Élites partidarias. Los amos del FMLN creyeron que obstruyendo las potencialidades de un liderazgo emergente que, desde la gestión municipal se perfilaba, podían impedir que la fuerza del talento se impusiera sobre la mediocridad. En la intención de los clanes tutelares del PRI siempre prevaleció el criterio de cerrarle el paso a un compañero anclado en el corazón de la gente que, desde la gobernación de Tabasco, comenzó a marcar el ritmo de un cambio.
Hasta las figuras hegemónicas del PSOE, apostaron a descalificar al que nunca anduvo de rodillas con el viejo orden partidario. Así saltaron obstáculos, eso sí, el tiempo llenó de éxito a Nayib Bukele, Andrés Manuel López Obrador y Pedro Sánchez.
Las organizaciones partidarias tienden a perder el norte, reiterándose en el fatal error de creer que pueden modificar la voluntad de la militancia sin ningún tipo de consecuencias. La izquierda perfumada en Chile anduvo distante del reclamo social y demanda popular, dándole la cancha a un nuevo lazo entre la ciudadanía y la estructuración de una mayoría electoral.
En Honduras, los conservadores mal interpretaron la coyuntura que desplazó, vía un golpe de Estado, una expresión democrática a la que despojaron de su partido sin percibir que la indignación encontraría una sombrilla partidaria con potencialidad, y resultados exitosos. Ahí están Gabriel Boric y Xiomara Castro, demostrando que cuando una idea le llega su tiempo no existe fuerza humana que la detenga.
El problema esencial de la partidocracia reside en el déficit de ideas y su enorme deformación alrededor de encontrar en el dinero la fuente de sustentación de aspirantes y líderes, encantados por financistas que pautan las reglas e impiden el sentido de distancias y prudencia de intereses creados.
Y en la medida que se posterga el rol de las masas en la articulación del sentido de compromiso con los cambios, se abre la posibilidad de la noción utilitarista clásica, capaz de requerirlos exclusivamente para fines de resultados electorales favorables.
Por eso, el encono y repudio a modalidades asociadas a una concepción elitista, con fascinación en entenderlos diestros y necesarios, pero nunca aptos para que su derecho en aspirar y/o seleccionar a uno de los suyos, prevalezca como opción democrática.
Una de las manifestaciones indecentes de los esquemas organizativos consiste en cerrar el paso a toda expresión de competencia donde los sectores populares encuentren empatía con los que se parezcan a ellos. Transforman reglas, interpretan disposiciones e impulsan el carro de los privilegios irritantes, cayendo en el terrible error de entender que desde el poder todo se vale.