sociales que pudieran estar conectadas a esos hechos como alegada condición sine qua non que habría incentivado inconductas.
A los dominicanos se les ha analizado siempre en busca de vínculos entre su idiosincrasia descrita por algunos con objetables perfiles, y el curso que como país les ha sido impuesto a los habitantes de estos 48 mil kilómetros cuadrados por los usos de poder y la forma de hacer política.
El pesimismo, y los prejuicios que desvirtúan la realidad al describir a la colectividad nacional parten de los muchos tantos a su favor que inescrupulosamente han obtenido desde siempre aquellos que manejan la política como negocio con posiciones éticamente cuestionables logrando predominio y hasta aceptación pública.
En otros enfoques, los dominicanos son mejor descritos en la controversia sobre alegadas debilidades morales que con facilidad les haría copartícipes de prácticas indecorosas por adhesión a vicios, preferencia por la vida fácil, poco sentido de lealtad y entrega a la holgazanería.
Muerto ¿Sí o No?
La generalización negativa a la que algunos se han atrevido a llegar sin respetar las reales magnitudes de comportamientos que no bastarían para encasillar a una nación, no está fundada en premisas de valor, aunque la barbarie trujillista, con sus treinta años de anulación de voluntades, desacreditó el respeto a las leyes y a la autoridad que un caudillo personificaba e imponía brutalmente.
Rafael Trujillo creó durante su trágica vigencia, condiciones que extienden hasta el presente algunos conflictos entre los fines del Estado y los primordiales ideales de nación alegando los defensores inicuos del despotismo que su verdadera pretensión era someter el país al orden combatiendo la anarquía.
Siempre actúo a sangre y fuego ejerciendo un dominio a profundidad sobre las conciencias por vías del culto a su persona y la manipulación de opiniones, como resaltó el escritor Mario Vargas Llosa.
La impronta del tirano sobre la sicología criolla explica la tendencia a interpretar las violaciones a normas de convivencia e inobservancias de la ley como «actos de legítima rebeldía social ante el poder» lo que se manifiesta en frecuentes violaciones de tránsito, al derecho de propiedad y a las obligaciones de pago de impuestos y por servicios públicos; y «algo queda» de sus retorcimientos, aunque del monstruo que desvirtuó las relaciones entre gobernantes y gobernados se cumplieran ya 60 años de que fuera ajusticiado.
Marcha atrás
En su libro «Los dominicanos» (2016) resultado de una extensa captación de opiniones de intelectuales sobre los rasgos de la nación, la escritora y periodista Ángela Peña, pone de relieve los aspectos negativos que se atribuyeron en distintos momentos a los connacionales vistos por autores como: imprevisores y duales, marrulleros en tiempos electorales, intelectualmente pobres, pesimistas y depresivos, sensuales y holgazanes, incestuosos, jugadores y bebedores, etcétera.
Entre los que en diversos grados participaban en las descalificaciones se hallaban José Ramón López, Francisco Moscoso Puello, Pedro Francisco Bonó, Américo Lugo, Federico Henríquez y Carvajal, Manuel Arturo Peña Batlle y Joaquín Balaguer.
Otros intelectuales citados en la misma obra de Peña, disienten de las apreciaciones desfavorables y llaman la atención sobre el cambio de visión que esos mismos estudiosos expresaron con posterioridad a sus puntos de vista negativos.
El exrector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Fernando Sánchez Martínez, aseguró que: «tanto Américo Lugo como José Ramón López, si bien escribieron obras que dieron paso a esa argumentación, fue en libros de juventud. Américo Lugo, con el paso de los años, es quien asume la conciencia cívica del pueblo dominicano, defiende su identidad, defiende la dominicanidad y es el principal abanderado de la lucha de la resistencia cívica contra la primera ocupación».
En rectificación similar se manifestó José Ramón López, quien después de describir negativamente a sus compatriotas , vino de regreso del exilio a colocarse del lado de los nacionalistas contra la ocupación militar estadounidense y escribió nuevos trabajos «donde dice totalmente lo contrario a lo que pensaba» antes.
Sánchez considera una distorsión el que ahora solo se recuerde que Moscoso Puello sostuvo alguna vez que «esta falta de nieve que no obliga a la laboriosidad, que no crea industrias, que no hace azuzar la inteligencia, que no impone el ahorro, es lo que hace propicia la tierra tropical para ser habitada por esta raza sensual y holgazana que adora al sol».
El laureado escritor Manuel Rueda refutó en su momento las malas descripciones del dominicano negando que el pesimismo y la haraganería sean constitutivos del carácter nacional. «El primero porque suele ser confundido con la timidez del criollo y la marginación a que de continuo se le somete: la segunda porque viene desmentida por la productividad de la tierra y los hábitos de trabajo imperantes».
Buscando raíces
Tahira Vargas, doctora en Antropología Social e investigadora de la pobreza, la marginación social, violencia y migraciones, expone en frecuentes conferencias y textos periodísticos los trasfondos hallados en sus indagaciones de rigor científico sobre las conductas de dominicanos en los que salen a relucir como detonantes factores culturales y estructurales, sobre todo, que indirectamente condicionan sus actos.
Ha sostenido que históricamente la población masculina dominicana se desarrolla desde su niñez con una fuerte presión familiar y social que la empuja hacia la búsqueda de dinero, imponiéndose en los esquemas de la vida juvenil el obtenerlo de manera fácil, a un paso siempre de caer en el «ejercicio de actividades políticas» cargadas de corrupción y hasta de violencia delictiva.
El guión que sume a ese segmento de la demografía en la búsqueda de bienes y alta capacidad de consumo proviene, a su juicio, de pautas dictadas por el «establishment» que permea a todos los estratos sociales y se amplía con el desarrollo y crecimiento de la sociedad dominicana.
«La demanda de dinero»
Para los jóvenes y los hombres se convierte en una gran presión social. Ser aceptado socialmente por sus grupos de pares masculinos y por las mujeres supone manejar dinero y hacerlo visible», explica la científica social dando una idea de cómo son moldeadas, desde fuera de sus mentes, las conductas de muchos miembros de esta sociedad.
Visibles Antivalores
Al recordar la presencia en el país del sociólogo francés Alain Touraine en 1999, el periodista del área económica de este diario, Ubaldo Guzmán Molina, puso recientemente de relieve que en una de sus conferencias para consumo local el conferencista dejó entrever que el narcotráfico y la prostitución constituían dos componentes importantes de la economía dominicana, algo que repitió después en Buenos Aires, Argentina.
Mencionó que su punto de vista hizo que: «los pontífices de la moralidad y los nacionalistas de cartón se sintieron ofendidos por el cientista francés y se rasgaran sus vestiduras, descalificándolo sin piedad».
En opinión de Guzmán Molina, luego ocurrieron hechos que demostraban que el narcotráfico había penetrado en todo el cuerpo social como un cáncer agresivo poniendo como ejemplo la forma en que tras ser excarcelado en Estados Unidos un notable capo criollo repatriado se convirtió en una especie de semidiós en las provincias de San Juan y Elías Piña, haciendo favores a los pobres que hacen recordar los que realizaba el narcotraficante más notable de tiempos recientes en los sectores depauperados de Medellín: Pablo Escobar.
Del análisis de Molina citamos: «Muchas fortunas se han levantado del negocio de las drogas, la mayoría con la complicidad del gobierno de turno. Son ricos que exhiben suntuosidad y prepotencia, y son a quienes, para algunos, hay que seguir”.
Hurgar en la Historia
Un retorno al compendio de reflexiones sobre los dominicanos logrado por Ángela Peña lleva a una observación de la profesora universitaria e historiadora Mu Kien Sang de que a partir de 1844 han sido constantes el clientelismo y el caudillismo y hasta 1861 la presencia política estuvo marcada por el conservadurismo opresivo de Pedro Santana y Buenaventura Báez.
Luego de la ocupación militar norteamericana de 1916, la figura de fuerte gravitación es la de Trujillo con mayor preponderancia a partir de 1929 y hasta su muerte en 1961. La obra del dictador pasa entonces -en su apreciación- a enlazarse con la de Joaquín Balaguer.
En sus doce primeros años de gobierno post Trujillo Balaguer se ufanó de que la corrupción se detenía «a las puertas de mi despacho», admitiendo que a su sombra habían surgido 300 nuevos millonarios. En medio de la persecución de que fue objeto la izquierda, admitió la existencia de «fuerzas incontrolables» que asesinaban y operó una banda anticomunista cuyos desmanes quedaron impunes.